Sin
duda alguna que el camino del elegido está plagado de pruebas, tentaciones,
tribulaciones, Jesús mismo antes de su partida señaló “estas cosas os he
hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero
confiad, yo he vencido al mundo”, esa confianza implica mantenerse firme aunque
las adversidades de la vida nos sean contrarias.
Obvio, como escribe Pablo a los hebreos, que “es verdad
que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza;
pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido
ejercitados”, de esta forma, este entendimiento permite aguantar las
vicisitudes de la vida.
Ambas expresiones pueden y deben considerarse a la luz de
lo señalado en su momento por Jesús
cuando comentó “con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas”. Esa paciencia
implica aquella confianza pedida por Jesús y ese aguante esperado por Pablo.
A veces pienso sobre esa paciencia casi casi como un acto
de terquedad, pero de terquedad espiritual. Mira, te explico.
La función del Enemigo es acusarnos delante de Dios y
delante de nosotros, esa acusación hace mella en nuestro ánimo llegando al punto
de desmoralizarnos al grado de abandonar el andar hacia las promesas dadas,
pero Dios no espera perfección y santidad de nuestra parte en el presente siglo
—lo cual se logrará hasta que seamos despojados de esta carnalidad— sino que
nos mantengamos fieles hasta el final.
Pero visto desde la perspectiva de todo lo mencionado,
esa paciencia que de nosotros se espera bien puede rayar en la terquedad, es
decir, a pesar de todo el desánimo que el Enemigo ponga en nuestro corazón
nosotros, tercamente, debemos permanecer fieles hasta el final, avanzando con
decisión hacia las promesas que se nos han dado.
¿Y qué hacer con los tropiezos, las caídas que
experimentemos?, ¿desanimarnos?, ¿tirar la toalla?, ¿dejar todo?, para nada,
como Juan escribe en su primera carta “hijitos míos, estas cosas os escribo
para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el
Padre, a Jesucristo el justo”.
Así que ante las adversidades, las vicisitudes que de la
vida experimentemos, debemos ejercer aquella confianza pedida por Jesús y ese
aguante esperado por Pablo, esa paciencia que pide la Palabra, paciencia que
bien puede señalarse como una terquedad espiritual al continuar nuestro avance
por el Camino, con firmeza y fidelidad, a las promesas que se nos han dado,
después de todo sea que la vida se canse de golpear o tú te canses de ser
golpeado, al final el resultado es ganancia, ¡aguanta!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Juan
16:33; Hechos 14:22; Hebreos 12:11; 1 Pedro 1:6; Lucas 21:19; Mateo 24:13; Revelación
12:9; Zacarías 3:1; 1 Corintios 15:53-55; 2 Corintios 5:4; Revelación 2:10; 1
Corintios 9:25; 1 Juan 2:1; Romanos 8:34
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