Si pusiéramos las cosas en perspectiva, desde un
punto de vista eminentemente humano, tendríamos más que de sobra para sentirnos
deprimidos, abatidos. Pablo escribiendo a los Efesios les decía, y en su figura
a nosotros, que nuestra lucha es “contra principados, contra potestades, contra
los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes”, ¿Quién podrá creer que ante esto tiene la más
remota posibilidad de salir triunfante?
Es natural que desde nuestro punto de vista
veamos la salvación como algo casi imposible, pero hay que entender que
nuestros pensamientos no son los de Dios
ni nuestros caminos Sus caminos y que nuestra naturaleza es contraria a
Su naturaleza, es así que más que ver esta lucha desde nuestro punto de vista
hay que verlo desde el punto de vista de Dios, después de todo lo que es
imposible para nosotros es posible para Él.
Con todo y todo no podemos negar la debilidad
carnal que ahorita tenemos, pero ¿qué nos dice la Escritura al respecto?,
Cristo respondiendo a Pablo respecto a las debilidades que presentaba, y en su
persona respondiéndonos a nosotros, le dice «Te
basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad», y Pablo
entendiendo esto reflexiona “por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de
mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo”.
Volviendo sobre la idea anterior, Pablo escribiendo
a los Romanos la aclara aún más al señalar que “en nuestra debilidad el
Espíritu acude a ayudarnos”, luego entonces más que fijarnos en todo aquello de
lo que carecemos para ganar esta batalla a la que hemos sido convocados, más
bien debemos pedir la ayuda de Aquel que puede fortalecernos ya que “Dios no
nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio”.
Ahora bien, todo esto se oye esperanzador,
pero ¿qué sugerencias prácticas tiene la Escritura para salir a enfrentar esta
batalla a la que hemos sido convocados con la esperanza de triunfo? “pónganse toda la armadura de Dios, para que
cuando llegue el día malo puedan resistir hasta el fin con firmeza. Manténganse
firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, protegidos por la coraza de
justicia, y calzados con la disposición de proclamar el evangelio de la paz.
Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todas
las flechas encendidas del maligno. Tomen el casco de la salvación y la espada del
Espíritu, que es la palabra de Dios”.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿Quién podrá creer que ante todo lo que tenemos en
contra podemos pensar en tener la más
remota posibilidad de salir triunfante?, Pablo escribiendo a los Romanos revira esto preguntando más bien “¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o
hambre, o desnudez, o peligro, o espada?... Antes, en todas estas cosas somos
más que vencedores por medio de Aquel que nos amó”, aclarando en esa misma
carta que que “Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra
nosotros?”, y escribiendo a los Filipenses les dice sobre esto “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Si esta batalla dependiera enteramente de nosotros
la habríamos perdido desde antes de iniciar, pero esta batalla es de Dios,
quien pelea por nosotros y quien lleva a término lo que desde la eternidad
pensó para cada uno, así que recuerda esto: muchas cosas han parecido
imposibles... ¡hasta que llega Alguien y las hace!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Efesios 6:12; Isaías 55:8-9; Romanos 8:5;
Lucas 18:27; 2 Corintios 12:9; Romanos 8:26; 2 Timoteo 1:7; Efesios 6:13-17; Romanos
8:36, 37; Romanos 8:31; Filipenses 4:13; Deuteronomio 3:22
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