Pablo,
escribiendo a los de Éfeso, con las
palabras que han sido encuadradas como aquello que se conoce como la armadura
de Dios, les dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar
firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne,
sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las
tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Por tanto, tomad toda la armadura de
Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar
firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos
con la coraza de justicia, y calzados
los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que
podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada
del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y
súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por
todos los santos”.
De
esta forma es más que claro que como creyentes estamos en una lucha, lucha en
la que desempeñamos el papel de guerreros, siendo necesario lo anterior para
luchar la buena batalla.
Pablo
confirma esto cuando en la misma cita anterior señala “porque no tenemos lucha
contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad
en las regiones celestes”.
En
esta misma línea de pensamiento Pablo, en su primer carta a Timoteo, le exhorta
diciendo “pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la
cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos
testigos”.
Pero
no solo él exhorta a los demás a que peleen la buena batalla sino que él mismo se reconoce como parte de
esa lucha. En su segunda carta a Timoteo señala “he peleado la buena batalla,
he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí,
sino también a todos los que aman su venida”.
Estas
dos últimas citas tienen un referente que permite entender la profundidad de
las mismas. La primera hace referencia a “la buena batalla de la fe”, la
segunda, señala “he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he
guardado la fe”, de esta forma la base de esta guerra espiritual se fundamenta
en la fe que profesamos.
Esto
es más que evidente pues uno actúa como uno piensa, siendo que si nuestro
pensamiento es moldeado por la verdad nuestro actuar será acorde a la misma,
como también dice Pablo a los de Éfeso cuando los exhorta a no ser como “niños,
sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de
doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error”.
De
esta forma el crecer en el conocimiento de Dios y Su Hijo se debe dar sobre el
fundamento de la doctrina de la iglesia de Dios, columna y fundamento de la
verdad “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno
del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo”, sabiendo que el luchar con carácter, por un
ideal y con valores te convierte en un guerrero.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Efesios
6:10-18; 1 Timoteo 6:12; 1 Corintios 9:25; 2 Timoteo 4:7-8; Filipenses 3:12; Efesios
4:14; Hebreos 13:9; Colosenses 1:10; Colosenses 2:6; 2 Pedro 3:18; Colosenses
2:6; 1 Timoteo 3:15; 1 Pedro 2:5; Efesios 4:13; 1 Corintios 14:20
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