Un dicho común señala que no hay nada más
cierto en éste mundo que la muerte y los impuestos, y tiene razón, todos
morimos y todos pagamos impuestos, pero para el elegido existe otra certeza: La
esperanza de la vida eterna.
Hay quienes dicen que todos somos hijos de
Dios, pero la Palabra señala otra cosa: Todos somos creación de Dios, pero
podemos llegar a ser hijos de Dios. Sobre la creación del hombre la Escritura
indica “entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en
su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”, de esta forma el
primer hombre, así como sus descendientes, son una creación de Dios; más Juan,
en su Evangelio, indica sobre Jesús “Más a todos los que le recibieron, a los
que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Así,
todos somos creación de Dios, pero solo quienes hacen a Jesús, su salvador, son
sus hijos.
Esto último nos habilita para creer
confiadamente en las promesas dadas las cuales todas giran en torno a la vida
eterna, o, como señaló nuestro Maestro: “Yo soy la resurrección y la vida; el
que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí,
no morirá eternamente”.
Nuestro Señor nos ama tanto que no quiere que
nadie muera, como señala Pedro en su segunda carta: “El Señor no retarda su
promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con
nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento”, y, en el caso de nuestro Padre, nos ama tanto que nos dio a
su Hijo para tener vida por medio de Él: “Porque tanto amó Dios al mundo que
dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga
vida eterna”.
En todo esto que se ha dicho, la voluntad
humana es decisiva: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra
vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la
maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”.
Retomando el dicho inicial, es una realidad
que no hay nada más cierto en éste mundo que la muerte y los impuestos, pero
éstos, al igual que todo el mundo, llegará el momento en que termina siendo
que, la vida eterna que alcancen los elegidos, nunca terminará: “Y el mundo
pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre”.
El problema de la vida no es que termine,
sino que la misma se desperdicie sin usarla para alcanzar las promesas que con
la vida eterna se nos han entregado después de todo la vida termina, eso es un
hecho, pero de ti depende que sea con una estruendosa ovación de pie.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Génesis
2:7; 1 Corintios 15:45; Juan 1:12; Romanos 8:14; Juan 11:25-26; Colosenses 3:4;
2 Pedro 3:9; 1 Timoteo 2:4; Juan 3:16; Juan 3:18; Deuteronomio 30:19; Jeremías
21:8; 1 Juan 2:17; 1 Corintios 7:31