miércoles, 29 de mayo de 2019

La vida está llena de incertidumbre, la única manera de tener certezas es ¡intentándolo!



El camino del cristiano no es nada fácil, sobre todo si se considera que por un lado existe bastante incertidumbre en el mundo que hace diferir lo que planeamos de lo que logramos y por otro, tal vez incluso más grave, que dada nuestra respuesta al llamamiento que del Padre hemos sido objeto tendemos a pensar que siempre las cosas nos saldrán bien.

Al igual que Isaías, cuando leemos en la Escritura las palabras de Dios “yo Jehová soy tu Dios, que te ase de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudé”, no podemos menos que sentirnos extremadamente esperanzados en que todo lo que emprendamos, máxime si según nosotros es conforme a la voluntad de Dios, nos saldrá tal cual lo hemos planeado.

Pero de igual forma, e incluso en el mismo libro de Isaías, leemos que Dios nos dice “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.  Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”, de esta forma, ¿cómo podemos pretender que nuestro pensar en cuanto a cómo deben resultar las cosas es el correcto?

Si bien esa incertidumbre nos rodea, y no sólo nos rodea sino que golpea en nuestro rostro derrumbándonos cuando las adversidades nos alcanza, Dios mismo nos da consuelo en Su Palabra cuando nos declara que “para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito”, y cuando la Escritura señala que todo obra para bien implica eso: todo.

Y en cuanto a las adversidades por las que uno atraviesa, incluso estas, como se comentó anteriormente, tienen un fin en la vida de los elegidos conforme a la voluntad del Padre, como Pedro señalaba a la iglesia de aquel entonces, y en ellos a la iglesia de todos los tiempos, incluyéndonos, “no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo; antes bien, en la medida en que compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría”.

La existencia de incertidumbre es un hecho en nuestra vida, la misma Escritura da fe de ello y de la mella que en el ánimo del Pueblo de Dios la misma ocasionaba, pero ¿qué es lo que les decía Dios ante ello? “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas”, después de todo la vida está llena de incertidumbre, la única manera de tener certezas es ¡intentándolo!


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor



Referencias:
Isaías 41:13; 42:6; 55:8-9; 65:2; Romanos 8:28; 2 Corintios 5:1; 1 Pedro 4:13; 2 Tesalonicenses 1:5-7; Hebreos 12:6-12; Josué 1:9; 2 Crónicas 15:7; Jeremías 1:7-8

miércoles, 22 de mayo de 2019

Dos piernas necesitas para andar por la vida: los sueños y la acción



Vamos estableciendo de inicio un símil: para caminar ocupas de tus dos piernas, incluso si te falta una o ambas tienes que apoyarte en algo para poder desplazarte, con todo y todo tu movilidad estará restringida, salvo que cuentes con tus dos extremidades.

Lo mismo pasa en la vida del cristiano, de inicio y para avanzar en el Camino se requiere de los sueños y la acción, o dicho de otro modo, de la fe y las obras.

Tal como establece la Escritura, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de aquello que no se ve. Es por eso que aquí se equipara con los sueños, pero no con la actividad onírica que experimentamos al dormir sino con esos que denominamos así al referirnos a las metas y objetivos que nos planteamos.

Siempre que la Escritura se refiere a la fe no lo hace en un contexto etéreo desvinculado de toda realidad, sino que siempre la presenta en relación a creer algo, a esperar algo, a desear algo. Es decir, siempre está en función de algo que uno cree, espera o desea, en este caso, específicamente, las promesas que del Padre hemos recibido.

Pero de igual forma el creer, el esperar, el desear algo, si bien forma parte intrínseca de lo que escrituralmente se define como fe, lleva aunado para aquello el hacer algo, a poner por obra la fe que decimos tener, a esto aquí se le denomina acción, pero no esa acción vinculada al activismo que nos impone el mundo, sino una acción vinculada a aquella fe que por lo tanto va en pos de cuestiones trascendentes.

