El
andar por el Camino presenta una paradoja para la vida cristiana ya que se
tiene claro que el ser perfectos y santos es la meta que estamos tratando de alcanzar
pero, dada nuestra actual carnalidad, esa meta se consigue después de muchos
tropiezos y caídas.
Cuando
uno piensa en alguien perfecto y santo, sobre todo en el contexto del
llamamiento al que hemos respondido, podría pensarse en alguien que nunca
tropieza, que nunca cae en el Camino, pero la definición de alguien que es
justo, según la Escritura, no es de alguien que nunca tropieza, que nunca cae,
sino alguien que ante cada tropiezo, ante cada caída que experimenta, se vuelve
a poner en pie: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más
los impíos caerán en el mal”.
Esto
debería quedarnos muy claros a todos los que estamos tratando de alcanzar las
promesas, pero ¿qué es lo que muchas veces sucede?, que ante los tropiezos, las
caídas que experimentamos, el Enemigo, el Mundo o nuestra propia Carnalidad
comienzan a susurraros al oído de nuestra conciencia que no somos dignos de
este llamamiento al que hemos respondido, que no estamos a la altura de lo que
se espera de nosotros, que deberíamos desistir de alcanzar algo que nunca
lograremos.
El
problema de lo anterior es que si prestamos atención a esas voces internas que
nos llaman a tirar todo por la borda perderemos aquello que queremos alcanzar.
Pablo, escribiendo a los de Filipo, establece la manera correcta del andar en
el Camino: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa
hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está
delante, prosigo a la meta, al premio
del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Pero
¿cómo tomar esos tropiezos, esas caídas que experimentamos? Hay una forma
edificativa de abordar eso y tiene que ver precisamente con lo que aprendemos
de lo mismo.
Fíjate
como aquellas cuestiones que pueden considerarse como tropiezos, como caídas,
para nada molestan a los del mundo, son a nosotros, los elegidos, a los que nos
duelen, a los que nos deprimen, ¿qué quiere decir eso?, ¡que ha comenzado a
formarse en nosotros el carácter perfecto y santo de nuestro Padre por medio de
su Espíritu que mora en cada uno!
Pablo
tenía el mismo problema, la misma lucha. Por un lado no hacía el bien que
quería, lo cual nos dice que, a diferencia del mundo, le quedaba muy claro cuál
era ese bien que debía alcanzar, y por otro lado hacía el mal que no quería lo
cual, además de reflejar la debilidad de su carnalidad, como la tuya y la mía,
indica que también le quedaba claro aquello que por ser malo debía evitar. Al
final de ese discurso Pablo, externaba, como tú y yo debemos externar, la
confianza en que, si se mantenía fiel hasta el final, llegaría ese momento en
que tal dualidad contradictoria dejaría de ser y no por nuestros méritos sino
por el sacrificio redentor de Jesús.
El
andar por el Camino no está exento de caídas, pero al igual que pasa con un
niño al dar sus primeros pasos, todas las veces que de ellas nos levantemos nos
irá fortaleciendo en el llamamiento al que hemos respondido, después de todo cada
caída de la que te levantas te acerca más a la persona de excelencia que estás
llamada a ser.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo
5:48; Levítico 19:2; Deuteronomio 18:13; Levítico 11:44; 1 Pedro 1:16; Levítico
20:7; Proverbios 24:16; 2 Corintios 4:9; Job 5:19; Salmos 34:19; Filipenses
3:13-14; Lucas 9:62; Hebreos 6:1; Romanos 7:19-25; Efesios 6:11-13; 2 Pedro
2:19
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