miércoles, 30 de enero de 2019

Comienza intentándolo... terminarás lográndolo



Sin duda alguna que no hay nada más frustrante para el cristiano que lidiar con nuestras propias fallas, con nuestras propias debilidades. Si bien sabemos lo que de nosotros se espera por el llamamiento del que hemos sido objeto, no podemos menos que reconocer lo lejos que estamos de haber alcanzado la perfección y santidad requerida.

Al igual que Pablo podemos decir que sentimos en nuestra carne dos leyes: aquella nacida del llamamiento que nos mueve hacia la justicia divina y aquella que nace de nuestra carnalidad y que busca rebelarse de ella.

Bien dice la Escritura que nuestro corazón es engañoso, engañoso más que todas las cosas y perverso, si nosotros por nosotros mismos quisiéramos mejorarnos estaríamos en un absurdo contradictorio ya que si el corazón es engañoso y perverso, ¿cómo podría de él salir lo recto y verdadero? Un árbol malo no puede producir frutos buenos.

El único santo y perfecto es Dios, y a los que Él ha llamado son escudriñados por el Padre para su perfeccionamiento. El símil que presenta la Escritura del alfarero y la vasija de barro que hace con cuidado, con delicadeza, con propósito, ¡incluso rehaciéndola si ésta se echa a perder!, es una imagen del trabajo que el Padre hace con cada uno de los que son llamados para Sus propósitos.

Ahora bien, lo anterior no quiere decir que uno no esté llamado a esforzarse en nada y dejar todo en las manos del Padre, el exhorto escritural es para esforzarnos y ser valientes ya que no hay forma de ver eso que en nosotros debe ser trabajado hasta en tanto por lo que hagamos o dejemos de hacer salga a la luz.

Si bien por fe somos llamados hijos de Dios, coherederos en Cristo de las promesas dadas a Abraham, esa fe debe mostrarse y demostrarse a través de nuestras acciones, de otra forma es una fe muerta.

Volviendo a la idea inicial, el saber todo lo anteriormente expuesto no implica que no vayamos a caer, pero ese caer no debe arrebatarnos las promesas que se nos han dado; como dice la Escritura, si caemos siete veces, siete veces tenemos que levantarnos, sabiendo que lo que ahorita sea un intento, mañana, en Cristo Jesus y por el Santo Espíritu que mora en nosotros, será una conquista.

La gloria de esta casa, dice la Palabra de Dios referida al Templo de Jerusalén,  será mayor que la postrera. Cada creyente somos templo de Dios, así que en nosotros la gloria venidera será mayor que las tribulaciones que ahorita experimentemos, siempre y cuando seamos hallados no solo llamados y elegidos sino también fieles.

Para concluir y retomando la queja de Pablo sobre las dos leyes que en sí veía preguntándose quien podría liberarle de ese conflicto, terminaba reconociendo que la victoria final nos vendría dada por medio de Cristo, así que no lo olvides, comienza intentándolo... terminarás lográndolo.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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Referencias:
Romanos 7:15-23; Mateo 7:18; Jeremías 17:10; 18:1-6; Josué 1:6; Gálatas 3:11, 26-19; Santiago 2:14-17; Revelación 3:11; Proverbios 24:16; Romanos 8:18; Revelación 17:14; Romanos 7:25

miércoles, 23 de enero de 2019

El quedarte sentado solo hará que más pasos te separen de tu meta



La frase de nuestro Señor Jesús de que vayamos a Él todos todos los que estemos trabajados y cargados, pues Él nos hará descansar, no debe ser tomada por el cristiano como un llamamiento a la desidia ya que claramente en esa exhortación se nos habla de llevar su yugo pues éste es fácil y la carga que el mismo impone ligera.

Sobre esto hay que aclarar que yugo es un término que permite identificar al instrumento fabricado en madera donde mulas o bueyes son atados para constituir una yunta y al cual se sujeta el dispositivo para direccionar al arado o el pértigo del carro.

Así que la referencia del yugo implica el sentido de éste para direccionar a quienes conduce, en el caso del cristiano el yugo de Jesús son los mandamientos del Padre pues nuestro Señor aclara que éste es requisito para permanecer en Su amor, así como Él los ha guardado para permanecer en el amor del Padre. Y respecto de ese amar, la misma Escritura aclara que el amor de Dios es guardar sus mandamientos, señalando, de nueva cuenta y en el mismo orden de ideas, que los mismos no son gravosos.

Aclarado el punto, la actitud que se espera del cristiano, como se comentó inicialmente, no es desidia sino de trabajo, esfuerzo y fructificación. La parábola de los talentos, donde el amo que deja por un tiempo a sus siervos dándoles talentos para que los trabajen, elogia a los siervos que con su esfuerzo lograr multiplicar los talentos, mientras que condena al siervo que ocultando los talentos los entrega sin rendimiento alguno.