Sobre la acción que va aunada a lo que creemos, a lo que esperamos, a lo que deseamos, la misma Escritura de manera contundente señala que sin esto, es decir, sin obras claras, visibles, palpables, prácticamente nuestra fe es una fe muerta.

De hecho si viéramos el proceso de maduración del cristiano como la Escritura nos lo presenta, veríamos que la fe es el paso inicial, pero que a ella le siguen otros pasos que requieren de la acción, de poner por obra la verdad: virtud, conocimiento, dominio propio,  perseverancia,  piedad, fraternidad y amor, en ese orden. ¿Podemos percatarnos que salvo la fe, que es el paso inicial, el resto de pasos requiere de nuestro esfuerzo, de nuestra acción, de nuestra perseverancia?

La fe y las obras van de la mano en el avanzar por el Camino que el Padre ha señalado aquellos que Él, en su infinita misericordia y eterno amor ha llamado a salvación en el presente siglo, es así como bien podemos decir, y más que decir cuidar, que dos piernas necesitas para andar por la vida: los sueños y la acción.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Hebreos 11:1, 3; Gálatas 5:6; 1 Pedro 1:7; Santiago 2:17; 2:14, 19, 20, 26; 2 Pedro 1:5-7, 10; Salmos 119:4; Proverbios 4:23; Isaías 55:2; Juan 13:34,35; Romanos 12:10; 1 Tesalonicenses 3:12; 4:9-10

miércoles, 15 de mayo de 2019

Si las metas valiosas pudieran obtenerse con un esfuerzo mínimo, no sucedería el milagro de forjar nuestro carácter



El Camino al que uno ha sido llamado como parte de la salvación ofrecida por el Padre a través de Su Hijo Jesucristo, rara vez es fácil para el cristiano ya que no sólo está expuesto a las contrariedades propias de la vida mundana sino que a eso se le aúna el sufrimiento que deviene por la tribulación que con base en la fe se experimenta, ¿por qué tiene que ser así esto?, ¿acaso Dios no está con quienes han respondido a Su llamado?

Las preguntas anteriores, más que ser catalogadas de heréticas, deben ser consideradas con comprensión pues nuestra propia naturaleza no sólo no entiende el por qué el llamado a salvación debe padecer sino que incluso se rebela ante el sufrimiento por ello experimentado.

La Escritura nos muestra que lo anterior es una característica que podemos encontrar en todos los hombres y mujeres de Dios quienes en algún momento dado se preguntan por qué. Job en su momento se quejó amargamente ante Dios, sobre todo porque él se consideraba alguien que estaba haciendo todo lo que estuviera a su alcance para ser justo ante los ojos de Dios.

Y ese es precisamente el problema del sufrimiento que experimentamos: no lo entendemos, pero si partimos de la premisa de que el mismo está cumpliendo en nosotros una obra pensada por Dios, ¿podremos entender a cabalidad ello?, para eso necesitaríamos casi casi ser como Dios para entender Sus pensamientos, lo cual es imposible. De hecho Dios mismo interpela a Job cuestionando sobre la creación, preguntas a las que Job  no puede responder evidenciando así lo fútil de pretender entender a Dios como si uno estuviera a su mismo nivel.

Jeremías de una manera alegórica, comparando a Dios con un alfarero que moldea, cambia, da forma al barro y si no queda conforme rompe la vasija hecha para rehacerla, presenta la pregunta retórica de que si dirá el barro al alfarero  ¿qué haces?

Pero con todo y todo Dios no es un tirano que escudándose en su majestad nos oculte lo que hace, sino que en Su infinita misericordia y eterno amor nos permite atisbar las intenciones que subyacen detrás de todo lo que nos acontece.

Pablo escribiendo a los Gálatas señala que respecto a esto lo que está sucediendo en nosotros es que el Padre mismo está formando en cada uno a Cristo mismo, escribiendo a los Romanos les señala que en ese sentido para los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, a saber, a los que conforme al propósito son llamados, y en su segunda carta a los Corintios señala que lo anterior produce que vayamos siendo transformados de gloria en gloria en la misma imagen de Cristo.

