La misma naturaleza del hombre lo hace
constantemente estar buscando esos prodigios que llamamos milagros. El Enemigo,
sabiendo nuestra inclinación, usa eso en nuestra contra engañándonos a través
de señales prodigiosas y lo hace tan bien, hay que reconocer, que a lo largo de
la historia de la humanidad ha engañado a la mayoría de los hombres.
Los verdaderos cristianos andamos por fe, no por
vista, con todo y todo bien podemos enumerar grandes y prodigiosas obras que
Dios ha hecho en el mundo y en nosotros.
El Rey David, reflexionando sobre lo anterior, resume
en uno de sus salmos las dos cuestiones anteriores, a saber: la maravillas de
la creación de Dios y el portento de nuestra existencia: “Cuando veo tus
cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué
es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo
visites? Le has hecho poco menor que los
ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus
manos; todo lo pusiste debajo de sus pies”.
El sólo hecho de reflexionar con sentido crítico,
agudo, objetivo, sobre las maravillas que implican la creación existente no
puede menos que llevarnos a la conclusión de la existencia de un Dios
todopoderoso, infinito, eterno y lo que es mejor: amoroso. Por eso Pablo
escribiendo a los Romanos les decía que “desde la creación del mundo, sus
atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda
claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen
excusa”.
Pero de igual forma si nos analizamos a nosotros
mismos, física, mental, emocional y espiritualmente hablando, no podemos menos
que sorprendernos ante la maravilla que somos, en otro salmo el Rey David señala esto al decir “Tú creaste
mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una
creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!”, con
todo y todo, respecto de nosotros, el asombro de nuestra existencia no termina
ahí sino que Dios, desbordando cualquier idea que pudiésemos concebir, nos ha
dado la salvación por medios de Su Hijo Jesús, y no sólo eso sino incluso la
posibilidad de ser parte de Su familia como hijos suyos.
“Toda casa tiene su constructor, pero el constructor
de todo es Dios”, dice la Escritura, “porque todas las cosas proceden de él, y
existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén”, señala de
igual forma la Escritura, así que ya lo sabes: ¿Quieres ver un milagro?, mira
hacia fuera y hacia dentro de ti.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Génesis 3:1; Revelación 12:9; 13:14; 2
Corintios 4:18 5:7; Romanos 8:24; Salmos 8:3-6; Romanos
1:20; Salmos 19:1; Salmos 139:13-14; 1 Corintios 2:8; Mateo 19:25-26; Romanos
10:9-10; Efesios 2:19; Hebreos 3:4; Romanos 11:36
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