Sin duda alguna que no hay nada más frustrante
para el cristiano que lidiar con nuestras propias fallas, con nuestras propias
debilidades. Si bien sabemos lo que de nosotros se espera por el llamamiento
del que hemos sido objeto, no podemos menos que reconocer lo lejos que estamos
de haber alcanzado la perfección y santidad requerida.
Al igual que Pablo podemos decir que sentimos en
nuestra carne dos leyes: aquella nacida del llamamiento que nos mueve hacia la
justicia divina y aquella que nace de nuestra carnalidad y que busca rebelarse
de ella.
Bien dice la Escritura que nuestro corazón es
engañoso, engañoso más que todas las cosas y perverso, si nosotros por nosotros
mismos quisiéramos mejorarnos estaríamos en un absurdo contradictorio ya que si
el corazón es engañoso y perverso, ¿cómo podría de él salir lo recto y
verdadero? Un árbol malo no puede producir frutos buenos.
El único santo y perfecto es Dios, y a los que Él
ha llamado son escudriñados por el Padre para su perfeccionamiento. El símil
que presenta la Escritura del alfarero y la vasija de barro que hace con
cuidado, con delicadeza, con propósito, ¡incluso rehaciéndola si ésta se echa a
perder!, es una imagen del trabajo que el Padre hace con cada uno de los que son
llamados para Sus propósitos.
Ahora bien, lo anterior no quiere decir que uno
no esté llamado a esforzarse en nada y dejar todo en las manos del Padre, el
exhorto escritural es para esforzarnos y ser valientes ya que no hay forma de
ver eso que en nosotros debe ser trabajado hasta en tanto por lo que hagamos o
dejemos de hacer salga a la luz.
Si bien por fe somos llamados hijos de Dios,
coherederos en Cristo de las promesas dadas a Abraham, esa fe debe mostrarse y
demostrarse a través de nuestras acciones, de otra forma es una fe muerta.
Volviendo a la idea inicial, el saber todo lo
anteriormente expuesto no implica que no vayamos a caer, pero ese caer no debe
arrebatarnos las promesas que se nos han dado; como dice la Escritura, si
caemos siete veces, siete veces tenemos que levantarnos, sabiendo que lo que ahorita
sea un intento, mañana, en Cristo Jesus y por el Santo Espíritu que mora en
nosotros, será una conquista.
La gloria de esta casa, dice la Palabra de Dios
referida al Templo de Jerusalén, será
mayor que la postrera. Cada creyente somos templo de Dios, así que en nosotros
la gloria venidera será mayor que las tribulaciones que ahorita experimentemos,
siempre y cuando seamos hallados no solo llamados y elegidos sino también
fieles.
Para concluir y retomando la queja de Pablo sobre
las dos leyes que en sí veía preguntándose quien podría liberarle de ese conflicto,
terminaba reconociendo que la victoria final nos vendría dada por medio de
Cristo, así que no lo olvides, comienza
intentándolo... terminarás lográndolo.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Romanos 7:15-23; Mateo 7:18; Jeremías 17:10;
18:1-6; Josué 1:6; Gálatas 3:11, 26-19; Santiago 2:14-17; Revelación 3:11; Proverbios
24:16; Romanos 8:18; Revelación 17:14; Romanos 7:25