Cuando del mundo se habla, algunos cristianos tienen
la sensación de que, dado no se es parte de él, no debe mejorarse el mismo en
ninguna forma, y tienen razón pero al mismo tiempo están equivocados.
En efecto, los llamados en este siglo a salvación no
son parte del mundo, de hecho Jesús previene sobre los afanes de este mundo,
las preocupaciones de la vida, como
piedra de tropiezo que puede desviar o hacer caer a los elegidos.
Pero de igual forma Cristo señala a quienes han
respondido al llamado del Padre a ser sal
de la tierra y luz del mundo, de hecho, específicamente sobre esto exhorta a
que alumbre nuestra luz delante de los hombres, para que vean nuestras buenas
obras, y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos.
Sobre esto último Pablo escribiendo a los Gálatas los
anima a que “según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a
los de la familia de la fe”.
De hecho, si vemos todas las exhortaciones que
contiene la Escritura, máxime las palabras de Cristo y la guía de la iglesia
primitiva, vemos que el énfasis está en creer y en hacer, es decir, en la fe y
las obras.
Es así como debe tenerse entonces un punto medio que
nos prevenga de caer, ya sea en el
extremo representado por la desidia de no interesarnos para nada de este mundo o
bien en el extremos de afanarnos tanto de las cosas de la vida que descuidemos
el llamamiento del que hemos sido objeto.
Ese punto medio estriba precisamente en reconocer
que nuestro fin no es mejorar este mundo sino trabajar en la edificación propia
que lleva a la justificación nacida de la salvación que gratuitamente se nos ha
concedido por el sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús.
Esto quiere decir que en efecto nuestra mirada no
está fija en las cosas del mundo sino en Cristo, autor y consumador de nuestra
fe, pero que ese llamamiento implica poner por obra aquello en lo creemos,
dicho de otra forma, ser hacedores de la Palabra y no sólo oidores, y, dado que
estamos en el mundo, ese hacer necesaria y forzosamente tiene su referente en
el mismo y aunque no lo mejoremos –y esto es muy importante-, el esfuerzo mismo
que hagamos para ello como consecuencia de avanzar en el Camino termina
mejorándonos a nosotros mismos, como dijo Cristo “por sus frutos [-frutos
visibles en el actual mundo-] los conoceréis”.
La fe sin obras –obras que se realizan en el mundo-
es una fe muerta, el realizar las obras de justicia, no para ser salvos, sino porque
somos salvos, conlleva un esfuerzo que si bien no cambia mucho de lo que
actualmente existe, ya que el mundo yace bajo poder del inicuo, sí nos hace
avanzar en el Camino desarrollándose en
nosotros, por el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en cada uno, Su carácter
perfecto y santo, así que ya lo sabes: A veces no puedes mejorar el mundo, pero el solo hecho de intentarlo te
mejora a ti.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
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