Como
si de una contradicción se tratara la iglesia de Dios es presentada por la
Escritura como pequeña, perseguida, débil y despreciada por el mundo, pero de
igual forma se señala de ella que es la sal de la tierra así como la luz del
mundo. Esto no es por mérito propio sino porque ella, por la acción del
Espíritu Santo que mora en cada uno de sus miembros, es columna y fundamento de
la verdad.
La iglesia, como Cuerpo de Cristo, está
conformada por muchos miembros, todos aquellos que en su momento han sido
llamados por el Padre para salvación en el presente siglo, siendo sólo por este
hecho que todos los bautizados estamos llamados a ser, en nuestros dichos y en
nuestros hechos, esa sal de la tierra y esa luz del mundo.
Es cierto que actualmente vivimos tiempos
difíciles, pero nuestro Señor y Salvador, Jesús, ya nos enseñó cómo es que ante
la Verdad las tinieblas no pueden prevalecer. Nosotros hemos creído en Él, en
las verdades que nos reveló y en el sacrificio redentor que por amor consumó.
Esto ha generado en nosotros un sueño, un anhelo, por compartir con Él, en el
Reino de su Padre, su misma gloria como parte de la Familia de Dios.
Como todo, este sueño, este anhelo, implica que
no sólo le digamos “Señor, Señor”, sino que hagamos lo que Él espera de
nosotros. Siendo que cuando ponemos por práctica esa fe que en nuestra mente y
en nuestro corazón hay es cuando comenzamos a dar frutos de excelencia, de
perfección y santidad, siendo sal de la tierra y luz del mundo para la mayor
gloria de Dios.
Si
actuamos en consecuencia, los hombres verán esas buenas acciones haciendo
brille sobre ellos esa luz de la que la iglesia de Dios ha sido dotada dando
como resultado que tarde que temprano venga a la verdad y den gloria al Padre.
Nadie
enciende una vela y la esconde, y en nosotros no ha sido encendida una vela
sino un fuego consumidor, una llama que ansía extenderse por toda la tierra, siendo
esto posible en tanto vivamos como la fe que profesamos y andemos con esperanza
hasta que el día amanezca iluminando mientras tanto nuestro andar y el de los
demás.
No
estamos llamados a una vida de desidia y falta de esfuerzo, confiados en que el
sacrificio de Jesús nos permite caer en la indolencia, estamos llamados a una
vida de perfección y santidad, hasta llegar a la unidad de la fe y del conocimiento
del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo, así que recuerda: no hay oscuridad tan grande que no ceda
ante una simple vela. Tus sueños por pequeños que sean pueden llevarte a
grandes cosas.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Lucas 12:32; Mateo 10:22; 24:9; Juan 15:19;
Mateo
5:13, 14; 1 Timoteo 3:15; 1 Corintios 12:12-27; Juan 6:44; Hechos 2:47; 2
Timoteo 3:1; Juan 1:5; Juan 6:69; 1 Juan 4:16; Revelación 1:6-8; Mateo 7:21-23;
Santiago 2:14-17; Gálatas 5:22-23; Deuteronomio 4:24; Hebreos 12:29; Lucas
12:49; Proverbios 4:18; Mateo 5:48; 1 Pedro 1:16; Efesios 4:13