martes, 17 de agosto de 2021

Un líder que no forma líderes es un líder incompleto

 


Si le preguntásemos a 100 cristianos ¿quién en su líder? seguro estoy que el 100% de ello diría que Jesucristo. Y si vemos a nuestro Señor como nuestro líder, ¿qué característica notamos en ello?, pues que Él, aunque tenía seguidores, ¡lo que formaba eran líderes!

 

Antes de partir, después de haber estado entrenando, por así decirlo, durante tres años y medio a sus seguidores, “les dijo: Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, será condenado”. Tan exitoso fue el liderazgo que Jesús replicó en sus discípulos que incluso los dotó con autoridad: “En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo”.

 

Si Jesús se hubiese contentado por simplemente entregar su mensaje a aquellos sin capacitarlos para replicarlo, es decir, si crear liderazgo en ello, la iglesia no hubiera pasado del primer siglo, pero la habilitación de los seguidores de Jesús le permitió que su mensaje viajara a través de los siglos hasta nuestro momento permitiendo a muchos alcanzar la salvación.

 

En este sentido, todos los que hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo estamos llamados de igual forma a ser líderes, no a estar pasivamente recibiendo, sino activamente compartiendo.

 

Ahora bien, esto no está contrapuesto a las autoridades de la iglesia las cuales han sido establecidas por Dios pues una cosa es el orden necesario en el Cuerpo de Cristo y otra muy distinta el no crecer, no madurar, no alcanzar el liderazgo que de nosotros se espera.

 

Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Éfeso les dice: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.

 

¿Te fijas como en esa cita están tanto las autoridades de la iglesia —en la figura de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros—, como todos los miembros del Cuerpo de Cristo llamados a desarrollar liderazgo —en la figura de aquellos llamados a alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo—?

 

De hecho, más bien el reclamo que podemos encontrar en la Palabra es precisamente hacia aquellos que cómodamente no crecen, que solo reciben, que no avanzan en conocimiento ni sabiduría y, por lo tanto, no alcanzan ese liderazgo que deberían de mostrar. Fíjate como ese reclamo está en la carta que manda Pablo a los hebreos cuando les dice “porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido”.

 

¿Te fijas?, Pablo esperaba que los destinatarios de esta carta ya fuesen maestros, que no necesitasen que de nuevo se les enseñasen las cosas básicas, y, por lógica, si eran maestros que estuviesen compartiendo de la doctrina de una manera activa, dinámica.

 

Todo lo anterior sigue teniendo vigencia en el Cuerpo de Cristo, luego entonces no es valedero aquella autoridad que inhibe los liderazgos naturales —naturales para nosotros aunque sobrenaturales por el llamamiento— que se están desarrollando. El orden debe cuidarse, lo mismo —y con mayor énfasis— la doctrina, pero el liderazgo es algo que los miembros del Cuerpo de Cristo deben alcanzar.

 

Ejemplo de lo anterior lo podemos ver cuando, una vez que Dios toma del Espíritu que había en Moisés para depositarlo en aquellos 70s que habrían de ayudarle en su labor, quedando dos en el campamento, no con el resto que había sido llamado, al comenzar a profetizar estos dos y venir a decírselo a Moisés para que se los prohibiera, Moisés dice “y Moisés le respondió: ¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos”.

 

En este mismo sentido, Pablo muestra un pensamiento similar cuando dice en su primer carta a los de Corinto: “Yo quisiera que todos hablarais en lenguas, pero aún más, que profetizarais; pues el que profetiza es superior al que habla en lenguas, a menos de que las interprete para que la iglesia reciba edificación”

 

¡Esa es la actitud de un verdadero líder!, no es alguien que teme ser opacado por los demás, no es alguien que solo lo que él dice vale en la congregación, no es alguien que se encela si otro miembro está poniendo a trabajar los dones que se le dieron sino alguien que, como Moisés, como Pablo, lo que más quisiera es que todos fueran líderes.

 

Todo liderazgo, no autoridad sino liderazgo, incluyendo en la iglesia de Dios, debe buscar que sus miembros crezcan, maduren, pero de igual forma entender, e incluso incentivar, para que en la medida que éstos alcance niveles de liderazgo se pongan a trabajar en la obra de Dios, después de todo un líder que no forma líderes es un líder incompleto.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx


 

Referencias:

Marcos 16:15-16; Hechos 1:8; Mateo 18:18; 1 Corintios 5:4,5; Efesios 4:11-16; 1 Corintios 12:4; Números 11:25-30; 1 Corintios 14:5


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