martes, 31 de agosto de 2021

Sueña más una persona despierta que una dormida ¡y hace más sueños realidad!

 


En el andar por el Camino, cuando hablamos de soñar no nos estamos refiriendo a la actividad onírica relativa al descanso que experimentamos, sino a esas metas, a esos objetivos que, ajenos a la realidad actual, uno busca alcanzar.

 

Curiosamente, hablando del llamamiento al que se ha respondido, nuestro actuar antes de venir a salvación más bien se parecía a ese sueño que experimentamos al dormir, ¿por qué?, pues por que en aquel entonces íbamos tras mentiras, tras engaños, no como hoy que andamos en la verdad, como escribe Tito en su carta “porque nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes, extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la humanidad, Él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo”.

 

Sobre esto mismo Pablo escribe a los Efesios diciendo “y [Dios] os dio vida a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo según la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,  entre los cuales también todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.  Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados),  y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús,  a fin de poder mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de su gracia por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.

 

¿Te fijas?, antes, cuando ajenos a la salvación estábamos, íbamos en pos de aquellas cosas que no solo no son verdad sino que , peor aún, nos traen muerte, pero una vez venidos a salvación hemos comenzado a andar en el Camino en pos de las promesas que se nos han dado, de esta forma puede decirse que en ambos momentos soñábamos —entendiendo esto como el querer alcanzar las metas, los objetivos que nos propusiéramos— pero aquellos antes de venir a salvación, al ser falsos, engañosos, no eran reales, no como los de ahorita que al ser promesas de Dios son verdad, son auténticos.

 

Pudiera decirse que antes soñábamos estando dormidos, ahora soñamos estando despiertos, pero de igual forma necesitamos trabajar para hacer que estos sueños sean realidad, después de todo, y en este sentido, sueña más una persona despierta que una dormida ¡y hace más sueños realidad!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx


 

Referencias:

Tito 3:3-5; Romanos 6:5-9; Colosenses 3:5-11; Jeremías 29:11; Hebreos 10:23; 1 Pedro 5:10; Efesios 2:1-7; Colosenses 2:12-14

 


martes, 24 de agosto de 2021

El primer paso para que los demás crean en ti es que tú lo hagas

 


En el caso de la vida cristiana, reiterativo es el llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo, eso implica el desempeñar la función de profeta, en el sentido amplio de profesar, proclamar el Evangelio, y ser testimonio ante las naciones.

 

Sobre esto la Escritura es clara: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?”, de ahí que la proclama de las Buenas Nuevas implica el cumplimiento de lo que se conoce como la Gran Comisión: “Y les dijo [Jesús]: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”.

 

Con todo y todo a esa proclama, como se comentó desde el principio, debe ir aunado el testimonio que sobre la misma se haga para demostrar esa congruencia necesaria entre lo que se dice y lo que se hace, como escribe Pablo a los de Roma “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio?  Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios?  Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”.

 

¿Te fijas? La última parte de esta cita señala que el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros, ¿cuándo?, cuando lo que decimos no está acorde con lo que hacemos siendo en ese momento motivo de escándalo para los demás y sobre esto nuestro Señor fue muy claro: “¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!”.

 

La necesidad del testimonio es imperioso para el desarrollo de la comisión referida al llamamiento al que se ha respondido, como nuestro Señor en su momento dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

 

Pero más que nada —y piensa muy bien en esto—, si lo que decimos no está acorde con lo que hacemos, el argumento es contrario al llamamiento pues tratando de convencer a los demás de lo que presentamos como verdades divinas, si nosotros mismos no vivimos conforme a ellas, flaco favor le hacemos a las mismas al presentarlas a los demás, los cuales, al ver esa incongruencia, bien podrían decirnos “¿por qué quieres que crea algo que ni siquiera tú mismo vives?”.

 

Hay que tener mucho cuidado con las palabras que salen de nuestra boca, obligados estamos a proclamar las Buenas Nuevas, pero esa proclama debe ir seguida de un testimonio congruente con las mismas para poder decir como Pablo en su momento “sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”, después de todo el primer paso para que los demás crean en ti es que tú lo hagas.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Mateo 5:13-16; Marcos 9:50; Romanos 10:14; Tito 1:3; Marcos 16:15-18; Mateo 28:19; Romanos 2:21-24; Tito 2:1-7; Mateo 18:7; Lucas 17:1; Mateo 5:16; Juan 15:8;  1 Corintios 11:1; Filipenses 3:17


martes, 17 de agosto de 2021

Un líder que no forma líderes es un líder incompleto

 


Si le preguntásemos a 100 cristianos ¿quién en su líder? seguro estoy que el 100% de ello diría que Jesucristo. Y si vemos a nuestro Señor como nuestro líder, ¿qué característica notamos en ello?, pues que Él, aunque tenía seguidores, ¡lo que formaba eran líderes!

 

Antes de partir, después de haber estado entrenando, por así decirlo, durante tres años y medio a sus seguidores, “les dijo: Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, será condenado”. Tan exitoso fue el liderazgo que Jesús replicó en sus discípulos que incluso los dotó con autoridad: “En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo”.

