Los
tropiezos, las caídas de los elegidos mientras se va a las promesas recibidas
del Padre, es algo que es entendible considerando nuestra actual carnalidad,
con todo y todo eso no deja de ser doloroso, aun así, eso es bueno pues implica
que, al tener el Espíritu Santo en uno, hay constricción por aquello
experimentado ajeno al llamamiento, el problema es dejar que esa constricción
lleva al desánimo, luego al abatimiento y por último a la renuncia del
llamamiento al que se ha respondido.
No
sé quién pudiera ser una de las personas que más ha sufrido por tropezar o caer
en el Camino, pero sin duda creo que Pedro estaría entre las primeras.
El
Evangelio de Mateo nos narra el siguiente intercambio discursivo entre Pedro y
Jesús previo a su prendimiento y muerte: “Entonces Pedro, respondiendo, le
dijo: Aunque todos se aparten por causa de ti, yo nunca me apartaré. Jesús le
dijo: En verdad te digo que esta misma noche, antes que el gallo cante, me negarás
tres veces. Pedro le dijo: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”.
Más
delante, el mismo Evangelio, narra en que concluyó esa promesa: “Pedro estaba
sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también
estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo
que dices. Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí:
También este estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento:
No conozco al hombre. Un poco después, acercándose los que por allí estaban,
dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera
de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al
hombre. Y en seguida cantó el gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras
de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces.
Y saliendo fuera, lloró amargamente”.
La
frase final de la cita anterior creo lo dice todo “Y saliendo fuera, lloró
amargamente”. ¿Te imaginas el sentimiento de negar, incluso con maldiciones, a
tu maestro que habías acompañado por tres años y al que habías prometido
morirías con Él si fuese necesario?, creo que abatimiento debió ser abrumador
para Pedro, pero la historia no termina ahí.
Más
delante, una vez que Jesús hubo resucitado, se apareció a los suyos. Juan nos
narra el entonces intercambio discursivo entre Él y Pedro: “Cuando hubieron
comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?
Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis
corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?
Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis
ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se
entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor,
tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas”.
Jesús
no se sintió decepcionado de aquel momento de debilidad de Pedro, no lo rechazó
por ello, al contrario, después de resucitar le asigna una posición de
liderazgo. Desde el punto de vista humano eso no se entiende, pero desde el
punto de vista divino sí: Nadie mejor para apacentar y pastorear que aquel que
ha experimentado en sí mismo las debilidades de la carne que padecerán de igual
forma aquellas ovejas que se le están encomendando.
Así
que Dios, incluso de nuestros tropiezos, de nuestras caídas, puede sacar algo
de valor para edificación de uno y de los demás y para el cumplimiento del plan
que Él pensó desde la eternidad para cada uno, obvio: siempre y cuando uno no
se quede tirado en el Camino, después de todo caer duele un momento, no
levantarse duele toda la vida.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo 26:33-35; Mateo 26:69-75; Juan 21:15-17
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