martes, 29 de junio de 2021

El solo hecho de levantarte de cada caída te convierte en un triunfador

 


Todo aquel que ha respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo sabe que parte del ese llamamiento consiste en vivir una vida perfecta, una vida santa, entendiendo este último término en su correcta acepción escritural de apartado para Dios.

 

Esta comprensión, si bien es correcta, genera un conflicto cuando, en el andar por el Camino, uno tropieza y cae. Si ya se tiene el Espíritu Santo, ¿no debería uno vivir de manera perfecta y santa?

 

Juan en su primer carta responde esto señalando “amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.

 

De esta forma es más que claro que mientras militemos en la carne aún tendremos con nosotros esas debilidades propias de la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, que nos harán tropezar en el Camino e incluso caer en el andar.

 

¿Es prueba ello de que el Espíritu no está en nosotros? Para nada, si uno no tuviera el Espíritu a lo malo le seguiría diciendo bueno, como antes de venir a salvación, pero a pesar de los tropiezos, las caídas, los elegidos seguimos llamando a lo malo, malo, es por eso que nos puede el tropezar, el caer. Como dice Pablo escribiendo a los de Roma “yo no conocí el pecado sino por la ley; porque [tampoco] conocería la concupiscencia, si la ley no dijera: No codiciarás”.

 

Pero además, si uno no tuviera el Espíritu, al tropezar, al caer, uno quedaría postrado, pero, como dice inspiradamente Salomón en Proverbios “el justo cae siete veces; y vuelve a levantarse, pero los impíos caerán en la desgracia”. Así es, justo no es aquel que nunca cae sino aquel que cayendo vuelve a levantarse para seguir el caminar, no así los impíos que quedan postrados acarreando desgracias sobre ellos.

 

David de igual forma, de manera inspirada, consignó en sus Salmos “echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo”. ¿Puede verse en la construcción gramatical de la cita anterior que se señala que Dios “no dejará para siempre caído al justo”?, así es: se señala que el justo está caído, ¡pero eso no le quita su condición de justo!, al contrario, señala claramente que Dios, en su momento, le levantará.

 

El Enemigo, el Mundo y la Carne quieren hacer mella en nuestro buen ánimo deslizando la idea de que el tropiezo, la caída, nos descalifica para el llamamiento al que hemos respondido, pero como Pablo escribiendo a los de Filipo, podemos bien decir “olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, después de todo el solo hecho de levantarte de cada caída te convierte en un triunfador.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

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Referencias:

Mateo 5:48; Deuteronomio 18:13; 1 Pedro 1:16; Levítico 11:44; 1 Juan 3:2; Salmos 17:15; 1 Juan 2:16; 1 Pedro 2:11; Proverbios 24:16; 2 Corintios 4:9; Salmos 55:22; Proverbios 16:3; Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:1


martes, 22 de junio de 2021

Con o sin puentes, los ríos y hondonadas de la vida deben ser cruzados



 

Todos quisiéramos que el andar por el Camino, como consecuencia del llamamiento al que hemos respondido, fuera sin contratiempos, sin mayores problemas, pero si de algo cada elegido podría estar seguro es que este caminar va aunado precisamente a lo contrario: tribulación, señalamientos, persecución.

 

Sobre esto nuestro Señor fue más que claro al respecto, pero de igual forma no nos dejó sin esperanza: “En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Como puede verse, padecer tribulación y vencer al mundo van de la mano y sobre esto, de Pablo en Hechos se señala que “fortale[cía] los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que perseveraran en la fe, y diciendo: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”.

 

Juan, al inicio de su primer carta, indica “Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que ha sido desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os he escrito a vosotros, niños, porque conocéis al Padre”. Una lectura natural de esto podría indicar que se refiere precisamente a eso: a niños, jóvenes y adultos; pero una lectura espiritual de lo mismo apunta a que señala tres estados distintos de crecimiento espiritual: los niños son aquellos recién llegados a la fe, los jóvenes son aquellos que ya han crecido en el conocimiento de Dios y Su Hijo, y los adultos son aquellos que han llegado a la madurez del llamamiento.

