El llamado que del Padre se recibe, si bien es de
gracia, por Su infinita misericordia y eterno amor, no es un llamado que no
contenga promesas, de hecho son promesas que exceden con mucho cualquier
tribulación que en el presente siglo
pueda experimentarse, es más, esa tribulación produce en nosotros un cada vez
más excelente y eterno peso de gloria.
La Escritura, sobre la fe señala que la misma es la
certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve, pues sin fe es
imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea
que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. Así Hebreos 11, llamado
al capítulo de los héroes de la fe, señala de ellos: éstos sin haber recibido
lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y
confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra, y más aún todos
éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo
prometido, proveyendo Dios alguna cosa
mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de
nosotros.
Así que este andar no es, por así decirlo, de
gratis, sino que sabemos la esperanza que a través de las promesas se nos han
conferido, si pudiéramos decirlo en cierta forma, este andar terrenal nos lleva
hacia galardones celestiales, y esto sólo es posible por la infinita
misericordia y eterno amor el Padre.
Es interesante como Pablo plantea este andar cuando
dice “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago:
olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está
delante, prosigo a la meta, al premio
del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Se menciona que es
interesante por la imagen que pone en su dicho al señalar como es que, sin
preocuparse por lo que ha quedado atrás, Pablo se extiende hacia adelante.
Cada uno de los elegidos, de igual forma, está
llamado a extenderse hacia adelante, ese extenderse refleja el deseo de
alcanzar algo que por nuestras propias fuerzas es inalcanzable, pero que
evidencia nuestro deseo, nuestra intención, y que ante el Padre actúa como fe
que nos es reputada por justicia, siendo que llegará el momento, si uno se
mantiene fiel, si uno se mantiene extendiéndose, que las promesa pactadas serán
conferidas ya que, como dice la Escritura “cuando Cristo, nuestra vida, sea
manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria”.
El andar por el Camino implica entender y reconocer
el llamamiento del que del Padre se ha sido objeto de manera inmerecida, sólo
por Su infinita misericordia y eterno amor, con todo y todo ese caminar no es
vacío, sino que contiene promesas, promesas infinitas y eternas que en su
momento el Padre nos entregará, es así como curiosamente lo que nos mueve a caminar es nuestro deseo
de volar.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17-18; 2 Timoteo
2:10; 1 Pedro 5:10; Hebreos 11:1, 6, 13, 39-40; Colosenses 3:4; Tito 2:13; Judas
1:21; 1 Pedro 1:5
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