Los
tropiezos, las caídas, vamos: los pecados en que los elegidos incurrimos,
plantean un grave problema para nuestra conciencia: ¿será que no soy salvo?,
¿será que no alcanzaré a las promesas?, ¿me estaré engañando?, ¿debería
reconocer que no puedo y tirar todo por la borda?
Curiosamente
ninguna de las preguntas anteriores tiene sustento escritural, luego entonces,
más que provenir de Dios deben de venir del Enemigo, de aquel cuyo objetivo es
precisamente que perdamos la salvación.
Por
cierto, eso de que la salvación puede perderse es un hecho escrituralmente
comprobable. “Un momento —alguien pudiera objetar— claramente Jesús dice “Mis
ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y
no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”, luego entonces si
nadie puede arrebatarnos de sus manos la salvación no puede perderse”. Claro
que puede perderse, “retén lo que tienes para que nadie tome tu corona” y “sé
fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” dejan claro que la
salvación puede perderse y que el alcanzar las promesas está condicionado.
Más
sin embargo es verdad que nadie puede arrebatarnos de las manos de Jesús, ¿entonces?
Una cosa es que nadie pueda arrebatarnos y otra muy distinta que nosotros,
haciendo uso de nuestro libre albedrío, no podamos salirnos por propia voluntad.
Pablo deja muy claro esto en su carta a los hebreos cuando dice que “si
pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la
verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda
expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los
adversarios”.
Pero
entonces ¿y las preguntas formuladas inicialmente? Como se comentó, dado que
ninguna de esas preguntas tiene sustento escritural más que provenir de Dios
deben de venir del Enemigo. De hecho la Palabra deja constancia de lo
contrario, a saber: que alguien llamado a salvación sí puede tropezar, sí puede
caer, vamos: sí puede pecar, la diferencia es que tras ese tropiezo, tras esa
caída, tras ese pecado, vuelve a levantarse: “siete veces cae el justo, y
vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”.
Juan
reitera esto en su primera carta cuando, no escribiendo a los gentiles, sino a
la iglesia, a los elegidos que habían venido a salvación, les dice “si decimos
que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros […] Si decimos que no hemos
pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”, pero ahí
mismo completa la idea cuando señala “Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
Entonces,
qué hacer con los tropiezos, las caídas, vamos: los pecados en que incurramos.
La respuesta escritural es clara: levantarnos, pedir perdón y seguir nuestro
camino a las promesas que se nos han dado, como decía Pablo “olvidando lo que
queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio
del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, después de todo creer que
perder una batalla es perder la guerra es tener una visión de muy corto plazo.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Juan
10:27-28; Hechos 3:23; Revelación 3:11; 1 Corintios 9:25; Revelación 2:10; Mateo
10:22; Hebreos 10:26-27; 2 Pedro 2:20; Proverbios 24:16; Job 5:19; Salmos 37:24;
Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:4-6
No hay comentarios:
Publicar un comentario