 

Este crecimiento, por lo dicho anteriormente, es el que se espera en todo hijo de Dios, con todo y todo, al igual que en la vida, dicho crecimiento no está exento de pruebas, de tribulaciones, de tristezas. Pablo escribiendo a los hebreos los insta diciendo “Por tanto, dejando las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas y de la fe hacia Dios, de la enseñanza sobre lavamientos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno”. ¿Podemos ver cómo es que ese crecimiento implica avanzar del alimento líquido, las verdades de salvación, al alimento sólido, las verdades de comprensión?

 

Pero más importante es que ese crecimiento requiere de ser probado para ver si es verdadero, como dice Pedro en su primer carta “para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.

 

El “sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” señalado por Jesús en  Revelación o aquel “más el que persevere hasta el fin, éste será salvo” señalado por Cristo en Mateo, implica que tenemos que hacer nuestra parte para alcanzar las promesas, que debemos esforzarnos, incluso a costa de nuestra vida por llegar al final, como dijo Jesús “porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”.

 

En el andar por el Camino hacia las promesas hay que tener claridad de que no se trata de un sendero llano y sin mayores problemas, sino que está lleno de obstáculos, dificultades e impedimentos, pero es precisamente el avanzar incluso a pesar de esto lo que formará en nosotros el carácter perfecto y santo del Padre y nos permitirá llegar a las promesas que se nos han dado, después de todo con o sin puentes, los ríos y hondonadas de la vida deben ser cruzados.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Mateo 10:17; Marcos 13:9; Juan 16:33; 2 Corintios 6:4; Romanos 5:1,2; 2 Corintios 2:14; Hechos 14:22; Isaías 35:3; Hebreos 6:1-2; 1 Corintios 2:6; Revelación 2:10; Salmos 31:23; Mateo 24:13; Romanos 2:7; Lucas 9:24; Juan 12:25

martes, 15 de junio de 2021

Solo hay un riesgo que no vale la pena correr: el riesgo de no lograr tus sueños por no intentarlo

 


Si somos honestos en el llamamiento, nada nos garantiza que alcanzaremos las promesas. Es cierto, como dice nuestro Señor Jesús, que nada ni nadie nos puede arrebatar de sus manos, pero una cosa es que nada ni nadie pueda arrebatarnos de las manos del Señor y otra muy distinta que nosotros, voluntariamente, nos salgamos de ellas.

 

Sobre esto último, Pablo escribiendo a los hebreos, les dice “porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”.

 

Sobre lo primero señalado, a saber: que no hay certeza en que llegaremos al final, Pablo en su carta a los de Filipo lo señala estableciendo que aún en la incertidumbre es menester mantenerse firmes: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

 

Es por eso que en Revelación, a aquellos que han vencido y han sido considerados dignos de ser con Cristo reyes y sacerdotes en el reino venidero, son señalados como llamados, elegidos y fieles, no solo llamados y elegidos, sino también fieles, es decir, que a pesar de todo se mantuvieron firmes hasta el final.

 

Proverbios como admonición señala la actitud del indolente que señalando problemas y obstáculos renuncia a pelear incluso antes de que la batalla empiece: “Dice el perezoso: El león está fuera; seré muerto en la calle”. Parafraseando alguien pudiera decir: “El andar por el Camino trae mucha tribulación, mejor desisto de ello para no pasar por las pruebas”. ¿Qué resultado podría esperarse de eso?

 

 Jesús nunca dijo que el responder al llamado implicaría una vida sin mayores problemas, al contrario, claramente señalo para aquellos que así hiciesen: “Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán”, pero de igual forma señaló la condición para triunfar en el llamamiento al que se ha respondido: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”.

 

Nada nos garantiza llegar al final, en alcanzar las promesas, en esto debemos hacer nuestro máximo esfuerzo, pero de lo que sí hay garantía es que si cejamos en esto no alcanzaremos aquello que se nos ha prometido, después de todo solo hay un riesgo que no vale la pena correr: el riesgo de no lograr tus sueños por no intentarlo.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Juan 10:28; Isaías 27:3; Hebreos 10:26-27; Números 15:30; Filipenses 3:13-14; Lucas 9:62; Revelación 17:14; Mateo 22:14; Proverbios 22:13; Números 13:32-33; Mateo 24:9-10; Daniel 11:33; Mateo 24:13; Lucas 21:19


martes, 8 de junio de 2021

Luchar con carácter, por un ideal y con valores te convierte en un guerrero

 


Pablo, escribiendo a los de Éfeso,  con las palabras que han sido encuadradas como aquello que se conoce como la armadura de Dios, les dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.  Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.  Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia,  y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.  Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.  Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;  orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”.

