Si
le preguntásemos a 100 cristianos ¿quién en su líder? seguro estoy que el 100%
de ello diría que Jesucristo. Y si vemos a nuestro Señor como nuestro líder,
¿qué característica notamos en ello?, pues que Él, aunque tenía seguidores, ¡lo
que formaba eran líderes!
Antes
de partir, después de haber estado entrenando, por así decirlo, durante tres
años y medio a sus seguidores, “les dijo: Vayan por todo el mundo y prediquen
el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el
que no crea, será condenado”. Tan exitoso fue el liderazgo que Jesús replicó en
sus discípulos que incluso los dotó con autoridad: “En verdad os digo: todo lo
que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra,
será desatado en el cielo”.
Si
Jesús se hubiese contentado por simplemente entregar su mensaje a aquellos sin
capacitarlos para replicarlo, es decir, si crear liderazgo en ello, la iglesia
no hubiera pasado del primer siglo, pero la habilitación de los seguidores de
Jesús le permitió que su mensaje viajara a través de los siglos hasta nuestro
momento permitiendo a muchos alcanzar la salvación.
En
este sentido, todos los que hemos respondido al llamamiento del Padre para
venir a salvación en el presente siglo estamos llamados de igual forma a ser
líderes, no a estar pasivamente recibiendo, sino activamente compartiendo.
Ahora
bien, esto no está contrapuesto a las autoridades de la iglesia las cuales han
sido establecidas por Dios pues una cosa es el orden necesario en el Cuerpo de
Cristo y otra muy distinta el no crecer, no madurar, no alcanzar el liderazgo
que de nosotros se espera.
Sobre
esto, Pablo escribiendo a los de Éfeso les dice: “Y él mismo constituyó a unos,
apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y
maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para
la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de
la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de
la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes,
llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres
que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que
siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto
es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas
las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada
miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.
¿Te
fijas como en esa cita están tanto las autoridades de la iglesia —en la figura
de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros—, como todos los
miembros del Cuerpo de Cristo llamados a desarrollar liderazgo —en la figura de
aquellos llamados a alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo—?
De
hecho, más bien el reclamo que podemos encontrar en la Palabra es precisamente
hacia aquellos que cómodamente no crecen, que solo reciben, que no avanzan en
conocimiento ni sabiduría y, por lo tanto, no alcanzan ese liderazgo que
deberían de mostrar. Fíjate como ese reclamo está en la carta que manda Pablo a
los hebreos cuando les dice “porque debiendo ser ya maestros, después de tanto
tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros
rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis
necesidad de leche, y no de alimento sólido”.
¿Te
fijas?, Pablo esperaba que los destinatarios de esta carta ya fuesen maestros,
que no necesitasen que de nuevo se les enseñasen las cosas básicas, y, por
lógica, si eran maestros que estuviesen compartiendo de la doctrina de una
manera activa, dinámica.
Todo
lo anterior sigue teniendo vigencia en el Cuerpo de Cristo, luego entonces no
es valedero aquella autoridad que inhibe los liderazgos naturales —naturales para
nosotros aunque sobrenaturales por el llamamiento— que se están desarrollando. El
orden debe cuidarse, lo mismo —y con mayor énfasis— la doctrina, pero el
liderazgo es algo que los miembros del Cuerpo de Cristo deben alcanzar.
Ejemplo
de lo anterior lo podemos ver cuando, una vez que Dios toma del Espíritu que
había en Moisés para depositarlo en aquellos 70s que habrían de ayudarle en su
labor, quedando dos en el campamento, no con el resto que había sido llamado,
al comenzar a profetizar estos dos y venir a decírselo a Moisés para que se los
prohibiera, Moisés dice “y Moisés le respondió: ¿Tienes tú celos por mí? Ojalá
todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre
ellos”.
En
este mismo sentido, Pablo muestra un pensamiento similar cuando dice en su
primer carta a los de Corinto: “Yo quisiera que todos hablarais en lenguas,
pero aún más, que profetizarais; pues el que profetiza es superior al que habla
en lenguas, a menos de que las interprete para que la iglesia reciba
edificación”
¡Esa
es la actitud de un verdadero líder!, no es alguien que teme ser opacado por
los demás, no es alguien que solo lo que él dice vale en la congregación, no es
alguien que se encela si otro miembro está poniendo a trabajar los dones que se
le dieron sino alguien que, como Moisés, como Pablo, lo que más quisiera es que
todos fueran líderes.
Todo
liderazgo, no autoridad sino liderazgo, incluyendo en la iglesia de Dios, debe
buscar que sus miembros crezcan, maduren, pero de igual forma entender, e
incluso incentivar, para que en la medida que éstos alcance niveles de
liderazgo se pongan a trabajar en la obra de Dios, después de todo un líder que
no forma líderes es un líder incompleto.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Marcos
16:15-16; Hechos 1:8; Mateo 18:18; 1 Corintios 5:4,5; Efesios 4:11-16; 1
Corintios 12:4; Números 11:25-30; 1 Corintios 14:5
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