Cuando uno responde al llamado que el Padre ha hecho
no puede olvidar ni menos minimizar el hecho de que seguimos militando en la
fragilidad de lo que actualmente somos, ¿esto qué quiere decir?, como enseñaba
nuestro Señor Jesús que si bien nuestro espíritu está presto, la carne es
débil.
Ejemplos de la debilidad carnal que como humanos
experimentamos la tenemos a lo largo de toda la Palabra de Dios, tal vez los
relatos más significativos sean los del Pueblo de Israel durante lo que se
conoce como el Éxodo ya que a pesar de los portentosos milagros que de Dios habían
visto una y otra vez volvían a dudar, a renegar de la salvación que se les
había dado.
Aquí es necesario recordar que si bien Dios
castigaba a Su pueblo por sus rebeldías, se acordaba –como dice la Escritura-
de que eran carne, un soplo que pasa, era misericordioso, perdonaba la maldad,
y no los destruía.
Esto es necesario tenerlo en mente cuando
pretendemos poner nuestra justicia como si fuera la de Dios y mostrarnos
excesivamente duros en los juicios que sobre nuestros yerros hacemos. Dios nos
entiende, sí, nos comprende, también, pero no nos deja sin castigo, lo cual,
como dice la Escritura, es señal de que lo tenemos por Padre.
Volviendo sobre el punto de nuestra carnalidad, todo
lo anteriormente mencionado puede dar como resultado que en cierto momento nos
sintamos cansados, agobiados, deprimidos de nuestro andar, no tanto de las
pruebas que hayamos experimentado sino tal vez y con mayor peso de los errores,
tropiezos y caídas que hayamos tenido.
Tal como se dijo al principio, la Escritura nos
muestra un sinfín de personajes que experimentaron ese abatimiento espiritual,
uno de ellos, David, elegido por Dios mismo para reinar sobre Su pueblo, cayó de
una forma que pudiera considerarse devastadora, en medio de sus luchas internas David escribió
en un Salmo algo que seguro estoy identifica a muchos del Pueblo de Dios en la
actualidad: “¿Por qué te abates, alma mía, y [por qué] te turbas dentro de mí?
Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez [por] la salvación de su
presencia. Dios mío, mi alma está en mí deprimida; por eso me acuerdo de ti
desde la tierra del Jordán, y [desde] las cumbres del Hermón, desde el monte
Mizar”.
Aquí la clave que nos da la Escritura, si bien
implica arrepentimiento de los errores cometidos, está en el énfasis de
recordar, ¿recordar qué?, el llamamiento del que fuimos objeto y de las
promesas inherentes al mismo. Recordar el llamamiento aviva ese primer amor que
sentimos cuando la verdad iluminó nuestro entendimiento y nos trajo a
salvación; evocar las promesas inherentes implica, como decía Pablo, estirarnos
hacia lo que está delante olvidando lo que queda atrás.
El espíritu está presto, más la carne es débil,
esa debilidad nos lleva en varios momentos de nuestra vida a cansarnos, agobiarnos, deprimirnos de nuestro andar,
pensar en el llamamiento y las promesas hará que nuestra vista esté, no en
nosotros, sino en Aquel que en nosotros puede hacer posible lo imposible, así
que cuando te
canse el camino, recuerda qué fue lo que te hizo iniciar tu andar.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo
26:41; Marcos 14:38; Números 14:22; Éxodo 14:11; 15:24; 16:2; 17:2; 17:3; Salmos 78:38-39; Éxodo
34:6; Números 14:18; Hebreos 12:8; 1 Corintios 11:32; Salmos 42:5-6, 8; Revelación 2:4; Filipenses 3:13; Hebreos
6:1; Lucas 18:27; Mateo 19:26; Jeremías 32:17
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