martes, 24 de agosto de 2021

El primer paso para que los demás crean en ti es que tú lo hagas

 


En el caso de la vida cristiana, reiterativo es el llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo, eso implica el desempeñar la función de profeta, en el sentido amplio de profesar, proclamar el Evangelio, y ser testimonio ante las naciones.

 

Sobre esto la Escritura es clara: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?”, de ahí que la proclama de las Buenas Nuevas implica el cumplimiento de lo que se conoce como la Gran Comisión: “Y les dijo [Jesús]: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”.

 

Con todo y todo a esa proclama, como se comentó desde el principio, debe ir aunado el testimonio que sobre la misma se haga para demostrar esa congruencia necesaria entre lo que se dice y lo que se hace, como escribe Pablo a los de Roma “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio?  Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios?  Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”.

 

¿Te fijas? La última parte de esta cita señala que el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros, ¿cuándo?, cuando lo que decimos no está acorde con lo que hacemos siendo en ese momento motivo de escándalo para los demás y sobre esto nuestro Señor fue muy claro: “¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!”.

 

La necesidad del testimonio es imperioso para el desarrollo de la comisión referida al llamamiento al que se ha respondido, como nuestro Señor en su momento dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

 

Pero más que nada —y piensa muy bien en esto—, si lo que decimos no está acorde con lo que hacemos, el argumento es contrario al llamamiento pues tratando de convencer a los demás de lo que presentamos como verdades divinas, si nosotros mismos no vivimos conforme a ellas, flaco favor le hacemos a las mismas al presentarlas a los demás, los cuales, al ver esa incongruencia, bien podrían decirnos “¿por qué quieres que crea algo que ni siquiera tú mismo vives?”.

 

Hay que tener mucho cuidado con las palabras que salen de nuestra boca, obligados estamos a proclamar las Buenas Nuevas, pero esa proclama debe ir seguida de un testimonio congruente con las mismas para poder decir como Pablo en su momento “sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”, después de todo el primer paso para que los demás crean en ti es que tú lo hagas.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx 



Referencias:

Mateo 5:13-16; Marcos 9:50; Romanos 10:14; Tito 1:3; Marcos 16:15-18; Mateo 28:19; Romanos 2:21-24; Tito 2:1-7; Mateo 18:7; Lucas 17:1; Mateo 5:16; Juan 15:8;  1 Corintios 11:1; Filipenses 3:17


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