 

Si Jesús se hubiese contentado por simplemente entregar su mensaje a aquellos sin capacitarlos para replicarlo, es decir, si crear liderazgo en ello, la iglesia no hubiera pasado del primer siglo, pero la habilitación de los seguidores de Jesús le permitió que su mensaje viajara a través de los siglos hasta nuestro momento permitiendo a muchos alcanzar la salvación.

 

En este sentido, todos los que hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo estamos llamados de igual forma a ser líderes, no a estar pasivamente recibiendo, sino activamente compartiendo.

 

Ahora bien, esto no está contrapuesto a las autoridades de la iglesia las cuales han sido establecidas por Dios pues una cosa es el orden necesario en el Cuerpo de Cristo y otra muy distinta el no crecer, no madurar, no alcanzar el liderazgo que de nosotros se espera.

 

Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Éfeso les dice: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.

 

¿Te fijas como en esa cita están tanto las autoridades de la iglesia —en la figura de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros—, como todos los miembros del Cuerpo de Cristo llamados a desarrollar liderazgo —en la figura de aquellos llamados a alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo—?

 

De hecho, más bien el reclamo que podemos encontrar en la Palabra es precisamente hacia aquellos que cómodamente no crecen, que solo reciben, que no avanzan en conocimiento ni sabiduría y, por lo tanto, no alcanzan ese liderazgo que deberían de mostrar. Fíjate como ese reclamo está en la carta que manda Pablo a los hebreos cuando les dice “porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido”.

 

¿Te fijas?, Pablo esperaba que los destinatarios de esta carta ya fuesen maestros, que no necesitasen que de nuevo se les enseñasen las cosas básicas, y, por lógica, si eran maestros que estuviesen compartiendo de la doctrina de una manera activa, dinámica.

 

Todo lo anterior sigue teniendo vigencia en el Cuerpo de Cristo, luego entonces no es valedero aquella autoridad que inhibe los liderazgos naturales —naturales para nosotros aunque sobrenaturales por el llamamiento— que se están desarrollando. El orden debe cuidarse, lo mismo —y con mayor énfasis— la doctrina, pero el liderazgo es algo que los miembros del Cuerpo de Cristo deben alcanzar.

 

Ejemplo de lo anterior lo podemos ver cuando, una vez que Dios toma del Espíritu que había en Moisés para depositarlo en aquellos 70s que habrían de ayudarle en su labor, quedando dos en el campamento, no con el resto que había sido llamado, al comenzar a profetizar estos dos y venir a decírselo a Moisés para que se los prohibiera, Moisés dice “y Moisés le respondió: ¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos”.

 

En este mismo sentido, Pablo muestra un pensamiento similar cuando dice en su primer carta a los de Corinto: “Yo quisiera que todos hablarais en lenguas, pero aún más, que profetizarais; pues el que profetiza es superior al que habla en lenguas, a menos de que las interprete para que la iglesia reciba edificación”

 

¡Esa es la actitud de un verdadero líder!, no es alguien que teme ser opacado por los demás, no es alguien que solo lo que él dice vale en la congregación, no es alguien que se encela si otro miembro está poniendo a trabajar los dones que se le dieron sino alguien que, como Moisés, como Pablo, lo que más quisiera es que todos fueran líderes.

 

Todo liderazgo, no autoridad sino liderazgo, incluyendo en la iglesia de Dios, debe buscar que sus miembros crezcan, maduren, pero de igual forma entender, e incluso incentivar, para que en la medida que éstos alcance niveles de liderazgo se pongan a trabajar en la obra de Dios, después de todo un líder que no forma líderes es un líder incompleto.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Marcos 16:15-16; Hechos 1:8; Mateo 18:18; 1 Corintios 5:4,5; Efesios 4:11-16; 1 Corintios 12:4; Números 11:25-30; 1 Corintios 14:5


martes, 10 de agosto de 2021

Cuida que no sea que las mismas ideas que te protegen sean las que te limiten

 


Desde el principio la relación de alguien que quiere servir al Señor está enmarcada en una serie de directrices tanto de hacer como de no hacer. Por ejemplo, en su momento, una vez que Dios sacó a su pueblo de Egipto, claramente les dijo, “a los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”.

 

Esas directrices tienen el objetivo de edificarnos pero también de protegernos, lo cual es valioso en sí mismo, pero como todo, si no es entendido y practicado con sabiduría puede llegar a obstaculizarnos nuestro andar por el Camino.

 

Todos conocemos aquellos enfrentamientos dialécticos que nuestro Señor tuvo con los líderes religiosos de su tiempo, la mayoría puede resumirse en aquella frase que de igual forma en su momento nuestro Señor les dijo: “en vano me honran, enseñando doctrinas y mandamientos de hombres”.

 

Pablo se enfrentó al mismo problema en la iglesia naciente, al respecto escribiendo a los de Roma, abordó un problema que había en aquella comunidad: “Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres”.

