martes, 25 de julio de 2023

Nunca dejes de soñar... nunca dejes de creer... nunca dejes de pelear

 


Cuando, en cuanto al llamamiento que de parte de Dios hemos recibido para venir a salvación en el presente siglo, nos referimos a soñar, no nos referimos a esas ideaciones oníricas que son irreales sino a aquellas promesas que se nos han dado y que exceden cualquier cosa que podamos imaginar.

 

David, haciendo eco de lo anterior, señala “cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán entre las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con estos. Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres”. Ese es el sueño en que, a manera de promesas, hemos creído y cuya visualización nos anima a seguir nuestro andar por el Camino.

 

Y, sobre esto mismo, David, es claro en que, si bien en la actualidad puede haber pena y llanto, lo obtenido superará con creces ello, cuando escribe diciendo “lloran al ir sembrando sus semillas, pero regresan cantando cuando traen la cosecha”.

 

Siguiendo con esa idea, como se acaba de comentar, el sueño, es decir, lo que esperamos, es una cosa, el creer en ello es otra, ambas son necesarias, de esta forma después del sueño, de las promesas que tenemos, el creer en ello es vital para andar por el Camino, ese creer es lo que relacionamos con lo que llamamos fe, como escribe Pablo a los hebreos “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve […] Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”.

 

Y sobre ese creer, sobre esa fe, Pablo escribiendo a los de Corinto, en su segunda carta, les dice cómo hacerla práctica “al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”

 

Y, después de los sueños, las metas pues, y de creer en ellas, ¿qué es lo que sigue?, continuando con la idea de andar por el Camino a las promesas que se nos han dado, lo que sigue es el esfuerzo, o más que el esfuerzo, la lucha constante para alcanzar lo prometido, como escribe Pablo a los de Éfeso “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.

 

Y, sobre este esfuerzo, Pablo, en su primera carta a los de Corinto, les plantea el nivel que el mismo debe alcanzar considerando aquello que queremos conseguir: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis. Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”

 

Así que un elegido podríamos definirlo como aquel que tiene algo en qué creer, los sueños, que cree en ellos, la fe, y que se esfuerza por alcanzarlos, la lucha, en ese sentido nunca dejes de soñar... nunca dejes de creer... nunca dejes de pelear.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx


 

Referencias:

Salmos 126:1-4; Job 8:21; Salmos 126:6; Romanos 8:18; Hebreos 11:1-6; 2 Corintios 4:18; Romanos 8:24; Efesios 6:12; 1 Corintios 9:24-25; Filipenses 3:12


martes, 18 de julio de 2023

El futuro es un camino de una sola vía, solo que tú decides si gateas, caminas o vuelas por él

 


Si bien es cierto que, desde que los elegidos hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo hemos comenzado a tener las promesas que se nos ha otorgado, ¿si te das cuenta que la plenitud de las mismas se encuentra en el futuro?

 

Juan, sobre esto, en su primera carta señala, “amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Así, es claro que, si bien ya somos hijos de Dios, la plenitud de la promesa está aún para realizarse en el futuro.

 

Ese futuro está por delante y solo llegaremos a él andando por el Camino que nos conduce a la plenitud de las promesas. Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Filipo les dice “hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

 

Fíjate cómo es que Pablo reconoce que aún no ha alcanzado aquello que le fue prometido, misma situación que nosotros, pero también fíjate cómo es que señala que él no se fija en lo que queda atrás, sino que, por el contrario, se extiende a lo que está adelante.

 

Y, ¿qué es lo que queda atrás?, nuestros tropiezos, nuestras caídas en el andar por el Camino a las promesas dadas, vaya: nuestros pecados. Pero, sobre esto, hay quienes se quedan rumiando esos tropiezos, esas caídas, considerándose indignos del llamamiento, sintiendo pena y vergüenza, dudando si alcanzarán lo prometido.

