martes, 9 de mayo de 2023

Tu no sostendrías en la mano un carbón ardiendo, entonces ¿por qué guardar en tu alma sentimientos que te dañan?

 


Es un hecho que mientras los elegidos aún militemos en esta carne débil, torpe, rebelde y cobarde, estamos expuestos a las insidias del Enemigo, el Mundo y la Carne, pero una cosa es enfrentar lo que provenga de esto y otra muy distinta que uno mismo lo propicie guardando en el alma sentimientos que dañan.

 

En lo que se conoce como El Sermón del Monte, después de dar nuestro Señor las llamadas Bienaventuranzas, comienza a darle lustre a la Ley llevándola a niveles espirituales. Uno de esos aspectos tiene que ver precisamente con esos sentimientos que pueden dañarnos.

 

“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.  Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante”.

 

Este discurso no está dirigido para aquellos que rechazan a Jesús, por el contrario, está dirigido para aquellos que han optado por seguirle, y en ese sentido, es de destacar que previo a venir al Padre, nuestro Señor establece como requisito el reconciliarse con el hermano, pero hay más: Nuestro Señor no señala que esto se haga si uno le ha hecho daño al hermano, no: el señala que si incluso es el otro quien tiene algo contra uno, de uno mismo debe salir el intento de reconciliarse.

 

¿Difícil?, claro que sí, eso va en contra de nuestra naturaleza, pero quien ha nacido de nuevo, como escribe Pablo a los de Galacia, “han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Y, ante esto, alguien podrá decir “¿cómo es que he crucificado la carne con sus pasiones y deseos cuando aún la padezco?”, lo que pasa es que, siguiendo el símil con la  crucifixión, aquella pena no mataba al transgresor inmediatamente, con nosotros es lo mismo, hemos crucificado la carne con sus pasiones y deseos pero aún están en proceso de morir, como escribe Juan en su primera carta “amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.

 

“Pero, ¿y si no me nace?”, podrá alguien decir, pero en esto hay que entender que en ninguna parte de la Escritura, lo requerido por Dios a sus hijos pasa por la condicionante de “si nos nace”, son cuestiones volitivas es decir, uno las debe hacer porque así agradamos al Padre más allá de si nos nace o no, pero no hay problema: llegará el momento en que nos nazca, como también escribe Juan en su primera carta: “Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”, así que llegará el momento en que, nacidos de Dios en la resurrección/transformación, no pequemos más e incluso el servir a Dios nos nazca.

 

Al haber respondido al llamado del Padre para venir a salvación en el presente siglo nos hemos comprometidos a llegar a ser, por su Espíritu en nosotros, perfectos y santos como Él mismo lo es, lo cual pasa por no guardar en el alma sentimientos contrarios a un hijo de Dios, después de todo tu no sostendrías en la mano un carbón ardiendo, entonces ¿por qué guardar en tu alma sentimientos que te dañan?

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 

 

Referencias:

 Mateo 5:21-26; 1 Juan 3:15; Gálatas 5:24; Colosenses 2:11; Romanos 6:6; Efesios 4:22; 1 Juan 3:2; Juan 1:12; Mateo 5:48; Levítico 19:2; 1 Pedro 1:16; Levítico 11:44


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