miércoles, 28 de agosto de 2019

A veces no puedes mejorar el mundo, pero el solo hecho de intentarlo te mejora a ti


Cuando del mundo se habla, algunos cristianos tienen la sensación de que, dado no se es parte de él, no debe mejorarse el mismo en ninguna forma, y tienen razón pero al mismo tiempo están equivocados.

En efecto, los llamados en este siglo a salvación no son parte del mundo, de hecho Jesús previene sobre los afanes de este mundo, las preocupaciones de la vida,  como piedra de tropiezo que puede desviar o hacer caer a los elegidos.

Pero de igual forma Cristo señala a quienes han respondido al llamado del Padre  a ser sal de la tierra y luz del mundo, de hecho, específicamente sobre esto exhorta a que alumbre nuestra luz delante de los hombres, para que vean nuestras buenas obras, y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos.

Sobre esto último Pablo escribiendo a los Gálatas los anima a que “según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”.

De hecho, si vemos todas las exhortaciones que contiene la Escritura, máxime las palabras de Cristo y la guía de la iglesia primitiva, vemos que el énfasis está en creer y en hacer, es decir, en la fe y las obras.

Es así como debe tenerse entonces un punto medio que nos prevenga de caer, ya  sea en el extremo representado por la desidia de no interesarnos para nada de este mundo o bien en el extremos de afanarnos tanto de las cosas de la vida que descuidemos el llamamiento del que hemos sido objeto.

Ese punto medio estriba precisamente en reconocer que nuestro fin no es mejorar este mundo sino trabajar en la edificación propia que lleva a la justificación nacida de la salvación que gratuitamente se nos ha concedido por el sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús.

Esto quiere decir que en efecto nuestra mirada no está fija en las cosas del mundo sino en Cristo, autor y consumador de nuestra fe, pero que ese llamamiento implica poner por obra aquello en lo creemos, dicho de otra forma, ser hacedores de la Palabra y no sólo oidores, y, dado que estamos en el mundo, ese hacer necesaria y forzosamente tiene su referente en el mismo y aunque no lo mejoremos –y esto es muy importante-, el esfuerzo mismo que hagamos para ello como consecuencia de avanzar en el Camino termina mejorándonos a nosotros mismos, como dijo Cristo “por sus frutos [-frutos visibles en el actual mundo-] los conoceréis”.

La fe sin obras –obras que se realizan en el mundo- es una fe muerta, el realizar las obras de justicia, no para ser salvos, sino porque somos salvos, conlleva un esfuerzo que si bien no cambia mucho de lo que actualmente existe, ya que el mundo yace bajo poder del inicuo, sí nos hace avanzar en el Camino  desarrollándose en nosotros, por el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en cada uno, Su carácter perfecto y santo, así que ya lo sabes: A veces no puedes mejorar el mundo, pero el solo hecho de intentarlo te mejora a ti.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor


Referencias:
Juan 15:19; 17:14; Marcos 4:19; Lucas 21:34; Mateo 5:13-16; Gálatas 6:10; Hebreos 11:6,31; Santiago 2:18; Hebreos 12:2; 9:28; Santiago 1:22; Mateo 7:16; Santiago 2:14-17; 1 Juan 5:19

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