La vida cristiana se desarrolla en dos
dimensiones, una es la vida carnal y otra la vida espiritual. En ambos casos el
exhorto de la Escritura es a trabajar en ambas esferas poniendo las cosas en el
correcto orden de prioridades.
Si bien existe un llamamiento superior para el
cristiano, no por eso debe uno ser desidioso en las responsabilidades que en
esta vida se tienen. Hablando de la dimensión carnal la Escritura elogia la
diligencia, el trabajo, la productividad, como algo no solo loable para el
cristiano sino incluso obligatorio para considerarse como tal.
De igual forma, existe una dimensión espiritual
donde el cristiano día con día debe trabajar para que, con la ayuda del Santo
Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en uno, ser edificados, corregidos, perfeccionados
y santificados.
Visto de esta forma, ambas dimensiones implican
que lo que llamamos vida no es algo que ya poseamos al menos en plenitud, sino
algo que debemos alcanzar con constancia, disciplina, esfuerzo y pasión.
En la dimensión carnal experimentamos un
nacimiento, el natural, pero en la dimensión espiritual estamos llamados a
experimentar dos nacimientos el del agua y el del espíritu.
El del agua tiene su referente en el bautizo, tomado
después de arrepentirnos, y con el cual nuestros pecados son perdonados y en esta
vida somos revestidos de Cristo.
El del espíritu es aquel que esperamos cuando al
regreso de Cristo tanto los que duerman como los que vivos estén seamos transformados
en cuerpos de gloria como el suyo.
Así como el nacimiento carnal nos impele de
obligaciones cotidianas para mantener esa vida que se nos ha dado, de igual
forma el primer nacimiento espiritual, el bautizo, nos impone condiciones para
mantenernos con esa vida espiritual y llegar al final ser de los encontrados
llamados, escogidos y fieles y poder acceder al segundo nacimiento, el del
espíritu.
Si uno deja de lado la diligencia, el trabajo, la
productividad en la vida carnal esta comienza su declive teniendo en el peor de
los casos una cesación de la misma. Si uno deja de lado la diligencia, el
trabajo, la productividad en la vida espiritual pone en riesgo el llegar a la
meta y obtener las promesas que se nos han sido conferidas, en ambos casos
podemos concluir que la vida no es algo que se nos da cuando se nace, sino algo
que debemos de ganarnos día a día con el fragor de la batalla cotidiana.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Proverbios 10:4; 19:15; 2013; Efesios 4:15; Colosenses
1:10; 1 Tesalonicenses 3:12; Hebreos 6:1; Gálatas 3:26-27; 1 Tesalonicenses
4:16-17; 1 Corintios 15:23; Mateo 22:14; Revelación 2:10; 3:21; Gálatas 6:8; 1
Corintios 15:42; Revelación 2:26
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