La
vida secular plantea la norma del desarrollo personal con aquella máxima que
señala que uno debe ser capaz de tomar las riendas de la propia vida, esto, si
bien también aplica para la vida espiritual, no puede quedarse en simplemente
tomar las riendas de la vida sino que debe avanzar incluso para cambiar esa
vida antes que solo tomar las riendas de la misma.
Supongamos
tienes un automóvil defectuoso, está mal de la transmisión y le fallan los
frenos, siguiendo la máxima secular de tomar las riendas de la vida esto sería
equivalente a ser tú y nadie más quien manejara aquel automóvil pero, dado que
ya se indicó que el mismo está defectuoso, mortalmente defectuoso podríamos
decir, ¿tendría esto sentido?, claro que no, estaría bien ser uno el que
manejase el automóvil pero si está defectuoso hay que arreglarlo, cambiar lo
que está mal e incluso, por qué no, cambiar de auto. Esto es lo mismo para la
vida espiritual.
¿Cuál
es el inicio de aquella respuesta al llamamiento del Padre para venir a
salvación al que todo elegido ha respondido? Esto podemos responderlo viendo la
parte inicial de la predicación de Jesús: “Desde entonces Jesús comenzó a
predicar y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”.
¿Te
fijas? El primer paso, sin el cual no pueden darse los demás en el camino a las
promesas que se nos han dado, implica conversión, es decir, cambiar, no
quedarse igual, no comenzar a construir sobre lo malo y dañado, sino cambiar.
Dicho
cambio, dicho arrepentimiento, si bien es requerido para iniciar el andar por
el Camino, no es algo que se dé única y exclusivamente en un momento dado sino
algo que continúa a lo largo de toda la vida, pero de nuevo: es el requisito
sin el cual no pueden darse los demás pasos para avanzar en el Camino y por
ende sin el cual no se pueden alcanzar las promesas que se nos han dado lo cual
es expresado por Pablo en su carta a los hebreos cuando les dice que sin
santidad nadie verá al Señor.
Pablo
en su primera carta a los de Corinto señala la idea anteriormente expuesta
cuando les escribe diciendo “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino
de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni
los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los
avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el
reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por
el Espíritu de nuestro Dios”. Cuando en esta cita Pablo señala “y esto erais
algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis
sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro
Dios” implica un cambio, convertirse, o al menos iniciar la conversión para ser
algo completamente diferente de lo que se era.
De
igual forma en su carta a los de Éfeso de nuevo Pablo retoma esta idea cuando
les señala “pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre
entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades,
ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque
sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene
herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas,
porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de
desobediencia. No seáis, pues,
partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz
en el Señor; andad como hijos de luz
(porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad),
comprobando lo que es agradable al Señor”. De nueva cuenta en esta cita Pablo
ha referencia aquel cambio, a aquel arrepentimiento requisito para vivir la
vida cristiana cuando dice “en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz
en el Señor; andad como hijos de luz “.
Este
cambio, este arrepentimiento, como ya se comentó, si bien es el paso inicial
para andar en el Camino a las promesas que se nos han dado, es un proceso
continuo que debe darse durante toda la vida del cristiano, ¿hasta cuándo?,
como dice la Escritura “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la
medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
¿Y
cuál va a ser el resultado de todo esto? Juan responde esto en su primer carta
cuando señala “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo
que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes
a él, porque le veremos tal como él es”.
De
esta forma, la vida cristiana no se trata simplemente de ahora comenzar a tomar
otras decisiones haciéndonos dueños de nuestro destino sino que, basados en
aquel arrepentimiento inicial y en una conversión continua durante toda la
vida, dejar que opere en nosotros un cambio profundo, cambio que si bien puede
durar toda la vida, hará que lleguemos a ser algo diferente de lo ahorita somos
permitiendo esto alcanzar las promesa, después de todo no se trata de tomar las riendas de tu vida sino de
convertirte en el caballo que te llevará a tu destino.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo 4:17; Marcos 1:15; Hebreos 12:14; Romanos
6:22; 1 Corintios 6:9-11; Gálatas 5:1921; Efesios 5:3-10; Colosenses 3:5; Efesios
4:13; Gálatas 4:19; 1 Juan 3:2; 2 Corintios 3:18