Cuando
alguien, respondiendo al llamado del Padre viene a salvación en el presente
siglo, comienza un andar lleno de retos, acechanzas y vicisitudes que bien
podría identificarse con una guerra. Pablo reconoce esto cuando señala que “no
tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra
huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”, es por ello que
seguidamente exhorta a los elegidos a vestirse con la armadura de Dios: ceñidos
los lomos con la verdad, vestidos con la coraza de justicia, calzados los pies
con el apresto del evangelio de la paz, tomando el escudo de la fe y el yelmo
de la salvación así como la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
En
esta guerra en ocasiones salimos victoriosos y en ocasiones no, pero como dice
Pablo “[…] estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no
desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no
destruidos”, siendo que incluso esto actúa en nosotros para templarnos, como
menciona Pedro en su primer carta “amados, no os sorprendáis del fuego de
prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de
los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os
gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois
bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros.
Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es
glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o
malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se
avergüence, sino glorifique a Dios por ello”.
¿Y
cuál es el fin de todo esto?, relejar el carácter perfecto y santo de nuestro
Padre Dios, como señala Pablo en su carta a los de Éfeso “hasta que todos
lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la
condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo”, el cual, como señala también Pablo pero en su carta a los de Colosas,
“es la imagen del Dios invisible”, y como también señala Pablo pero en su
segunda carta a los de Corinto, “estamos siendo transformados en la misma
imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”.
Con
todo y todo, es decir, sea que en una batalla triunfemos o no, como escribe
Pablo a los de Roma, “sabemos que Dios obra en toda situación para el bien de
los que lo aman, los que han sido llamados por Dios de acuerdo a su propósito”,
siendo que Daniel es más claro cuando señala, sobre todo en el caso cuando no triunfamos,
“también algunos de los entendidos caerán, a fin de ser refinados, purificados
y emblanquecidos”, esto porque, como
señala Salomón “El crisol es para la plata y el horno para el oro, pero Jehová prueba
los corazones”, y en ese sentido como señala Pablo en su segunda carta a los de
Corinto, damos “gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y
que por medio de nosotros manifiesta en todo lugar la fragancia de su conocimiento”,
después de todo, en este andar hacia las promesas que se nos han dado, cada
éxito conseguido se convierte en el escalón para impulsarte hacia el siguiente.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Efesios
6:10-18; Filipenses 4:8; 2 Corintios 4:8-10; Salmos 129:2; 1 Pedro 4:12-16; 1
Corintios 3:13; Daniel 11:35; Proverbios 17:3; Isaías 48:10; Efesios 4:13; Filipenses
3:10; Colosenses 1:15; Juan 1:18; 2 Corintios 3:18; 1 Corintios 13:12; Romanos
8:28; 1 Corintios 1:9; 2 Corintios 2:14; Juan 16:33
No hay comentarios:
Publicar un comentario