miércoles, 19 de junio de 2019

El mediocre siempre se andará justificando del por qué no hizo las cosas, el excelente dejará que sus resultados hablen



El cristiano no está llamado para una vida mediocre sino para una vida de excelencia, “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” dijo Cristo, y es abundancia implica la totalidad de lo que somos. El exhorto escritural de ser perfectos como nuestro Padre lo es no deja lugar a duda de que la mediocridad no es a lo que estamos llamados.

Mediocre es una palabra muy fuerte que a nadie gusta, menos como distintivo de nuestro actuar, pero curiosamente aunque sea una palabra fuerte muestra una debilidad de carácter de aquel que presenta esta característica: apunta a alguien incompleto, débil, sin metas ni fundamentos, sin capacidad. Claro que en la mente de quien actúa así siempre habrá un justificante, absurdo y caprichoso en el mejor de los casos, pero irrelevante al fin de cuentas.

En el capítulo 13 del primer libro de Samuel tenemos la historia del sacrificio del Rey Saúl. Como sabemos, los sacrificios sólo podían hacerlos los responsables del culto, en este caso el Profeta Samuel era el encargado, pero el Rey Saúl, abrogándose esta facultad ofreció el sacrificio por sí mismo ganándose que Dios lo desechara como rey.

Lo interesante de esta historia es la justificación que dio el Rey Saúl al Profeta Samuel: “Pues, como vi que la gente se desbandaba, que tú [Samuel] no llegabas en el plazo indicado, y que los filisteos se habían juntado en Micmás, pensé: “Los filisteos ya están por atacarme en Guilgal, y ni siquiera he implorado la ayuda del Señor”. Por eso me atreví a ofrecer el holocausto”. ¿Y cuál fue la respuesta del Profeta  Samuel? “¡Te has portado como un necio! No has cumplido el mandato que te dio el Señor tu Dios. El Señor habría establecido tu reino sobre Israel para siempre, pero ahora te digo que tu reino no permanecerá. El Señor ya está buscando un hombre más de su agrado y lo ha designado gobernante de su pueblo, pues tú no has cumplido su mandato”.

¿Qué movió al Rey Saúl a desobedecer?, ¿acaso era malo en sí mismo?, ¿deseaba realmente desobedecer a Dios? Para nada, vemos en su respuesta que lo que lo movió fue el miedo, sobre todo a lo que los demás pensaran e hicieran y que le llegase a afectar. Con todo y todo creyó hacia bien, pero su pensamiento no validaba la corrección de sus acciones.

“Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová”, en la Escritura, en ese sentido, ¿es sensato quererse llevar por lo que el corazón dicte sobre cosas que ya ha establecido Dios como son y cómo deben hacerse? No tiene sentido y lo que es peor: es bastante riesgoso: “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte”.

La mejor manera, no: la única manera de lograr la excelencia en la vida cristiana es obedeciendo Dios, quien así actúe no tendrá una conciencia que lo recrimine y, con la ayuda del Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros, podrá estar en pie a la venida del Hijo del Hombre, después de todo el mediocre siempre se andará justificando del por qué no hizo las cosas, el excelente dejará que sus resultados hablen.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor



Referencias:
Juan 10:10; 5:40; Mateo 5:48; Deuteronomio 18:13; 2 Corintios 7:1; Colosenses 1:28; 1 Samuel 13:1-15; Isaías 55:8; Oseas 14:9; Proverbios 14:12; 12:15; 1 Juan 3:21; Romanos 14:22; Lucas 21:36; 2 Corintios 4:14; Romanos 2:6; Revelación 22:12

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