La
conciencia con la que Dios nos ha dotado, sobre todo en cuanto al andar en el
Camino, tiene su ventaja pero también una desventaja. La ventaja es del lado
divino, en cuanto al correcto andar, ya que si nos apartamos, si nos desviamos,
la conciencia nos redarguye; la desventaja es del lado de nuestra carnalidad ya
que en ocasiones esa conciencia puede ser tan quisquillosa que nada la
satisfaga y constantemente nos esté recriminando.
Sobre
esto, Pablo escribiendo a los de Roma les dice, “bienaventurado el que no se
condena a sí mismo en lo que aprueba”. Fijémonos como es que Pablo hace
hincapié en que aquella condena puede provenir de uno mismo pero en lo que uno
mismo aprueba, es decir, apunta a esa conciencia escrupulosa que puede sernos
de tropiezo, es por eso que en la primera parte de esa misma cita señala “¿Tienes
tú fe? Tenla para contigo delante de Dios”, de esta forma no es nuestra
conciencia la que debe guiarnos por sí y para sí, sino conforme a la Palabra,
escrita y hecha carne, sin permitir que aquella nos ponga o nos quite respecto
de la misma.
¿Y
cómo lograr esto?, la verdad no es fácil, si lo fuera no implicara un reto para
el cristiano, pero en ello tenemos primeramente al Espíritu de Dios que hemos
recibido el cual nos va guiando a toda verdad, y en segundo lugar tenemos a la
Palabra, tanto escrita como hecha carne, en la cual nos vamos ejercitando.
Sobre
esto último Pablo les dice a los hebreos “pero el alimento sólido es para los
que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos
ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”, de esta forma primeramente
debe uno pasar del alimento líquido, las verdades de salvación, los principios
doctrinales pues, a las verdades de comprensión, pero —y esto es muy
importante— no quedándose meramente en la cuestión cognitiva, del
entendimiento, sino pasar a la acción y poner por obra esa fe que se dice
profesar.
Sobre
esto Jacobo, el medio hermano de Jesús, es más que claro: “Mas sed hacedores de
la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque
si alguno oye la palabra, y no la pone por obra, este tal es semejante al
hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se consideró a sí mismo, y se fue,
y luego se olvidó qué tal era. Mas el
que hubiere mirado atentamente en la perfecta ley, que es la de la libertad, y
perseverado en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este
tal será bienaventurado en su hecho”.
Por
último, y siendo reiterativo en esto, el redargüir de la conciencia es
necesario para nuestra corrección, edificación, perfeccionamiento y
santificación, pero eso debe ser acorde a la Palabra, no a nuestros
pensamientos o sentimientos, por eso Juan en su primer carta señala “amados, si
nuestro corazón no nos condena, confianza tenemos delante de Dios”, así que ya
lo sabes en la vida, carga lo que
te hace mejor y deja lo que no, ¡ah!, y no olvides que al revés no funciona.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Romanos 14:22; Santiago 3:13; Juan 16:13; 1
Corintios 2:10-13; Hebreos 5:14; 1 Corintios 2:6; Santiago 1:22-25; Mateo 7:24-27;
1 Juan 3:21; Efesios 3:10-12
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