martes, 13 de junio de 2023

Caer duele un momento, no levantarse duele toda la vida

 


Los tropiezos, las caídas de los elegidos mientras se va a las promesas recibidas del Padre, es algo que es entendible considerando nuestra actual carnalidad, con todo y todo eso no deja de ser doloroso, aun así, eso es bueno pues implica que, al tener el Espíritu Santo en uno, hay constricción por aquello experimentado ajeno al llamamiento, el problema es dejar que esa constricción lleva al desánimo, luego al abatimiento y por último a la renuncia del llamamiento al que se ha respondido.

 

No sé quién pudiera ser una de las personas que más ha sufrido por tropezar o caer en el Camino, pero sin duda creo que Pedro estaría entre las primeras.

 

El Evangelio de Mateo nos narra el siguiente intercambio discursivo entre Pedro y Jesús previo a su prendimiento y muerte: “Entonces Pedro, respondiendo, le dijo: Aunque todos se aparten por causa de ti, yo nunca me apartaré. Jesús le dijo: En verdad te digo que esta misma noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”.

 

Más delante, el mismo Evangelio, narra en que concluyó esa promesa: “Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices. Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También este estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre. Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente”.

 

La frase final de la cita anterior creo lo dice todo “Y saliendo fuera, lloró amargamente”. ¿Te imaginas el sentimiento de negar, incluso con maldiciones, a tu maestro que habías acompañado por tres años y al que habías prometido morirías con Él si fuese necesario?, creo que abatimiento debió ser abrumador para Pedro, pero la historia no termina ahí.

 

Más delante, una vez que Jesús hubo resucitado, se apareció a los suyos. Juan nos narra el entonces intercambio discursivo entre Él y Pedro: “Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas”.

 

Jesús no se sintió decepcionado de aquel momento de debilidad de Pedro, no lo rechazó por ello, al contrario, después de resucitar le asigna una posición de liderazgo. Desde el punto de vista humano eso no se entiende, pero desde el punto de vista divino sí: Nadie mejor para apacentar y pastorear que aquel que ha experimentado en sí mismo las debilidades de la carne que padecerán de igual forma aquellas ovejas que se le están encomendando.

 

Así que Dios, incluso de nuestros tropiezos, de nuestras caídas, puede sacar algo de valor para edificación de uno y de los demás y para el cumplimiento del plan que Él pensó desde la eternidad para cada uno, obvio: siempre y cuando uno no se quede tirado en el Camino, después de todo caer duele un momento, no levantarse duele toda la vida.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 


 

Referencias:

Mateo 26:33-35; Mateo 26:69-75; Juan 21:15-17

 


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