Cuando uno responde al llamamiento a salvación en
el presente siglo que del Padre se ha recibido, muy en el interior se tiene la
certeza de que a partir de ese momento el andar de uno en el Camino será
irreprochable, después de todo uno es honesto en la respuesta al Padre, Él mismo
nos presta Su auxilio y por el bautismo hemos muerto al Enemigo, al mundo y a
la carne, pero la realidad termina por hacer trizas esta concepción pues uno
igual sigue tropezando, cayendo, siendo torpe, rebelde y cobarde.
Esa realidad pareciera no se esperaba y en
ocasiones la misma termina enfriando a los llamados al grado de impedirles
avanzar en el Camino, dejar de producir frutos, con la posibilidad de perder
las promesas que se han ofrecido; pero si uno se dejase instruir por la
Escritura entendería que incluso a los elegidos les llega el tiempo y la ocasión de las pruebas ante las
cuales no solo se puede tropezar, sino incluso caer.
Siete veces cae el justo y siete veces se
levanta, dice el salmista, y es precisamente esa la diferencia respecto del impío
quien se regodea en su impiedad. Si el justo se levanta es porque le duele la
caída, porque sabe que no ha sido llamado para eso, porque se siente mal de
fallar al llamado, por el contrario el impío se siente a gusto en su accionar,
la rebeldía no le ocasiona mayor problema, el vivir alejado del Padre no
implica consideración alguna.
Sobre esto, Pablo escribiendo a los Romanos los
exhorta diciéndoles a ellos y en ellos a los cristianos de todos los tiempos “No
os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de
vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta”.
Lo primero que vemos en esta exhortación es un
llamado a no conformarse al presente siglo, esto es acorde con la actitud del
justo que cae y se levanta, conformarse implicaría aceptar nuestra naturaleza
rebelde a Dios y vivir conforme al Enemigo, al mundo o a la carne. Después
Pablo habla de transformación a través de la renovación del entendimiento, en
esta idea hay una dualidad de concepto: por una parte implica un cambio
constante y paulatino, por otra implica ir adquiriendo mayor comprensión sobre
el Camino. Por último Pablo establece el objetivo de todo lo anterior:
comprobar cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Si juntamos las ideas anteriores podremos
entender que la vida cristiana implica un proceso donde a través de la
experiencia, luchando, cayendo y levantándonos, vamos creciendo en conocimiento
y gracia hasta alcanzar la estatura perfecta de Cristo.
El andar por el Camino, dada nuestra condición
actual, implica tropiezos, tropiezos que nos pueden derribar más no vencer en
tanto nos volvamos a levantar, renovando nuestro entendimiento, mientras somos
transformados a la semejanza de Cristo con más y más gloria por la acción Espíritu
del Padre que mora en nosotros, así que de cada caída solo hay una
pregunta que tiene sentido: ¿qué puedo aprender de esto?
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Juan 6:44; 1 Corintios
1:9; Hechos 13:48; 1 Corintios 1:24; 2 Timoteo 1:9; 1 Pedro 1:15-16; 1
Corintios 10:12; Revelación 3:11; Proverbios 24:16; 2 Corintios 7:10; Proverbios
2:14; 12:12; Romanos 12:2; 2 Pedro 3:18; Juan 17:3, 25,2 6; Efesios 4:13; 2
Corintios 3:18; Romanos 8:29
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