martes, 25 de febrero de 2020

A veces hay que tocar cien puertas para que se abra una



La vida cristiana, como lo sabe todo elegido que ha respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo, se sustenta tanto en la fe como en las obras. En la fe ya que la salvación deviene de aceptar el sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, como dice la Escritura: “porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;  no por obras, para que nadie se gloríe”; y en las obras ya que nuestro andar por el mundo debe servir como testimonio siendo así sal de la tierra y luz del mundo, como dice la Palabra: “así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

En ese sentido, a saber, que el andar por el Camino se sustenta en la fe y en las obras, es que cada elegido debe entender que en ambos aspectos está el ir siendo perfeccionado por la acción del Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en cada uno.

En cuanto a la fe, este perfeccionamiento implica ir adquiriendo cada vez más conocimiento, tanto en extensión como en profundidad, relacionado con la fe que se dice profesar. Sobre esto es más que esclarecedor el exhorto que hace Pablo para pasar del alimento líquido, el entendimiento básico de las verdades de salvación, al alimento sólido, el entendimiento pleno de las verdades de comprensión: “aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” […] para que “[habitando] Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor,  seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,  y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”. Todo lo cual implica seguir en estudio, en meditación, en oración hasta avanzar —aunque de inicio no sea así—  en esa comprensión.

En cuanto a las obras, este perfeccionamiento implica ir madurando en el testimonio que por medio de las obras ante el mundo se da. Sobre esto es claro Pablo cuando en su primer carta a los de Corinto les exhorta diciendo “estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”, de igual forma escribiendo a los de Roma les dice que “a los que perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad [alcanzarán] la vida eterna”, con todo y todo hay que tener cuidado que lo que se busque en esto no sea la propia exaltación, contra lo cual la Escritura nos previene, sino que siempre se busque la gloria de Dios: “así pues, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Todo lo cual implica seguir poniendo la fe por obras hasta que éstas —aunque de inicio no sea así—  den su fruto.

Pero —y esto es muy importante—, para lograr lo anterior uno debe seguir, en cuanto a la fe,  estudiando, meditando, orando, y en cuanto a las obras, haciendo el bien sin desfallecer ya que en su debido momento se segará lo sembrado, como dice Pablo escribiendo a los de Colosas “para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”, después de todo a. veces hay que tocar cien puertas para que se abra una.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor


Referencias:
Efesios 2:8-11; Santiago 2:17-22; Mateo 5:16; 2 Pedro 3:18; Juan 17:3; Hebreos 5:13-14; Efesios 3:17-19; 1 Corintios 15:58; Romanos 2:7; 1 Corintios 10:31; Gálatas 6:9; Colosenses 1:10

martes, 18 de febrero de 2020

Logro sin esfuerzo no sabe, no se valora, y lo que es peor, la mayoría de las veces no dura



En ocasiones, ante las tribulaciones que se experimentan en esta vida, tanto los elegidos como los del mundo pueden llegar a preguntarse ¿no podría Dios haber creado un proceso para Sus fines que no implicase tanto esfuerzo?

Teóricamente Dios podría hacer las cosas de manera diferente, de hecho de cualquier manera que Él quisiera, pero dada Su perfección y Su santidad la manera actual en que las cosas están trabajando es la más óptima, como dice la Escritura “yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”

¿Óptima?, —dirá alguien— ¿con tanto dolor y sufrimiento? Así es: óptima. Recordemos que en esto participa algo que no hay que olvidar: la libertad de la que Dios nos ha dotado y que es la que finalmente ha acarreado esto que nos duele, que nos molesta, pero incluso en medio de esto, la obra de Dios se desarrolla perfecta, santamente, como señala la Escritura “así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.

Pero una cosa es el dolor, el sufrimiento que nosotros mismos nos hemos acarreado al desligarnos desde el principio de la obediencia al Padre e  intentar por nosotros mismos —y para nosotros mismos— establecer lo que es bueno, lo que es correcto, y otra muy distinta el esfuerzo necesario para ello.

