Nuestro
Señor en su momento les dijo a los suyos, y en su figura a todos los creyentes
de todos los tiempos, que cuando dieran limosna, oraran o ayunaran, no fueran como
aquellos que Él llama hipócritas por que hacen esto con ostentación para ser
vistos, sino que sus seguidores debían practicar aquello sin ánimo de ser
reconocidos.
Lo
anterior es claro para los elegidos, pero no se circunscribe solo a la limosna,
la oración o el ayuno, sino a todos los ámbitos de nuestra vida, y no solo para
no ser vistos por los demás, sino para que nuestro ego no se desborde viendo en
ello un fin cuando más bien aquello es un medio.
La
limosna, la oración o el ayuno, así como todo aquello piadosos que podamos ver
como parte del llamamiento al que se ha respondido, tiene el fin último de
replicar en nosotros el carácter perfecto y santo de nuestro Padre Dios. Esto
es posible a través del obrar conforme a la fe que decimos profesar, pero
mayormente por la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.
Jacobo,
el medio hermano de Jesús, escribe en su carta, “toda buena dádiva y todo don
perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay
mudanza, ni sombra de variación”, y Pablo, haciendo eco de esto, señala en su
carta a los de Filipo, “Porque Dios es el que en vosotros obra así el querer
como el hacer, por su buena voluntad”.
Así
que incluso nuestro querer y nuestro hacer provienen de Dios, pero, si nos
fijamos en la cita, en ninguna parte se da la idea de que Dios nos obliga a
ello, así que la libertad para hacer ese hacer y para querer ese querer sigue
siendo de nosotros, entonces ¿cómo jactarnos de ello?, en todo caso habría que
dar gracias, dar honra a Dios por ese querer y por ese hacer y no
vanagloriarnos cuando de ello se nos diga algo bueno.
Esto
es muy importante tenerlo en mente pues, incluso con buenas intenciones, cuando
uno comienza a recoger de los demás halagos por el trabajo que hace en la obra,
puede llegar a considerar que eso es lo buscado, cuando eso es algo colateral,
y, como se vio, incluso algo cuya honra no es de uno sino de Aquel quien por su
Espíritu trabaja en uno.
Esto
lo tiene muy en claro Pablo cuando escribe en su primera carta a los de
Corinto: “Yo sembré, y Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así
que ni el que siembra ni el que riega son algo, sino Dios, que da el
crecimiento. Y tanto el que siembra como el que riega son iguales, aunque cada
uno recibirá su recompensa conforme a su labor”.
Mientras
andamos por el Camino a las promesas que del Padre hemos recibido, habrá mucho
trabajo, también muchos frutos previos, pero ni lo uno ni lo otro debe
confundirnos para saber que todo proviene de Dios y que la gloria de ello es
para él, en ese sentido recuerda: eres, no los halagos o críticas que recibes,
sino los sueños que conquistes.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo 6:1-18; Hechos 3:12-21; Santiago 1:17; Juan 3:27; Filipenses 2:13; 1 Corintios 12:6; 1 Corintios 3:6-8; Romanos 15:18