 

De esta forma es más que claro que como creyentes estamos en una lucha, lucha en la que desempeñamos el papel de guerreros, siendo necesario lo anterior para luchar la buena batalla.

 

Pablo confirma esto cuando en la misma cita anterior señala “porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.

 

En esta misma línea de pensamiento Pablo, en su primer carta a Timoteo, le exhorta diciendo “pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos”.

 

Pero no solo él exhorta a los demás a que peleen la buena batalla  sino que él mismo se reconoce como parte de esa lucha. En su segunda carta a Timoteo señala “he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.  Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”.

 

Estas dos últimas citas tienen un referente que permite entender la profundidad de las mismas. La primera hace referencia a “la buena batalla de la fe”, la segunda, señala “he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”, de esta forma la base de esta guerra espiritual se fundamenta en la fe que profesamos.

 

Esto es más que evidente pues uno actúa como uno piensa, siendo que si nuestro pensamiento es moldeado por la verdad nuestro actuar será acorde a la misma, como también dice Pablo a los de Éfeso cuando los exhorta a no ser como “niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error”.

 

De esta forma el crecer en el conocimiento de Dios y Su Hijo se debe dar sobre el fundamento de la doctrina de la iglesia de Dios, columna y fundamento de la verdad “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”, sabiendo que el luchar con carácter, por un ideal y con valores te convierte en un guerrero.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Efesios 6:10-18; 1 Timoteo 6:12; 1 Corintios 9:25; 2 Timoteo 4:7-8; Filipenses 3:12; Efesios 4:14; Hebreos 13:9; Colosenses 1:10; Colosenses 2:6; 2 Pedro 3:18; Colosenses 2:6; 1 Timoteo 3:15; 1 Pedro 2:5; Efesios 4:13; 1 Corintios 14:20


martes, 1 de junio de 2021

Hacer lo correcto, aunque a veces no sea lo conveniente, requiere de carácter

 


Venir a salvación no es como el náufrago que llega a una isla paradisiaca donde puede vivir sin mayores problemas, al contrario, es como iniciar una batalla que durará toda la vida, de hecho tan es así que Pablo recomienda vestirnos con la armadura de Dios: ceñidos los lomos con la verdad, vestidos con la coraza de justicia, calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz, tomando el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.

 

Esta batalla constantemente nos enfrenta a lo que el Enemigo, el Mundo o la Carne ponen frente a nosotros, de ahí la importancia de desarrollar el carácter necesario para hacer lo correcto aunque en muchas ocasiones no sea lo conveniente desde el punto de vista del presente siglo.

 

Quienes no tienen esto en mente pueden catalogarse como aquellas personas relatadas en la parábola del sembrador que u oyendo la Palabra no la entienden viniendo el Enemigo y arrebatándola del corazón, o al momento la reciben con gozo pero al no tener raíz en sí es de corta duración y al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra se tropieza, o que el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y la hacen infructuosa.

 

Cristo nos previno de quien quisiera seguirle enfrentaría persecución, rechazo, tribulación, luego entonces lo conveniente, desde el punto de vista del presente siglo, sería amoldarse al Enemigo, al Mundo o a la Carne para no padecer aquello, más sin embargo, sobre esto, Pablo exhorta a los de Roma diciendo “no os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

 

 

Lo anterior resumirse en la respuesta que dieron Pedro y Juan a los dirigentes religiosos que les impelían a que dejase de proclamar el Evangelio: “Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”, ¿y cuál fue el resultado de esta actitud?, “…llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús…”. Sin duda hubiera sido más conveniente, a los ojos del presente siglo, hacer lo que aquellos dirigentes decía, pero como escribió Pablo en su momento a los de Galacia: “Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios?, ¿o me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo”.

 

Todo esto está en consonancia con lo dicho en su momento por Jesús cuando declaró “nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro”, así que en el andar por el Camino no olvides que hacer lo correcto, aunque a veces no sea lo conveniente, requiere de carácter.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Efesios 6:14-17; Mateo 13:19-23; Santiago 1:22-27; Mateo 24:9-13; Romanos 12:2; 1 Pedro 1:14-15; Hechos 5:29, 40; Gálatas 1:10; Efesios 6:6; Mateo 6:24; 1 Reyes 18:21; Josué 24:15,19,20; Santiago 4:4