Estas ideas deben servir de reflexión para todos en nuestra vida cristiana pues podemos, como el siervo desidioso de la parábola de los talentos, pensar que, dada la redención conseguida por el sacrificio de nuestro Señor Jesús, podemos sentarnos a esperar nuestra liberación final sin hacer nada en el inter. Antes bien en nuestra mente y en nuestro corazón debe estar presente la admonición de nuestro Salvador quien claramente señala que todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.

La vida cristiana, si bien sobrenatural, sigue existiendo mientras estamos en este cuerpo carnal, por lo que a veces uno puede cansarse, tomar un respiro es válido, nuestro Señor Jesús mismo, en un momento dado, invitaba a sus discípulos a ir a algún lugar a descansar un poco. Pero una cosa es tomarse un descanso y otra dejar el trabajo tirado, como el perezoso de Proverbios, con el consecuente resultado de no producir nada.

El cristiano, acorde con su llamamiento, sabe que ha sido llamado a producir fruto, y fruto en abundancia, siendo que tiene un tiempo para ello, por lo que si lo desperdicia mayor será el esfuerzo para conseguir el mismo resultado esperado, así que recuerda el quedarte sentado solo hará que más pasos te separen de tu meta.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Mateo 11:28-30; Juan 15:10; 14:21; 1 Juan 5:3; 2 Juan 1:6; 1 Juan 2:3; Mateo 25:14-30; Mateo 7:19; Juan 15:2; Marcos 6:31; Proverbios 20:4; 13:4; Juan 15:8

miércoles, 16 de enero de 2019

La vida no es algo que se nos da cuando se nace, sino algo que debemos de ganarnos día a día con el fragor de la batalla cotidiana



La vida cristiana se desarrolla en dos dimensiones, una es la vida carnal y otra la vida espiritual. En ambos casos el exhorto de la Escritura es a trabajar en ambas esferas poniendo las cosas en el correcto orden de prioridades.

Si bien existe un llamamiento superior para el cristiano, no por eso debe uno ser desidioso en las responsabilidades que en esta vida se tienen. Hablando de la dimensión carnal la Escritura elogia la diligencia, el trabajo, la productividad, como algo no solo loable para el cristiano sino incluso obligatorio para considerarse como tal.

De igual forma, existe una dimensión espiritual donde el cristiano día con día debe trabajar para que, con la ayuda del Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en uno, ser edificados, corregidos, perfeccionados y santificados.

Visto de esta forma, ambas dimensiones implican que lo que llamamos vida no es algo que ya poseamos al menos en plenitud, sino algo que debemos alcanzar con constancia, disciplina, esfuerzo y pasión.

En la dimensión carnal experimentamos un nacimiento, el natural, pero en la dimensión espiritual estamos llamados a experimentar dos nacimientos el del agua y el del espíritu.

El del agua tiene su referente en el bautizo, tomado después de arrepentirnos, y con el cual nuestros pecados son perdonados y en esta vida somos revestidos de Cristo.

El del espíritu es aquel que esperamos cuando al regreso de Cristo tanto los que duerman como los que vivos estén seamos transformados en cuerpos de gloria como el suyo.

Así como el nacimiento carnal nos impele de obligaciones cotidianas para mantener esa vida que se nos ha dado, de igual forma el primer nacimiento espiritual, el bautizo, nos impone condiciones para mantenernos con esa vida espiritual y llegar al final ser de los encontrados llamados, escogidos y fieles y poder acceder al segundo nacimiento, el del espíritu.

Si uno deja de lado la diligencia, el trabajo, la productividad en la vida carnal esta comienza su declive teniendo en el peor de los casos una cesación de la misma. Si uno deja de lado la diligencia, el trabajo, la productividad en la vida espiritual pone en riesgo el llegar a la meta y obtener las promesas que se nos han sido conferidas, en ambos casos podemos concluir que la vida no es algo que se nos da cuando se nace, sino algo que debemos de ganarnos día a día con el fragor de la batalla cotidiana.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Proverbios 10:4; 19:15; 2013; Efesios 4:15; Colosenses 1:10; 1 Tesalonicenses 3:12; Hebreos 6:1; Gálatas 3:26-27; 1 Tesalonicenses 4:16-17; 1 Corintios 15:23; Mateo 22:14; Revelación 2:10; 3:21; Gálatas 6:8; 1 Corintios 15:42; Revelación 2:26

miércoles, 9 de enero de 2019

Mientras más factores externos sean los que inciden en tus decisiones, menos dueño de las mismas eres



Una realidad en la vida de todo cristiano es que aún seguimos militando en el presente siglo malo. Nuestro Señor Jesús, en su petición al Padre, señalaba que no pedía fuésemos quitados del mundo sino más bien que se nos protegiese del maligno.

En ocasiones, cuando alguien se allega a Cristo, considera que su vida tendrá un cambio como si de este mundo fuese quitado. Como ha venido a la fe verdadera considera que lo que a los demás molesta, preocupa o es causa de tropiezo ya no tendrá efectos en él.

La realidad es que mientras sigamos en este mundo, mientras continuemos en esta carne, lo mismo que acaece a quien no ha venido a la fe nos sucederá, la diferencia es que en nuestra vida existe una esperanza basadas en las promesas que hemos recibido.

