martes, 18 de agosto de 2020

¿Qué no te gusta el plato que la vida te sirvió? ¡Pues levántate y prepárate otro!

 

Si tuviéramos que hablar de una característica en común en cuanto a todas las personas ésta bien podría ser la constante insatisfacción que permanentemente se tiene ante la vida. En el caso del cristiano esto es igual, lo cual es entendible pues no estamos llamados a menos que a ser santos y perfectos, lo cual, mientras no se logre, nos hará sentir incompletos.

 

Ante esta insatisfacción relacionada con nuestro actual vivir hay dos opciones: ceder ante la imposibilidad de lograr en esta vida esa satisfacción deseada o bien hacer algo para cambiar esa situación.

 

Frente a esta disyuntiva el mundo, si bien constantemente está tratando de cambiar esa situación, lo hace por un camino que trae más insatisfacción y, lo que es peor, que en muchos de los casos conduce a aquello que no se desea, ya que como bien se sabe hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte.

 

En el caso de los elegidos lo anterior debería ser radicalmente opuesto, es decir, a sabiendas que no es nuestro esfuerzo el que logra se concreticen las promesas del Padre recibidas, se tiene muy en claro que solamente poniendo por obra esa fe que se dice profesar puede cambiarse en parte nuestra actualidad pero de manera total nuestra eternidad.

 

Esto pareciera ser una contradicción, es decir, ¿para que esforzarnos si no depende de nosotros alcanzar aquello que se nos tiene reservado?, pero la realidad es que ese esfuerzo es requerido primero para que el Padre forme en nosotros, a través de Su Santo Espíritu, Su propio carácter perfecto y santo, y segundo para evidenciar ese deseo de alcanzar aquellas promesas.

 

Es algo así como el niñito que se esfuerza por dar sus primeros pasos, es más que evidente que todavía no sabe, es más: no puede caminar por sí mismo, pero el solo hecho de intentarlo lo va fortaleciendo para en un momento futuro poder caminar, de igual forma, si el padre lo ve haciendo ese esfuerzo se inclina, lo toma, y lo ayuda en el mismo, apoyo sin el cual lo más probable es que el niño no pudiera aprender a caminar, pero si el padre no ve esfuerzo alguno  tampoco obligaría al hijo a ello pues eso no solo sería contraproducente sino incluso dañino en su desarrollo.

 

De igual forma, y aunque se sabe que la plenitud de las promesas pertenece al reino venidero, hay efectos relacionados con un buen vivir, con un sano vivir, con un santo vivir, que desde ya comienzan a beneficiarnos, como escribe Pablo en su segunda carta a los de Corinto: “Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.

 

La otra opción, a saber: la de la desidia ante la vida cediendo a esta y renunciando a todo esfuerzo, ni natural ni mucho menos espiritualmente tiene sentido si quiera considerarla, pero la misma debe  identificarse para reconocerla cuando nuestra carnalidad nos impulse a ello para que, con la luz y fuerza que deviene del Santo Espíritu de nuestro Padre Dios, remontar esa tendencia material sabiendo que estamos llamados a una eternidad gloriosa, así que ya lo sabes: ¿Qué no te gusta el plato que la vida te sirvió? ¡Pues levántate y prepárate otro!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx



Referencias:

1 Pedro 1:16; Levítico 11:44; Mateo 5:48; Deuteronomio 18:13; 2 Corintios 7:1; 2 Corintios 6:17,18; Proverbios 14:12; Mateo 7:13,14; Santiago 2:18; Mateo 7:16; Santiago 3:13


No hay comentarios:

Publicar un comentario