¿Te has fijado que antes de pecar, cuando nuestros primeros padres aún estaba en el Paraíso, Dios les encomendó cultivarlo y cuidarlo?, incluso si nuestros primeros padres no hubiesen pecado el esfuerzo hubiese sido necesario, ¿y esto por qué?, porque sólo se aprecia, en toda la extensión de la palabra, aquello que ha costado esfuerzo por conseguir, como señala la Palabra “irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; más volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”.

¿Eso quiere decir que la salvación nos la estamos ganando por nuestro esfuerzo?, no, la salvación nos es dada de gracia por el sacrificio redentor de Jesús, pero nuestro esfuerzo demuestra nuestra intención de vivir santamente, conforme a la voluntad del Padre, siendo que si esto es así, llegará el momento en que liberados de esta carnalidad corruptible podamos servirle en gloria de manera perfecta.

Pero eso no es todo, además de que el esfuerzo requerido para andar por el Camino evidencia ese deseo de vivir como hijos de Dios de manera perfecta y santa, las mismas tribulaciones que por lo anterior experimentamos va logrando que en nosotros se forje el carácter perfecto y santo de nuestro Padre, como dice la Palabra “nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”, después de todo logro sin esfuerzo no sabe, no se valora, y lo que es peor, la mayoría de las veces no dura.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor


Referencias:
Jeremías 29:11; Isaías 55:11; 55:8-12; Génesis 2:15; Efesios 2:9; Romanos 3:28; 2 Timoteo 1:9; Tito 3:5; Salmos 126:6; Isaías 55:12; Romanos 5:3-5; 8:35-37; 2 Corintios 12:9,10

miércoles, 12 de febrero de 2020

Cada día es una oportunidad no solo de lograr cosas sino de ser más



Todo elegido que ha respondido al llamado del Padre para venir a salvación en el presente siglo sabe que la fe sin obras es una fe muerta, entiende que no son los oidores de la ley los que son justificados sino los hacedores de la misma, y que los que entrarán al Reino de Dios no son los que digan “Señor, Señor” sino los que hagan la voluntad del Padre que está en los cielos.

Esto no quiere decir de ninguna manera que los elegidos busquen ganar la salvación, ésta —como bien entienden— es otorgada a quienes aceptan el sacrificio redentor de Cristo, pero de igual forma se entiende que aquellos que han sido salvos por la sangre de Cristo llamados están a mostrarlo al mundo con sus obras siendo así sal de la tierra y luz del mundo.

Con todo y todo no debe perderse el sentido de todo esto pues los elegidos están llamados, sí: a mostrar con sus obras la fe que dicen profesar, pero finalmente, ese testimonio debe ser congruente con la transformación que en ellos se está obrando en el presente siglo por la acción del Espíritu de Dios, es decir, no sólo se tratar de hacer sino también de ser.

Estudiar, meditar, orar, eso está bien; congregarse, participar, aportar, esto es aún mejor; pero si todo eso no es reflejo de un verdadero cambio interior –mental, emocional, espiritual-, se estaría entonces en la presencia de un testimonio vano.

Fijémonos en las palabras con las que Cristo se refirió a los maestros religiosos de su tiempo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres!”

Así que en palabras de nuestro Señor, uno puede llegar a mostrar ante los demás grandes frutos, grandes obras, pero si eso no es reflejo de lo que hay adentro, comparable es esto a esos sepulcros blanqueados estando por dentro lleno de huesos e inmundicia, símbolos de la hipocresía e iniquidad.

