Este
mensaje es para los elegidos, ¿por qué?, por que quien todavía no ha aceptado
el llamado del Padre para venir a salvación ¡aún no tiene la vida!, sigue en el
pecado, sigue en la muerte, como escribe Pablo a los de Colosas: “el cual [Dios]
nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su
amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.
Con todo y todo, esa vida que se nos ha dado por medio
del sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, si bien ya es nuestra, debemos
de igual forma pelear por ella para no perder las promesas que se nos han
entregado, como nuestro Señor dice en Revelación: “He aquí, yo vengo pronto;
retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”.
Así que queda muy claro que las promesas, si bien no nos
hemos hechos merecedores de las mismas por nuestro propio esfuerzo, sí podemos
perderlas por nuestra desidia.
Pero entonces, ¿cómo entender el dicho de Jesús sobre los
suyos relativo a “y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las
arrebatará de mi mano”? En la misma línea del pensamiento expresado con
anterioridad. Fijémonos que claramente nuestro Señor señala “nadie las
arrebatará de mi mano”, en efecto: nadie nos puede arrebatar de las manos de
nuestro Señor, pero –y esto es muy importante tenerlo en mente–, en función del
libre albedrío del que Dios nos ha dotado, nosotros sí podemos decidir de
manera libre y voluntaria abjurar de la salvación que se nos ha dado.
Esto lo explica muy claramente Pedro en su segunda carta
cuando señala “porque si después de haber escapado de las contaminaciones del
mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo son
enredados en ellas y vencidos, su condición postrera viene a ser peor que la
primera. Pues hubiera sido mejor para ellos no haber conocido el camino de la
justicia, que, habiéndolo conocido, apartarse del santo mandamiento que les fue
dado”.
Y Pablo, en el mismo orden de ideas, escribiendo a los
hebreos, les señala “porque si pecáremos voluntariamente después de haber
recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los
pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha
de devorar a los adversarios”.
En nuestro andar por el Camino debemos tener muy en claro
que, si bien la salvación y las promesas inherentes a ella nos han sido
granjeadas de gracia por medio del sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús,
el alcanzar la meta implica nuestro esfuerzo y dedicación, claro está, con la
ayuda del Espíritu de Dios que mora en nosotros, así que ya lo sabes la vida es
tuya, te pertenece, es de tu propiedad, entonces ¿qué esperas? ¡sal y
reclámala!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Colosenses
1:13-14; Hechos 26:18; Revelación 3:11; Josué 1:9; Juan 10:28; Isaías 27:3; 2
Pedro 2:21-22; Ezequiel 18:24; Hebreos 10:26-27; Números 15:30
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