Pablo escribiendo a los de Corinto les dice
“así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo,
no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en
servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser
eliminado”.
Es interesante que Pablo reconozca que es
factible que uno, aunque hubiese llevado a otros a salvación, pudiera finalmente
no alcanzar las promesas, esto quiere decir que existe un riesgo en ello, pero,
de igual manera, hay más riesgo, ¿o por qué no decirlo?, certezas en ni
siquiera intentar esto.
En el mundo, el pensamiento natural es de en
muchas ocasiones no correr riesgos, esto es entendible ya que, también en
muchas ocasiones, los riesgos sobrepasan los beneficios que esperan obtenerse,
pero, ¿aplica esto para el mundo espiritual?, ¿para las promesas que se nos han
dado?, Pablo responde esto en su carta a los de Roma: “Pues no tengo dudas de
que las aflicciones del tiempo presente en nada se comparan con la gloria
venidera que habrá de revelarse en nosotros”.
“Pero bueno –alguien podrá decir- incluso en
esto, aunque las promesas excedan lo requerido para alcanzarlas, existe el riesgo
de no hacerlo, ¿para que arriesgarse?, mejor disfrutar del aquí y del ahora,
¿qué no?” La respuesta a esto nos la da la misma Escritura cuando señala “el
mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre”, de esta forma, ¿es lógico, para no arriesgarse, poner
todo en algo que ciertamente terminará, perdiendo la oportunidad de obtener
algo más imperecedero?
Pedro respondió a lo anterior cuando, a la
pregunta de si ellos, sus discípulos, también querían dejarlo como muchos a los
cuales sus palabras le parecían dura cosa de aceptar, le responde “Señor, ¿A
quién iremos? Tú tienes las palabras de vida eterna”.
Pedro tenía claro todo lo que habían dejado,
todo en sus propias palabras, aun así, la seguridad de quedarse en lo temporal
que terminará no era comparable con el riesgo, por decirlo así, de alcanzar las
promesas inherentes a aceptar a Jesús como Señor y Salvador, como el Mesías
esperado.
Nuestro Padre, así como Jesús, saben que
somos carne y que tenemos miedo, por eso constantemente nos exhortan a cobrar
ánimo ante esto, así que ¿miedo a fracasar?, es normal; pero deberías tener más
miedo de ni siquiera intentarlo.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1 Corintios 9:26-27; Romanos 8:18; 1 Juan 2:17; Juan 6:68;
Mateo 19:27; Mateo 14:27; Isaías 41:10
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