Algo
que cuesta de aceptar para los elegidos es el hecho de que, dado que aún
militamos en esta carne, somos débiles, torpes, rebeldes y cobardes. Juan sobre
esto, en su primera carta, señala “Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no
se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se
manifieste [Cristo], seremos semejantes a El porque le veremos como Él es”.
Esta
dualidad que ahorita tenemos, carne-Espíritu, resulta en una contienda, como
Pablo escribe a los de Galacia, “porque el deseo de la carne es contra el
Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí,
para que no hagáis lo que quisiereis”, y si bien no podemos cambiar en la
actualidad esa nuestra naturaleza que nos atribula, sí podemos optar por lo
mejor que el Espíritu ha puesto en nosotros, como escribe Pablo a los de
Filipo: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto,
todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si
hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.
Santiago,
sobre esa opción que todos los elegidos tenemos, a saber: entre el bien y el
mal, entre las bendiciones y las maldiciones, claramente señala “y al que sabe
hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”.
Esta
realidad debe quedar clara para los elegidos a efectos de no desanimarnos en
nuestro andar por el Camino hacia las promesas del Padre. Con todo y todo, es
menester poner la vista, no en lo que ahorita no somos sino en lo que seremos
cuando nuestro Señor se manifieste, y sobre esto Juan en su primera carta da ánimos
al señalar “Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, porque la
simiente de Dios permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios”.
Mientras
eso llega, como Pablo estaremos experimentando la dicotomía de padecer por lo
que aún no llega, pero con la esperanza de que llegará: “Porque no hago el bien
que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya
no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el
bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior,
me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela
contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está
en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?
Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”.
En
el camino a las promesas que se nos han dado el elegido sabe que mientras
milite en esta carne estará sujeto a las insidias del Enemigo, el Mundo y la
Carne, con todo y todo sabe que cuenta con el Espíritu para que, día con día,
elegir de entre obedecer o no a Dios, lo que como hijos de Él se espera de
nosotros, en tanto el Espíritu trabaja en cada uno para reflejar el carácter
perfecto y santo de nuestro Padre Dios, después de todo, y solo por el momento
actual, no puedes cambiar lo que eres, pero de todo lo que eres cada día puedes
optar por lo mejor de ti.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1
Juan 3:2; Job 19:26; Salmos 17:15; Filipenses 4:8; Romanos 14:18; 1 Pedro 2:12:
Santiago 4:17; Lucas 12:47; 2 Pedro 2:21; 1 Juan 3:9; Salmos 119:3; 1 Pedro
1:23; Romanos 7:19-25; 1 Corintios 15:57; 2 Corintios 12:9,10
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