Es claro para el elegido que en su andar por el Camino a
las promesas que se nos han dado encontrará la resistencia que viene del
Enemigo, del Mundo y de la Carne.
Juan en su primera carta les dice a los suyos, y en su
figura a todos nosotros, “No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo.
Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay
en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la
vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y también sus
pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.
Bajo esa perspectiva pareciera que nuestra lucha es
siempre exterior, es decir, contra todo aquello que el Enemigo, el Mundo y la
Carne ponen ante nosotros para hacernos tropezar, caer; pero la realidad es que
la mayor parte de la lucha, si no es que toda, se lleva a cabo en nosotros
mismos, en nuestro interior.
Jacobo, el medio hermano de Jesús, aclara lo anterior en
su carta cuando escribe “cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de
parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a
nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es
atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a
luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”.
Así
que, por más Enemigo, Mundo o Carne, claramente uno es tentado de su propia concupiscencia.
Qué fuerte, ¿verdad?, que fuerte y que incómodo pues ya no podemos decir que el
Enemigo, el Mundo o la Carne nos hizo pecar, sino que nosotros mismos,
volitivamente, hemos pecado.
Más
sin embargo lo anterior no quiere decir que no vengan tentaciones del Enemigo,
el Mundo o la Carne, ¿qué hacer?, el mismo Jacobo en su carta nos da la receta
para ello: “Por tanto, someteos a Dios. Resistid, pues, al diablo y huirá de
vosotros”. Una receta de tan solo dos pasos, se ve fácil, ¿verdad?, pero no lo
es.
Someterse
a Dios es ir contra nuestra carnalidad, Pablo escribiendo a los de Roma sobre
esto les dice “por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios;
porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”, pero no es con la carne
con la que intentamos agradar a Dios, sino con el Espíritu que vive en
nosotros, como también escribe Pablo en esa carta a los de Roma: “Mas vosotros
no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios
mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero
si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado,
más el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que
levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos
a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que
mora en vosotros”.
Los
elegidos estamos en una guerra, una guerra espiritual, en ese sentido
necesitamos del Espíritu de Dios para vencer en ella, en ese entendido
necesitamos reconocer que, aunque tentaciones del Enemigo, el Mundo o la Carne
vengan, la batalla se realiza en uno mismo, en nuestro interior, contra nuestra
propia concupiscencia, así que recuerda que la mitad de la lucha de toda batalla
que emprendas será siempre contra ti mismo.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1
Juan 2:15-17; Romanos 12:2; Santiago 1:13-15; Isaías 63:17; Santiago 4:7; Efesios
6:11-17; Romanos 8:7; Santiago 4:4; Romanos 8:6-11; 2 Timoteo 3:1-9
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