Hay quienes creen que por el solo hecho de haber venido a salvación, de haber bajado a las aguas del bautismo, de haber recibido del Espíritu Santo mediante la imposición de manos, su salvación está garantizada, pero la Escritura no dice eso.
Pablo
escribiendo a los hebreos les dice que “si pecáremos voluntariamente después de
haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los
pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha
de devorar a los adversarios”, de igual forma Pedro en su segunda carta señala
lo mismo al decir “ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las
contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo,
enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor
que el primero”.
La
Escritura al contrario nos exhorta, como en el caso de Josué, a esforzarnos y
ser valiente cuando Dios a aquel le dijo “esfuérzate y sé valiente. No temas ni
desmayes, que yo soy el Señor tu Dios, y estaré contigo por dondequiera que
vayas”.
Es
por eso que aquellos que en Revelación son presentados regresando con el Señor
a someter a las naciones en la fase de guerra no son solamente designados como
llamados y elegidos, sino como llamados, elegidos y fieles, de esta forma lo
que se espera de nosotros, los llamados y elegidos es que permanezcamos fieles
hasta el final, como señala el mismo libro de Revelación “sé fiel hasta la
muerte, y yo te daré la corona de la vida”.
Esa
fidelidad requerida, implica no abjurar de la fe que hemos recibido y ese
esforzarse apunta a luchar por poner por obra esa fe que se dice profesar, no
implica, como algunos podrían creer, el de ya hacer esto de manera perfecta y
santa, pues seguimos en la carnalidad, sino al contrario: no dejarnos abatir ni
por el Enemigo, ni por el Mundo, ni por la Carne, y seguir avanzando hacia las
promesas dadas, levantándonos de los tropiezos, de las caídas que
experimentemos, como lo señala Salomón en uno de sus proverbios “porque siete
veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”.
Es
por eso que nuestro Señor señalo que la clave de nuestra salvación está en la
paciencia cuando dijo “con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas”. Sobre
esto creo estaremos de acuerdo ya que dado todo lo contrario que experimentamos
en nuestro andar motivado por el Enemigo, el Mundo y la Carne que deviene en
innumerables caídas y tropiezos, la única forma de salvar esto es teniendo
paciencia.
Esa
paciencia implica que nuestra salvación ha sido ganada por el sacrificio
redentor de Jesús, no por nuestra propia justicia; esa paciencia implica que
estamos en un proceso de crecimiento hasta alcanzar la estatura perfecta de
Cristo; esa paciencia implica comprender que no son los llamados y elegidos los
que calificarán para el reino sino los que además de eso permanezcan fieles;
esa paciencia implica cree, confiar, en que, como escribía Pablo a los de
Filipo, “que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta
el día de Cristo Jesús”.
Lograr
todo lo anterior implica y requiere que usemos nuestra voluntad, voluntad para
aferrarnos a las promesas, para tener esa paciencia requerida y para
mantenernos fieles hasta el final, después de todo la voluntad logra sueños que
para la razón parecieran irrealizables.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Hebreos
10:26-27; Deuteronomio 17:12; 2 Pedro 2:20; Ezequiel 33:13; Josué 1:9; Deuteronomio
31:8; Revelación 17:14; Proverbios 24:16; Job 5:19; Lucas 21:19; Mateo 10:22; Efesios
2:8-9; Romanos 3:24; Efesios 4:13; Gálatas 4:19; Filipenses 1:6; 1 Corintios
1:8
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