martes, 20 de abril de 2021

Creer que perder una batalla es perder la guerra es tener una visión de muy corto plazo

 


Los tropiezos, las caídas, vamos: los pecados en que los elegidos incurrimos, plantean un grave problema para nuestra conciencia: ¿será que no soy salvo?, ¿será que no alcanzaré a las promesas?, ¿me estaré engañando?, ¿debería reconocer que no puedo y tirar todo por la borda?

 

Curiosamente ninguna de las preguntas anteriores tiene sustento escritural, luego entonces, más que provenir de Dios deben de venir del Enemigo, de aquel cuyo objetivo es precisamente que perdamos la salvación.

 

Por cierto, eso de que la salvación puede perderse es un hecho escrituralmente comprobable. “Un momento —alguien pudiera objetar— claramente Jesús dice “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”, luego entonces si nadie puede arrebatarnos de sus manos la salvación no puede perderse”. Claro que puede perderse, “retén lo que tienes para que nadie tome tu corona” y “sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” dejan claro que la salvación puede perderse y que el alcanzar las promesas está condicionado.

 

Más sin embargo es verdad que nadie puede arrebatarnos de las manos de Jesús, ¿entonces? Una cosa es que nadie pueda arrebatarnos y otra muy distinta que nosotros, haciendo uso de nuestro libre albedrío, no podamos salirnos por propia voluntad. Pablo deja muy claro esto en su carta a los hebreos cuando dice que “si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”.

 

Pero entonces ¿y las preguntas formuladas inicialmente? Como se comentó, dado que ninguna de esas preguntas tiene sustento escritural más que provenir de Dios deben de venir del Enemigo. De hecho la Palabra deja constancia de lo contrario, a saber: que alguien llamado a salvación sí puede tropezar, sí puede caer, vamos: sí puede pecar, la diferencia es que tras ese tropiezo, tras esa caída, tras ese pecado, vuelve a levantarse: “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”.

 

Juan reitera esto en su primera carta cuando, no escribiendo a los gentiles, sino a la iglesia, a los elegidos que habían venido a salvación, les dice “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros […]  Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”, pero ahí mismo completa la idea cuando señala “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

 

Entonces, qué hacer con los tropiezos, las caídas, vamos: los pecados en que incurramos. La respuesta escritural es clara: levantarnos, pedir perdón y seguir nuestro camino a las promesas que se nos han dado, como decía Pablo “olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, después de todo creer que perder una batalla es perder la guerra es tener una visión de muy corto plazo.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx


 

Referencias:

Juan 10:27-28; Hechos 3:23; Revelación 3:11; 1 Corintios 9:25; Revelación 2:10; Mateo 10:22; Hebreos 10:26-27; 2 Pedro 2:20; Proverbios 24:16; Job 5:19; Salmos 37:24; Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:4-6


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