Entonces, ¿cuál debe ser la actitud del cristiano ante los sufrimientos, las tribulaciones?, ¿callarse, ocultar la cabeza como el avestruz sin cuestionar nada? La Escritura no nos dice eso, pero si debemos mantener una actitud correcta sin pretender exigir respuestas a Dios ni mucho menos pretender que podemos llegar a entender todas su razones, pero de igualmente, y concluyendo con el mismo Job., preguntar a Dios ¿qué deseas, Padre, aprenda de esto?, después de todo si las metas valiosas pudieran obtenerse con un esfuerzo mínimo, no sucedería el milagro de forjar nuestro carácter.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Job 16:1-22; 38:1-41; Isaías 55:9; Jeremías 18:1-23; Gálatas 4:19; Efesios 4:13; Romanos 8:28; Efesios 1:11; 1 Pedro 1:7,8; Hebreos 12:6-12; 2 Corintios 3:16-18; Job 42:4

miércoles, 8 de mayo de 2019

Comprobado: Tus pensamientos pueden hacerse realidad... ¡siempre y cuando pongas acción en ello!



El mundo actual, enfocado en sí mismo, nos bombardea constantemente con mensajes que si bien pueden oírse agradables no por ello son del todo verdaderos, uno de estos mensajes, tal vez el más difícil de identificar como ajeno a la Escritura, es aquel que nos hace independientes de Dios para lograr nuestras metas, sueños y objetivos.

Si de liderazgo, emprendedurismo y motivación hablamos, la mayoría de los mensajes en ese sentido giran en torno a “tú puedes”, “propóntelo y lo lograras”, “en tus manos está tu futuro”, y demás por el estilo que excluyen totalmente nuestra real, clara y objetiva dependencia que tenemos de nuestro creador.

Por el contrario, la Escritura nos dice que sólo Dios, a través de Cristo, puede vigorizar nuestro corazón, acrecentarnos cuando débil estamos, darnos descanso, darnos un espíritu de poder, de amor y de dominio propio, acudir a ayudarnos, para así lograr todo lo que conforme a Su voluntad nos propongamos.

Desafortunadamente nuestra naturaleza es contraria a la voluntad de Dios, no se sujeta a Su Ley, y es más ¡ni siquiera puede!, así que siguiendo el camino de nuestros primeros padres en muchas ocasiones se prefiere seguir los propios razonamientos sin saber que el camino que a uno le parece recto puede tener fin de muerte.

Esto no quiere decir que en cuestión de liderazgo, emprendedurismo y motivación, no podamos establecer metas, sueños y objetivos, incluso materiales y temporales, pero en el mismo orden de ideas de lo que se ha venido expresando, estos sueños, metas y objetivos deben estar acorde a la voluntad de Dios y priorizados respecto de lo que en realidad vale la pena.

Cristo nos exhortaba a permanecer en Él, ese permanecer implica el luchar por alcanzar nuestros sueños, metas y objetivos materiales y temporales pero mayormente los espirituales y eternos, esto último a través de buscar primero el Reino de Dios y su justicia. De hecho esto último debería estar en primer lugar en cuanto a nuestros sueños, metas y objetivos.

Ser fuertes y valientes, no temer ni acobardarse, es un exhorto constante en la Escritura, ¿fuerte y valiente para qué?, para ir en pos de los sueños, metas y objetivos que nos hemos fijado, conforme a la voluntad del Padre y poniendo los mismos en su justo orden de prioridad;  ¿no temer ni acobardarse ante qué? ante los retos y obstáculos que en el camino a lograr lo anterior nos enfrentemos.

Estamos llamados a reflejar la imagen de Cristo, con eso en mente debemos trabajar sin desfallecer para alcanzar esto, no de manera independiente de Dios, sino sabiendo que Él trabaja en nosotros, conforme a Su voluntad, para SU mayor gloria y para nuestro bien, así que está comprobado: Tus pensamientos pueden hacerse realidad... ¡siempre y cuando pongas acción en ello!