Ahora bien, este llamamiento del que hemos sido objeto existe y subsiste en un precario equilibrio donde nos vemos impelidos por un lado por nuestros problemas, nuestras necesidades y por el otro por lo que queremos hacer en obediencia al Padre.

En este precario equilibrio nuestra participación tiene vital importancia. En el relato sobre la visita que hace Jesús a Marta y María, vemos como Marta estaba afanada en las cosas de la casa mientras María escuchaba las enseñanzas del maestro.

No podemos señalar que Marta hiciese mal, al contrario, estaba atendiendo las responsabilidades que tenía conferida, el problema es que en orden de prioridades estaba anteponiendo lo menos importante, las labores del hogar, a lo más importante, escuchar al Maestro, esto obtuvo de Jesús un señalamiento referido a poner en un justo orden las prioridades en nuestra vida.

El cristiano, al igual que Marta, tiene en su vida muchas responsabilidades que podemos decir que incluso son buenas, nobles, pero no por ello debe desatender el llamado del que se ha sido objeto.

Buscar primero el Reino de Dios y su justicia es un llamado escritural, eso implica poner un correcto orden de prioridades, de igual forma, si se busca primero aquello eso implica que hay otras cosas que están en segundo, tercero, cuarto lugar y esas son las responsabilidades que tenemos en nuestra vida. Sirva esta aclaración para quienes, yéndose al otro extremo, quieren desatender sus obligaciones con la excusa del llamamiento del que se ha sido objeto y que la Escritura resume con que el que no trabaje que no coma.

Debemos, como las vírgenes prudentes, velar en todo momento, eso significa, entre otras cosas, a constantemente ver el orden de prioridades que nuestras actividades tienen en nuestra vida, después de todo mientras más factores externos sean los que inciden en tus decisiones, menos dueño de las mismas eres.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Juan 17:15; 1 Juan 5:19; Eclesiastés 9:2; Eclesiastés 2:14; 2 Corintios 10:3-6; Romanos 7:15-24; Romanos 6:6; Lucas 10:38-42; Juan 6:27; 2 Tesalonicenses 3:10; 1 Tesalonicenses 4:11; Mateo 25:1-13; Lucas 12:35

martes, 1 de enero de 2019

No hay mejor recompensa que la satisfacción por un trabajo bien hecho



La vida cristiana conlleva, como es bien sabido, no sólo las promesas del reino venidero sino la obligación de dar fruto en abundancia de perfección y santidad en el tiempo presente, estos son también conocidos como frutos de justicia.

Ahora bien, la justicia sólo puede hacerla un justo, luego entonces ¿qué es alguien justo, alguien que practica justicia? Zacarías y Elisabet, padres de Juan el Bautista, son declarados por la Escritura como justos, y la misma Escritura los define pues dice que andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Así que si bien la justicia inicia,  se sustenta y existe en y por la fe, la misma está estrechamente relacionada con el hacer, con el poner por obra la fe que uno dice poseer.

La Parábola de los Talentos muestra precisamente lo anterior, es decir, siervos que conociendo a su Señor, ponen por obra esa fe dando frutos que le son reconocidos, de igual forma quien ejerce fe pero no pone por obra esa fe le es reconvenido. Por eso es que Jesús señala de manera muy clara que no todo el que diga “Señor, Señor”, es decir, sólo tenga fe, entrará en el reino de los cielos sino sólo los que hagan la voluntad del Padre, es decir, den frutos, pongan la palabra por obra.

Sobre el resultado de los siervos de la Parábola de los Talentos, esto es congruente con el Proverbio que dice que el favor del rey es para el siervo que obra sabiamente, más su enojo es contra el que obra vergonzosamente.  Sobre este siervo sabio que pone por obra su fe, Proverbios mismos dice que abundará en bendiciones.

¿Qué bendiciones podrán ser estas? La Escritura nos dice que a estos siervos sabios, a quienes actúen conforme a la voluntad de su Señor, serán puestos sobre todos los bienes, Jesús mismos repite esta promesa el señalar que “así como mi Padre me ha otorgado un reino, yo os otorgo”.

Si bien muchas son las promesas para quienes obren con justicia y produzcan frutos de perfección y santidad, esas promesas pueden ser resumidas en lo señalado por el último libro de la Biblia, Revelación, cuando señala, en boca de Jesús, que “al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono”, y en boca del Padre cuando señala que “el vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo”.

Hacer lo que como hijos de Dios se espera de nosotros redunda en satisfacción, gozo, perfeccionamiento y santificación y posteriormente en una gloria donde se es reyes y sacerdotes junto con Cristo en el reino venidero, con lo que queda más que claro que no hay mejor recompensa que la satisfacción por un trabajo bien hecho.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
1 Pedro 1:16; Mateo 5:48; Filipenses 1:11; Romanos 14:17; 2 Corintios 9:10; Lucas 1:6; Romanos 4:22; Mateo 25:14-30; Mateo 7:21-23; Proverbios 14:35; Proverbios 28:20; Lucas 12:44; Lucas 22:29; Revelación 21:7