Entonces ¿qué corresponde?, ¿dejar de hacer obras de justicia si en nuestro interior aún hay suciedad?, para nada, antes bien seguir con el trabajo de poner por obra la fe que se dice profesar pero aunar a ello el esfuerzo por cambiar —con oración y ayuno— lo que dentro de nosotros no forma parte de la elección que se ha hecho al responder al llamado del Padre para llegar a ser Sus hijos, mostrar Su justicia y reflejar Su carácter perfecto y santo llegando así a la estatura perfecta de Cristo, después de todo cada día es una oportunidad no solo de lograr cosas sino de ser más.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Santiago 2:14-17; Romanos 2:13; Mateo 7:21; Lucas 13:25; 1 Pedro 3:18; Gálatas 1:4; Romanos 5:2; Gálatas 1:4; Mateo 5:13-16; Marcos 9:50; Lucas 14:34; Mateo 23:27-32; Efesios 4:13; 1 Juan 3:2


miércoles, 5 de febrero de 2020

La vida es un río, si no avanzas con decisión hacia donde quieres, la corriente te arrastrará hacia donde no quieres


Hay quienes allegados a la vida cristiana, al responder al llamado del Padre para salvación en el presente siglo, caen en lo que podría decirse una especie de letargo espiritual: justificándose que no es el propio esfuerzo el que nos consigue alcanzar las promesas dadas, sino que esto es gracias a la iluminación y fortaleza que imparte el Espíritu de Dios en cada uno, dejan de esforzarse esperando sea Dios quien haga todo.


Sobre esta actitud, la Escritura es muy clara y corrige constantemente sobre este pensamiento. “Pasé junto al campo del hombre perezoso, y junto a la viña del hombre falto de entendimiento; y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos, ortigas habían ya cubierto su faz, y su cerca de piedra estaba ya destruida.  Miré, y lo puse en mi corazón; lo vi, y tomé consejo”, señala de manera contundente el libro de Proverbios.  


Sobre esto mismo, Cristo en su momento les dijo a los de Su tiempo, y en su figura a los cristianos de todos los tiempos, “no todo el que me dice: ``Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”; de igual forma Pablo escribiendo a los de Roma es muy claro al señalar que “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”.


Entonces, ¿cómo entender esto? Sabemos muy claramente que la salvación viene de gracia, “porque por gracia sois salvos por medio de la fe [—señala Pablo escribiendo a los de Éfeso—]; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;  no por obras, para que nadie se gloríe”, más sin embargo, una vez salvos, estamos llamados a una vida de santidad que devenga en justificación, “antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” señalaba Pedro en su segunda carta y en su primer carta señala “desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación”.


Sería algo así como aquel que desea entrar a una universidad, la mejor del mundo, pero ésta está fuera de su alcance, siendo que la universidad, al enterarse del deseo de esta persona le concede su ingreso de manera gratuita, pero una vez dentro la persona deberá demostrar a través de su dedicación que realmente está interesado en su formación.

Tener una actitud indolente hacia la salvación dada demuestra un desprecio de la misma, pero esto es peor ya que el Enemigo, el Mundo y la Carne constantemente luchan en  nosotros y contra nosotros para que no alcancemos las promesas del Padre, siendo que, como en el caso de un río que se desea cruzar, si uno no se esfuerza por llegar a la otra orilla será arrastrado por la corriente, o como decía Pedro en su segunda carta “Porque si después de haber escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo son enredados en ellas y vencidos, su condición postrera viene a ser peor que la primera”.


La simbología escritural donde las naciones, pueblos y tribus de la tierra son presentadas como aguas es muy acertada pues eso son: aguas turbulentas agitadas por el Enemigo, el Mundo y la Carne, por lo que los elegidos deben luchar todos los días, guiados y fortalecidos por el Espíritu de Dios, para alcanzar las promesas que se han dado,  después de todo “la vida es un río, si no avanzas con decisión hacia donde quieres, la corriente te arrastrará hacia donde no quieres.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Proverbios 24:30-32; Mateo 7:21; Tito 1:16; Romanos 2:13; Santiago 1:22; Efesios 2:8-9; Hechos 15:11; 2 Pedro 3:18; Efesios 4:15; 1 Pedro 2:2; 1 Corintios 3:1; 2 Pedro 2:20; Hebreos 10:26-27; Revelación 17:15