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Salmos 73:26; Isaías 40:29; Mateo 11:28; 2 Timoteo 1:7; Romanos 8:26; Filipenses 4:13; Romanos 8:7; Proverbios 16:25; Juan 15:7; Mateo 6:33; Josué 1:9; 2 Corintios 3:18; Gálatas 4:19; Efesios 4:13; Marcos 12:25; Filipenses 1:6

miércoles, 1 de mayo de 2019

De cada caída solo hay una pregunta que tiene sentido: ¿qué puedo aprender de esto?



Cuando uno responde al llamamiento a salvación en el presente siglo que del Padre se ha recibido, muy en el interior se tiene la certeza de que a partir de ese momento el andar de uno en el Camino será irreprochable, después de todo uno es honesto en la respuesta al Padre, Él mismo nos presta Su auxilio y por el bautismo hemos muerto al Enemigo, al mundo y a la carne, pero la realidad termina por hacer trizas esta concepción pues uno igual sigue tropezando, cayendo, siendo torpe, rebelde y cobarde.

Esa realidad pareciera no se esperaba y en ocasiones la misma termina enfriando a los llamados al grado de impedirles avanzar en el Camino, dejar de producir frutos, con la posibilidad de perder las promesas que se han ofrecido; pero si uno se dejase instruir por la Escritura entendería que incluso a los elegidos les llega el  tiempo y la ocasión de las pruebas ante las cuales no solo se puede tropezar, sino incluso caer.

Siete veces cae el justo y siete veces se levanta, dice el salmista, y es precisamente esa la diferencia respecto del impío quien se regodea en su impiedad. Si el justo se levanta es porque le duele la caída, porque sabe que no ha sido llamado para eso, porque se siente mal de fallar al llamado, por el contrario el impío se siente a gusto en su accionar, la rebeldía no le ocasiona mayor problema, el vivir alejado del Padre no implica consideración alguna.

Sobre esto, Pablo escribiendo a los Romanos los exhorta diciéndoles a ellos y en ellos a los cristianos de todos los tiempos “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

Lo primero que vemos en esta exhortación es un llamado a no conformarse al presente siglo, esto es acorde con la actitud del justo que cae y se levanta, conformarse implicaría aceptar nuestra naturaleza rebelde a Dios y vivir conforme al Enemigo, al mundo o a la carne. Después Pablo habla de transformación a través de la renovación del entendimiento, en esta idea hay una dualidad de concepto: por una parte implica un cambio constante y paulatino, por otra implica ir adquiriendo mayor comprensión sobre el Camino. Por último Pablo establece el objetivo de todo lo anterior: comprobar cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Si juntamos las ideas anteriores podremos entender que la vida cristiana implica un proceso donde a través de la experiencia, luchando, cayendo y levantándonos, vamos creciendo en conocimiento y gracia hasta alcanzar la estatura perfecta de Cristo.

El andar por el Camino, dada nuestra condición actual, implica tropiezos, tropiezos que nos pueden derribar más no vencer en tanto nos volvamos a levantar, renovando nuestro entendimiento, mientras somos transformados a la semejanza de Cristo con más y más gloria por la acción Espíritu del Padre que mora en nosotros, así que de cada caída solo hay una pregunta que tiene sentido: ¿qué puedo aprender de esto?



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Juan 6:44; 1 Corintios 1:9; Hechos 13:48; 1 Corintios 1:24; 2 Timoteo 1:9; 1 Pedro 1:15-16; 1 Corintios 10:12; Revelación 3:11; Proverbios 24:16; 2 Corintios 7:10; Proverbios 2:14; 12:12; Romanos 12:2; 2 Pedro 3:18; Juan 17:3, 25,2 6; Efesios 4:13; 2 Corintios 3:18; Romanos 8:29