 

En este último caso, si bien la dieta alimenticia tiene sus referentes referido a aquellos considerado por la Escritura como apto para comer de aquello que no lo es, al parecer esta comunidad estaba llevando más allá las directrices.

 

La solución que planteó Pablo para este problema nos puede servir para cualquier cuestión práctica de nuestro andar por el Camino: “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones […]  El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme”.

 

Fijémonos como es que incluso el Apóstol Pedro cayó en un problema donde sus ideas, que supuestamente lo protegían de transgredir la doctrina, llevaron a limitarlo en su actuar con los demás hasta que Pablo se lo señaló: “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.  Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión.  Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.  Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?”.

 

Ahora bien, ante todo lo dicho anteriormente hay que aclarar que no se trata de propugnar por un relajamiento doctrinal o caer en un relativismo moral, al contrario, como escribe Pablo en su primera carta a los de Corinto “así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”, pero sí cuidar que aquello que pensamos, en vez de llevarnos por medio de la doctrina en libertad a las promesas no esté fundamentado en creencias personales que nos limiten, de esta forma, cuida que no sea que las mismas ideas que te protegen sean las que te limiten.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Deuteronomio 30:19; Génesis 2:16-17; Mateo 15:9; Isaías 29:13; Romanos 14:2; 1 Corintios 8:9; Romanos 14:1, 3-4; Gálatas 2:11-21; Tito 1:15; 1 Corintios 10:12; 2 Pedro 3:17

 


martes, 3 de agosto de 2021

Para ser líder de los demás primero debes ser líder de ti mismo

 


La cuestión del liderazgo en la vida cristiana es algo que damos por hecho quienes hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo. Dicho liderazgo no se circunscribe a tener autoridad en la iglesia sino más bien a ser ejemplo a los demás. De esta forma todos estamos llamados a ser líderes.

 

Este llamado está más que claro cuando Pablo, escribiendo a Timoteo le dice en su primer carta “no permitas que nadie menosprecie tu juventud; antes, sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe [y] pureza”, eso por el ejemplo que uno es ante los demás, como en esa misma carta le señala a Timoteo: “para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”.

 

Pero de igual forma, Pablo, para pedir aquello, sabe que él mismo primeramente debe mostrar aquello que espera ver en los demás, por eso escribiendo a los de Filipo les dice “hermanos, sed imitadores míos, y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros” o como cuando en su segunda carta a los de Tesalónica les dice, sobre el hecho de haberse ganado con trabajo propio el sustento sin pedirle nada a nadie, “no porque no tengamos derecho [a ello], sino para ofrecernos como modelo a vosotros a fin de que sigáis nuestro ejemplo”.

 

De igual forma, ejemplos de liderazgo los tenemos a lo largo de la Escritura, como señala Jacobo, el medio hermano de Jesús, “hermanos, tomad como ejemplo de paciencia y aflicción a los profetas que hablaron en el nombre del Señor”, pero sin duda alguna que el principal ejemplo, que la figura más clara de liderazgo la tenemos en la persona de nuestro Señor Jesús, como escribe Juan en su primer carta refiriéndose a Cristo: “el que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”.

 

Nomás que cuidado, el ser ejemplo ante otros, el ejercer ese liderazgo individual, implica una gran responsabilidad pues en ello debe haber congruencia para que la Palabra no sea vilipendiada, como señala Pablo escribiendo a los Romanos “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio?  Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios?”.

 

Sobre esto nuestro Señor dejó muy clara la responsabilidad de aquel que dice pero no hace o hace lo contrario de lo que dice: “¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!”, siendo que para esto primero uno debe cambiar en uno lo que desea cambiar en los demás, como de igual forma lo señaló nuestro Señor, estableciendo de esta manera el camino hacia el liderazgo individual del que estamos hablando: “¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: ``Hermano, déjame sacarte la mota que está en tu ojo, cuando tú mismo no ves la viga que está en tu ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás con claridad para sacar la mota que está en el ojo de tu hermano”.

 

Como miembros del Cuerpo de Cristo tenemos una gran responsabilidad ante el mundo y ante los hermanos y hermanas de la fe, esa responsabilidad pasa por llegar a reflejar en nuestra vida la imagen de nuestro Señor Jesús llegando de esta forma a tener un liderazgo individual que testifique a las naciones y edifique a los de casa, buscando primero vivir uno aquello que profesa a los demás, después de todo para ser líder de los demás primero debes ser líder de ti mismo.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

1 Timoteo 4:12; Tito 2:7; 1 Timoteo 3:15; 1 Corintios 10:32; 2 Tesalonicenses 3:9; 1 Corintios 4:16; Filipenses 3:17; 1 Pedro 5:3; Santiago 5:10; Hebreos 13:7; 1 Juan 2:6; 1 Pedro 2:21; Romanos 2:21-23; Lucas 11:46; Mateo 18:7; 1 Corintios 11:19; Lucas 6:41-42; Mateo 7:1