martes, 20 de julio de 2021

Un sueño deja de serlo, para hacerse realidad, cuando despiertas de ello y te pones a trabajar

 


A todos los elegidos nos gusta mucho hablar de las promesas que se nos han sido dadas, de esa esperanza de ser reyes y sacerdotes en el reino venidero donde ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; de alguna forma podríamos decir que dichas promesas son un sueño para nosotros, no en el sentido de algo irreal sino en el sentido de algo ideal que esperamos con certeza. Con todo y todo, al igual que los sueños que uno tiene en la vida, la realización de éste implica para uno el trabajar por ello.

 

La noción de trabajar por el reino, para alcanzar las promesas, les parece a algunos escandalosa pues, consideran, que uno está tratando de ser salvo por sus propios esfuerzos, pero esto no es así. Los elegidos sabemos que la salvación nos ha sido granjeada por el sacrificio redentor de Jesús,  como escribe Pablo a los de Éfeso: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.

 

Pero de igual forma se entiende que la fe necesita ponerse por obra, como escribe Jacobo el medio hermano de Jesús: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”.

 

Este trabajar para poner por obra esa fe que se dice profesar puede verse magistralmente representada por aquella parábola de los talentos donde “un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes […] A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos […] Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos […] Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: […] tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”. Todos conocemos el final de esa historia: los dos primeros que demostraron ser fieles en lo poco fueron puestos sobre mucho entrando en el gozo de su Señor mientras que el último fue echado afuera a las tinieblas.

 

La Escritura en todo momento nos imparte admoniciones contra el ser desidiosos, negligentes con el llamado al que se ha respondido: “Pobre es el que trabaja con mano negligente, más la mano de los diligentes enriquece”, o “el alma del perezoso desea, pero nada [consigue,] más el alma de los diligentes queda satisfecha”, de esta forma el esfuerzo que en su andar por el Camino imprime el elegido no menosprecia el sacrificio redentor de Jesús, al contrario: lo valora en toda su extensión pues una vez redimidos, una vez rescatados de la muerte, demuestra con su vida misma, con sus obras, que su deseo, su intención, es vivir conforme a la voluntad del Padre, después de todo un sueño deja de serlo, para hacerse realidad, cuando despiertas de ello y te pones a trabajar.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 


Referencias:

Revelación 1:6; Éxodo 19:6; Revelación 21:4; Isaías 25:8; Efesios 2:8-9; Romanos 3:24; Santiago 2:14-17; Lucas 3:11; Mateo 25:14-30; Proverbios 10:4; Eclesiastés 10:18; Proverbios 13:4; Juan 6:27


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