martes, 29 de noviembre de 2022

La esencia de un árbol radica en que hunde sus raíces en la tierra mientras con sus ramas trata de abrazar el cielo

 


Cuando uno lee la Escritura debe entender que nada en ella, absolutamente nada, es casual. La Palabra ha sido inspirada por Dios y en la misma, las expresiones que contiene, no son para adornarla sino “para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia”. En ese sentido es interesante como en la misma el hombre es representado por la figura del árbol.

 

David escribió en su momento en uno de sus salmos “¿Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley de Jehová está su deleite, y en su ley medita de día y de noche! Será como árbol [firmemente] plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera”.

 

Isaías de igual forma señaló “[Los justos] brotarán entre la hierba como sauces junto a corrientes de agua” y “Pondré en los desiertos el cedro, la acacia, el mirto y el olivo; pondré en el yermo el ciprés, junto con el olmo y el boj, para que vean y entiendan, consideren y comprendan a una que la mano de Jehová ha hecho esto, que el Santo de Israel lo ha creado”.

 

Pablo, escribiendo a los de Roma les dice, “Porque si tú [los gentiles] fuiste cortado de lo que por naturaleza es un olivo silvestre, y contra lo que es natural fuiste injertado en un olivo cultivado, ¿cuánto más éstos [los judíos], que son las [ramas] naturales, serán injertados en su propio olivo?”

 

Salomón escribió en uno de sus proverbios “El fruto del justo es árbol de vida, y el que gana almas es sabio”.

 

E incluso Jesús en su momento dijo a los suyos “Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego”.

 

Siguiendo con esa imagen, podemos ver como un árbol, si bien se sustenta en el sitio donde está plantado, busca crecer hacia arriba, desarrollarse extendiéndose a lo alto, siendo más y mejor, y, en el caso de los elegidos, haciendo todo eso con la ayuda del Espíritu que se ha recibido hasta llegar a ser un hijo de Dios, después de todo, la esencia de un árbol radica en que hunde sus raíces en la tierra mientras con sus ramas trata de abrazar el cielo.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 


Referencias:

2 Timoteo 3:16; Salmos 1:1-3; Isaías 44:4; Isaías 41:19-20; Romanos 11:24; Proverbios 11:30; Mateo 7:17-19


martes, 22 de noviembre de 2022

El que un problema no tenga la solución que tú quieres no quiere decir que no tenga arreglo


 


Desde el inicio de la historia de la humanidad, el problema de la relación del hombre para con Dios es que en muchas ocasiones el primero cree saber mejor que el segundo lo que debe hacerse, cómo debe hacerse, cuándo debe hacerse, dónde debe hacerse, por qué debe hacerse y para qué debe hacerse.

 

Dios le dice al hombre todo lo anterior esperando éste escoja sabiamente, “a los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”, más sin embargo la historia humana muestra al hombre escogiendo lo que a él, no a Dios, le parece mejor, con las consecuencias que todos conocemos.

 

Un ejemplo de lo anterior lo tenemos en el Rey Saúl. En su momento Dios, por medio del Profeta Samuel, le dijo a Saúl “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”, pero ¿qué nos dice la Palabra que hizo el Rey Saúl? “Y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron”. Cuando el Profeta Samuel le reclama este proceder a Saúl, ¿qué dice este? “… el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos”, y ¿qué le responde el Profeta Samuel?, “¿se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”.

 

Todos en algún momento dado hemos sido como el Rey Saúl, creyendo que, aunque Dios claramente nos ha dicho qué hacer y qué no hacer, nuestra manera de ver las cosas es mejor y, por ende, hemos actuado en consecuencia, lo cual quiere decir, en rebeldía.

 

Es natural que el hombre tenga en su mente una manera que considera correcta de hacer las cosas, pero, como dice la Escritura, “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”, de igual forma, el no comprender de momento el actuar de Dios no es razón para desobedecerle pues Él mismo nos ha dicho “porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.  Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.

 

¿Qué hacer?, confiar en Dios ya que nuestras soluciones imperfectas no pueden compararse con las soluciones perfectas que devienen de Él ante todo lo que enfrentamos, ya que, como dice la Palabra, “…nada hay imposible para Dios”, así que deja todo en manos de Dios, después de todo “el que un problema no tenga la solución que tú quieres no quiere decir que no tenga arreglo”.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Deuteronomio 30:19; Jeremías 21:8; 1 Samuel 15:3, 9, 15, 22; Oseas 6:6; Jeremías 17:9; Mateo 15:19; Isaías 55:8-9; Salmos 33:11; Lucas 1:37; Jeremías 32:17


martes, 15 de noviembre de 2022

Receta básica (si no es que única) para que lo que quieres sea tuyo: lucha

 


La vida cristiana, contrario a lo que algunos pudieran creer, no es un transitar apacible por este mundo sino una lucha constante contra el mismo.

 

Pablo escribiendo a los de Éfeso no puede ser más claro en lo anterior cuando señala: “Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las [huestes] espirituales de maldad en las [regiones] celestiales”, de igual forma escribiendo a los de Corinto, en su segunda carta les señala “pues aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne; porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”, y de igual forma en su carta a los de Galacia indica “porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el [del] Espíritu [es] contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis”.

 

Esto es representado simbólicamente en Revelación cuando, observando Juan la visión que ve, señala “entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”.

 

Es por ello que en aquella carta a los de Éfeso, Pablo los exhorta a vestirte con la armadura de Dios para esa batalla que se enfrenta: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”.

 

Con todo y todo, ¿cuál será el resultado de esta batalla?, Jesús mismo revela ese resultado en el último libro de la Escritura, pero de igual forma, como puede verse, ese resultado depende de uno: “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”.

