En
el caso de la vida cristiana, reiterativo es el llamado a ser sal de la tierra
y luz del mundo, eso implica el desempeñar la función de profeta, en el sentido
amplio de profesar, proclamar el Evangelio, y ser testimonio ante las naciones.
Sobre
esto la Escritura es clara: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han
creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber
quien les predique?”, de ahí que la proclama de las Buenas Nuevas implica el
cumplimiento de lo que se conoce como la Gran Comisión: “Y les dijo [Jesús]: Id
por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y
fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”.
Con
todo y todo a esa proclama, como se comentó desde el principio, debe ir aunado
el testimonio que sobre la misma se haga para demostrar esa congruencia
necesaria entre lo que se dice y lo que se hace, como escribe Pablo a los de
Roma “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas
que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar,
¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de
la ley deshonras a Dios? Porque como
está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de
vosotros”.
¿Te
fijas? La última parte de esta cita señala que el nombre de Dios es blasfemado
entre los gentiles por causa de vosotros, ¿cuándo?, cuando lo que decimos no
está acorde con lo que hacemos siendo en ese momento motivo de escándalo para
los demás y sobre esto nuestro Señor fue muy claro: “¡Ay del mundo por los
tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre
por quien viene el tropiezo!”.
La
necesidad del testimonio es imperioso para el desarrollo de la comisión
referida al llamamiento al que se ha respondido, como nuestro Señor en su
momento dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
Pero
más que nada —y piensa muy bien en esto—, si lo que decimos no está acorde con
lo que hacemos, el argumento es contrario al llamamiento pues tratando de
convencer a los demás de lo que presentamos como verdades divinas, si nosotros
mismos no vivimos conforme a ellas, flaco favor le hacemos a las mismas al
presentarlas a los demás, los cuales, al ver esa incongruencia, bien podrían
decirnos “¿por qué quieres que crea algo que ni siquiera tú mismo vives?”.
Hay
que tener mucho cuidado con las palabras que salen de nuestra boca, obligados
estamos a proclamar las Buenas Nuevas, pero esa proclama debe ir seguida de un
testimonio congruente con las mismas para poder decir como Pablo en su momento
“sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”, después de todo el primer paso para que los demás crean en ti es que tú lo
hagas.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo
5:13-16; Marcos 9:50; Romanos 10:14; Tito 1:3; Marcos 16:15-18; Mateo 28:19; Romanos
2:21-24; Tito 2:1-7; Mateo 18:7; Lucas 17:1; Mateo 5:16; Juan 15:8; 1 Corintios 11:1; Filipenses 3:17
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