¿Te has dado cuenta cómo es que nuestro deseo por los
alimentos no comienza cuando los vemos sino incluso cuando sin verlos podemos
olerlos? Algo así pasa con las promesas que se nos han dado como elegidos que respondiendo
al llamamiento del Padre hemos venido a salvación en el presente siglo.
Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Corinto y en su
figura a todos los creyentes de todos los tiempos, les dice “al no poner
nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las
cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
¿Cómo pudiéramos poner la vista en las cosas que no se
ven?, primeramente, eso de “poner la vista en” no significa “mirar”, literal y
carnalmente hablando, eso sería imposible pues esas mismas cosas, como se dice,
no pueden verse, lo anterior se refiere más que nada a “apuntar hacia”, “establecer
una meta”, “dirigirse a”, pero para ello se ocupa primero saber hacia dónde nos
dirigimos y segundo querer ir hacia allá.
Eso de “saber hacia dónde nos dirigimos” está dado por la
fe que hemos aceptado la cual, a través de las verdades de salvación, los
principios doctrinales, se nos indica el destino, así como la manera de
alcanzarlo. Lo segundo, el “querer ir hacia allá” ya depende de nosotros.
Pablo sobre esto señala escribiendo a los de Filipo, “hermanos,
yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente
lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta,
al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Esa meta, ese supremo llamamiento, como lo llama Pablo,
es lo que podríamos señalar, siguiendo el título de este tema, como los sueños
que tiene todo elegido. No sueños en un sentido onírico, sino sueños en un
sentido de aquello anhelado, de aquello que se busca, de aquello que le da sentido
a nuestra nueva vida.
Ahora bien, ese anhelo, esa búsqueda, debe hacernos dejar
todo aquello que nos estorbe, que nos impida alcanzar lo esperado. Pablo escribiendo
a los de Filipo les dice sobre esto “y ciertamente, aun estimo todas las cosas
como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por
amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” y
de igual forma, en cuanto al esfuerzo requerido, en su primera carta a los de
Corinto les dice “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la
verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”.
Actuar de otra forma, siguiendo con el título del presente tema, sería como percibir
el aroma delicioso de una comida, pero que nos negásemos a sentarnos a la mesa
para disfrutar de la misma.
El avanzar hacia las promesas que se nos han dado
requiere que nuestra vista esté puesta, no en los problemas o adversidades que enfrentemos,
ni siquiera en la capacidad o incapacidad nuestra de alcanzar aquello, sino en
Aquel que nos ha llamado a salvación teniendo siempre en mente que lo esperado excede
con mucho cualquier cosa que enfrentemos en la actualidad, después de todo los
sueños son como el aroma de los alimentos: despiertan en nosotros el apetito
por ellos.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
2
Corintios 4:18; Romanos 8:24; Filipenses 3:12-14; 1 Corintios 13:12; Filipenses
3:8; 2 Pedro 1:8; 1 Corintios 9:25; Santiago 1:12
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