miércoles, 10 de julio de 2019

Cuando te canse el camino, recuerda qué fue lo que te hizo iniciar tu andar



Cuando uno responde al llamado que el Padre ha hecho no puede olvidar ni menos minimizar el hecho de que seguimos militando en la fragilidad de lo que actualmente somos, ¿esto qué quiere decir?, como enseñaba nuestro Señor Jesús que si bien nuestro espíritu está presto, la carne es débil.

Ejemplos de la debilidad carnal que como humanos experimentamos la tenemos a lo largo de toda la Palabra de Dios, tal vez los relatos más significativos sean los del Pueblo de Israel durante lo que se conoce como el Éxodo ya que a pesar de los portentosos milagros que de Dios habían visto una y otra vez volvían a dudar, a renegar de la salvación que se les había dado.

Aquí es necesario recordar que si bien Dios castigaba a Su pueblo por sus rebeldías, se acordaba –como dice la Escritura- de que eran carne, un soplo que pasa, era misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía.

Esto es necesario tenerlo en mente cuando pretendemos poner nuestra justicia como si fuera la de Dios y mostrarnos excesivamente duros en los juicios que sobre nuestros yerros hacemos. Dios nos entiende, sí, nos comprende, también, pero no nos deja sin castigo, lo cual, como dice la Escritura, es señal de que lo tenemos por Padre.

Volviendo sobre el punto de nuestra carnalidad, todo lo anteriormente mencionado puede dar como resultado que en cierto momento nos sintamos cansados, agobiados, deprimidos de nuestro andar, no tanto de las pruebas que hayamos experimentado sino tal vez y con mayor peso de los errores, tropiezos y caídas que hayamos tenido.

Tal como se dijo al principio, la Escritura nos muestra un sinfín de personajes que experimentaron ese abatimiento espiritual, uno de ellos, David, elegido por Dios mismo para reinar sobre Su pueblo, cayó de una forma que pudiera considerarse devastadora,  en medio de sus luchas internas David escribió en un Salmo algo que seguro estoy identifica a muchos del Pueblo de Dios en la actualidad: “¿Por qué te abates, alma mía, y [por qué] te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez [por] la salvación de su presencia. Dios mío, mi alma está en mí deprimida; por eso me acuerdo de ti desde la tierra del Jordán, y [desde] las cumbres del Hermón, desde el monte Mizar”.

Aquí la clave que nos da la Escritura, si bien implica arrepentimiento de los errores cometidos, está en el énfasis de recordar, ¿recordar qué?, el llamamiento del que fuimos objeto y de las promesas inherentes al mismo. Recordar el llamamiento aviva ese primer amor que sentimos cuando la verdad iluminó nuestro entendimiento y nos trajo a salvación; evocar las promesas inherentes implica, como decía Pablo, estirarnos hacia lo que está delante olvidando lo que queda atrás.

El espíritu está presto, más la carne es débil, esa debilidad nos lleva en varios momentos de nuestra vida a cansarnos, agobiarnos, deprimirnos de nuestro andar, pensar en el llamamiento y las promesas hará que nuestra vista esté, no en nosotros, sino en Aquel que en nosotros puede hacer posible lo imposible, así que cuando te canse el camino, recuerda qué fue lo que te hizo iniciar tu andar.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor



Referencias:
Mateo 26:41; Marcos 14:38; Números 14:22; Éxodo 14:11; 15:24; 16:2; 17:2; 17:3;  Salmos 78:38-39; Éxodo 34:6; Números 14:18; Hebreos 12:8; 1 Corintios 11:32; Salmos 42:5-6, 8; Revelación 2:4; Filipenses 3:13; Hebreos 6:1; Lucas 18:27; Mateo 19:26; Jeremías 32:17

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