 

La vida de los elegidos es una lucha, lucha contra el Enemigo, el Mundo y la Carne, lucha cuya recompensa excede los padecimientos que se tengan en el presente siglo, y lucha que llegará el momento que concluya para siempre, así que ya sabes, para tu vida cristiana, la receta básica (si no es que única) para que lo que quieres sea tuyo: lucha.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Efesios 6:12; Marcos 4:19; 2 Corintios 10:3-4; Romanos 8:4; Gálatas 5:17; Romanos 7:18; Revelación 12:17; Génesis 3:15; Efesios 6:10-18; 1 Corintios 16:13; Revelación 2:10; Mateo 10:22


martes, 8 de noviembre de 2022

Los malos momentos son como el polvo, tu no decides cuando entran pero sí cuando los barres y sacas fuera

 


Los malos momentos en la vida cristiana no son algo excepcional sino más bien recurrente. Salomón en su momento escribió “Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos”. Eso de que “tiempo y ocasión acontecen a todos” significa que no importa si uno es fuerte o débil, sabio o necio, rico o pobre, salvo o no salvo, a todos nos llega en algún momento aquellos malos momentos mencionados.

 

Jesús mismo a los suyos, y en su figura a todos nosotros, claramente les dijo "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción…” pero no dejó a su iglesia sin esperanza pues luego añadió “…pero confiad, yo he vencido al mundo”.

 

De esta forma los elegidos no esperan que su vida esté exenta de vicisitudes, pero es entendible, carnalmente entendible, que esas vicisitudes mellen en ocasiones nuestro ánimo.

 

Job mismo, cuando le acaecieron todas las desgracias que la Escritura nos presenta, en su momento dijo “Perezca el día en que yo nací, y la noche en que se dijo: Varón es concebido […] ¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre?, ¿por qué me recibieron las rodillas?, ¿y a qué los pechos para que mamase?, pues ahora estaría yo muerto, y reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso”, y eso que estamos hablando de alguien a quien la misma Palabra en boca de Dios señala como “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”.

 

Pero esa actitud no nos lleva a ningún lado. Una cosa es entristecerse, incluso llorar, pero otra muy distinta quedarse postrado rumiando nuestra amargura. “Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal” señala la Palabra, de esta forma no son las caídas las que definen al justo sino las veces que éste se levanta para continuar con su andar, no así los impíos quienes se quedan postrados.

 

Sin duda alguna Pablo nos deja un ejemplo de ese ánimo que debe motivar el andar del elegido en el Camino: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

 

Ante los malos momentos que lleguen a tu vida está bien entristecerse, llorar, pero no tomar esa actitud para quedar postrado sino para sostenernos en Aquel que nos ha llamado a salvación para que levantándonos continuemos el camino a las promesas que se nos han dado, después de todo los malos momentos son como el polvo, tu no decides cuando entran pero sí cuando los barres y sacas fuera.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Eclesiastés 9:11; Jeremías 9:23; Juan 16:33; Romanos 8:37; Job 3:3, 11-13; 1:8; Jeremías 15:10; Proverbios 24:16; Job 5:19; Filipenses 3:13-15; Hebreos 6:1


martes, 1 de noviembre de 2022

¿Sabes algo? En tu vida siempre tendrás razón, excepto cuando crees que no puedes

 


De inicio tal vez el anterior título te puede parecer un poco extraño, ¿cómo es que en la vida siempre uno tiene la razón?, ¿quiere decir que uno nunca está equivocado? Déjame explicártelo.

 

Una cosa es tener razón y otra muy distinta poseer la verdad. La razón es el producto de mis capacidades cognitivas, de aquello que entiendo y de las conclusiones a las que llego, es decir, es subjetiva y depende de mi percepción.

 

Por su parte la verdad es absoluta, algo que es inherente y que independientemente de como yo lo vea no cambia.

 

Yo puedo decir que el helado de chocolate tiene un sabor desagradable, y tendré razón ya que para mí así es, pero no puedo decir que el helado de chocolate está hecho de tierra pues eso no es verdad. De esta forma es muy diferente tener razón a poseer la verdad.

 

En el caso de los elegidos la verdad está dada, no por nuestros argumentos, conocimientos o percepciones sino por la revelación que del Padre deviene a través de su Palabra. Jesús en su momento oró al Padre por los suyos diciendo “santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. ¿Te fijas?, Jesús no pidió por que el Padre nos santificara en nuestra verdad sino en su verdad, de esta forma nuestra razón debe buscar adecuarse a la verdad que del Padre hemos recibido, no al revés como algunos pretenden.

 

En ese sentido, y hablando sobre un punto muy específico de la vida cristiana, siempre tendremos razón excepto cuando digamos que no podemos ¿por qué?, porque el poder o no de hacer algo, en el caso de los elegidos, no depende de nosotros sino del poder de Dios que hemos recibido.

 

Pablo escribiendo a los de Corinto, en su segunda carta les dice, “¿son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces.  De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar;  en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; . en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias”

 

Honestamente, si hubiéramos sido Pablo, tal vez hubiéramos creído que ante eso que relata no hubiéramos podido enfrentarlo, ¡y tendríamos razón!, más no poseeríamos la verdad ya que la Palabra claramente nos señala, cuando Pablo escribe a los de Filipo, “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

 

Así que avancemos el Camino hacia las promesas que se nos han otorgado no poniendo nuestra confianza en nuestras fuerzas, en nuestras capacidades, sino en Aquel que nos ha llamado para ser parte de su familia, después de todo ¿sabes algo? En tu vida siempre tendrás razón, excepto cuando crees que no puedes.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Juan 17:17; 2 Samuel 7:28; Efesios 5:26; 2 Corintios 11:23-28; Hechos 9:16; Romanos 8:36; Filipenses 4:13 2 Corintios 12:9; Colosenses 1:11