La
vida cristiana, contrariamente a lo que algunos creen, no es una vida en
soledad. Es cierto que cada quien responderá de sus actos ante el tribunal
divino, pero eso no quiere decir que uno sea completamente apático respecto de
los demás, sean del mundo como de la iglesia.
Si
lo anterior un fuese así, respecto del mundo nuestro Señor no nos hubiera
instruido diciendo “id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura. El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será
condenado” o también “que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el
perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén”, y en
cuanto a los miembros del Cuerpo de Cristo, Pablo de manera inspirada no los
hubiera exhortado diciendo “alentaos los unos a los otros, y edificaos el uno
al otro, tal como lo estáis haciendo” o también señalando “considerémonos unos
a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras”.
Sobre
esto último, después de equiparar al Cuerpo de Cristo con el cuerpo humano,
Pablo cierra el discurso expositivo señalando “antes bien los miembros del
cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo
que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en
nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en
nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo,
dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en
el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los
miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con
él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en
particular”.
Sobre
todo lo anterior, es interesante que de los Diez Mandamientos, los primeros
cuatro marcan una relación personal entre Dios y uno, pero los otros seis
restantes tienen que ver con la relación de uno con los demás, de nuevo: sean
del mundo o sean de la iglesia de Dios.
El
resultado de todo esto es, en cuanto a los del mundo que respondan al llamado
del Padre para venir a salvación en el presente siglo, acrecentar la familia de Dios, y en el caso
de los miembros del Cuerpo de Cristo, crecer en el conocimiento de Dios y su
Hijo, como escribe Pablo a lo de Éfeso: “Así que ya no sois extranjeros ni
advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de
Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la
principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va
creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente
edificados para morada de Dios en el Espíritu”, después de todo trabajar en equipo no es solo que todos reman hacia una
dirección sino que incluso todos construyen el barco.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Romanos 2:6; Job 34:11; Marcos 16:15-16; Isaías
2:3; Lucas 24:47; Hechos 17:30; 1 Tesalonicenses 5:11; Judas 1:20; Hebreos
10:24-25; Romanos 15:1,2; 1 Corintios 12:22-27; 2 Corintios 1:11; Efesios
2:19-22; Filipenses 3:20; Colosenses 1:10; 2 Pedro 3:18; Efesios 2:12; Isaías
14:1