Los malos momentos en la vida cristiana no son algo
excepcional sino más bien recurrente. Salomón en su momento escribió “Me volví
y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los
fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de
los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos”. Eso de
que “tiempo y ocasión acontecen a todos” significa que no importa si uno es
fuerte o débil, sabio o necio, rico o pobre, salvo o no salvo, a todos nos
llega en algún momento aquellos malos momentos mencionados.
Jesús mismo a los suyos, y en su figura a todos nosotros,
claramente les dijo "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz.
En el mundo tendréis aflicción…” pero no dejó a su iglesia sin esperanza pues
luego añadió “…pero confiad, yo he vencido al mundo”.
De esta forma los elegidos no esperan que su vida esté
exenta de vicisitudes, pero es entendible, carnalmente entendible, que esas
vicisitudes mellen en ocasiones nuestro ánimo.
Job mismo, cuando le acaecieron todas las desgracias que
la Escritura nos presenta, en su momento dijo “Perezca el día en que yo nací, y
la noche en que se dijo: Varón es concebido […] ¿Por qué no morí yo en la
matriz, o expiré al salir del vientre?, ¿por qué me recibieron las rodillas?,
¿y a qué los pechos para que mamase?, pues ahora estaría yo muerto, y
reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso”, y eso que estamos hablando
de alguien a quien la misma Palabra en boca de Dios señala como “perfecto y
recto, temeroso de Dios y apartado del mal”.
Pero esa actitud no nos lleva a ningún lado. Una cosa es
entristecerse, incluso llorar, pero otra muy distinta quedarse postrado
rumiando nuestra amargura. “Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más
los impíos caerán en el mal” señala la Palabra, de esta forma no son las caídas
las que definen al justo sino las veces que éste se levanta para continuar con
su andar, no así los impíos quienes se quedan postrados.
Sin duda alguna Pablo nos deja un ejemplo de ese ánimo
que debe motivar el andar del elegido en el Camino: “Hermanos, yo mismo no
pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que
queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al
premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Ante los malos momentos que lleguen a tu vida está bien
entristecerse, llorar, pero no tomar esa actitud para quedar postrado sino para
sostenernos en Aquel que nos ha llamado a salvación para que levantándonos
continuemos el camino a las promesas que se nos han dado, después de todo los
malos momentos son como el polvo, tu no decides cuando entran pero sí cuando
los barres y sacas fuera.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Eclesiastés
9:11; Jeremías 9:23; Juan 16:33; Romanos 8:37; Job 3:3, 11-13; 1:8; Jeremías
15:10; Proverbios 24:16; Job 5:19; Filipenses 3:13-15; Hebreos 6:1
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