 

Esto último no es sino acechanzas del Enemigo, el Mundo o la Carne, quienes quieren que el desánimo impere en nuestro corazón hasta hacernos desfallecer tirando por la borda el llamamiento y, entonces sí, no alcanzando lo prometido.

 

El dolor, la vergüenza que se siente al tropear, al caer, deben movernos a arrepentimiento, como Juan escribe en su primera carta, “hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, pero una vez venidos en arrepentimiento al Padre, sabedores de su infinita misericordia y eterno amor, debemos seguir nuestro andar por el Camino con paso firme a las promesas dadas.

 

El elegido sabe que en su andar por el Camino a las promesas que se nos han dado habrá tropiezos, caídas, también sabe que la mejor actitud ante ello es el arrepentimiento, el levantarse y el volver a retomar ese andar, de otra forma, el rumiar el dolor y la vergüenza de esos tropiezos, esas caídas, solo nos hacen perder el tiempo, así que ya lo sabes, el futuro es un camino de una sola vía, solo que tú decides si gateas, caminas o vuelas por él.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

1 Juan 3:2; Job 19:26; Salmos 17:15; Filipenses 3:13-14; Lucas 9:62; Hebreos 6:1; 1 Juan 2:1; Romanos 5:10; Hebreos 7:25


martes, 11 de julio de 2023

Recuerda que la mitad de la lucha de toda batalla que emprendas será siempre contra ti mismo

 


Es claro para el elegido que en su andar por el Camino a las promesas que se nos han dado encontrará la resistencia que viene del Enemigo, del Mundo y de la Carne.

 

Juan en su primera carta les dice a los suyos, y en su figura a todos nosotros, “No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

 

Bajo esa perspectiva pareciera que nuestra lucha es siempre exterior, es decir, contra todo aquello que el Enemigo, el Mundo y la Carne ponen ante nosotros para hacernos tropezar, caer; pero la realidad es que la mayor parte de la lucha, si no es que toda, se lleva a cabo en nosotros mismos, en nuestro interior.

 

Jacobo, el medio hermano de Jesús, aclara lo anterior en su carta cuando escribe “cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”.

 

Así que, por más Enemigo, Mundo o Carne, claramente uno es tentado de su propia concupiscencia. Qué fuerte, ¿verdad?, que fuerte y que incómodo pues ya no podemos decir que el Enemigo, el Mundo o la Carne nos hizo pecar, sino que nosotros mismos, volitivamente, hemos pecado.

 

 

Más sin embargo lo anterior no quiere decir que no vengan tentaciones del Enemigo, el Mundo o la Carne, ¿qué hacer?, el mismo Jacobo en su carta nos da la receta para ello: “Por tanto, someteos a Dios. Resistid, pues, al diablo y huirá de vosotros”. Una receta de tan solo dos pasos, se ve fácil, ¿verdad?, pero no lo es.

 

Someterse a Dios es ir contra nuestra carnalidad, Pablo escribiendo a los de Roma sobre esto les dice “por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”, pero no es con la carne con la que intentamos agradar a Dios, sino con el Espíritu que vive en nosotros, como también escribe Pablo en esa carta a los de Roma: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”.

 

Los elegidos estamos en una guerra, una guerra espiritual, en ese sentido necesitamos del Espíritu de Dios para vencer en ella, en ese entendido necesitamos reconocer que, aunque tentaciones del Enemigo, el Mundo o la Carne vengan, la batalla se realiza en uno mismo, en nuestro interior, contra nuestra propia concupiscencia, así que recuerda que la mitad de la lucha de toda batalla que emprendas será siempre contra ti mismo.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

1 Juan 2:15-17; Romanos 12:2; Santiago 1:13-15; Isaías 63:17; Santiago 4:7; Efesios 6:11-17; Romanos 8:7; Santiago 4:4; Romanos 8:6-11; 2 Timoteo 3:1-9


martes, 4 de julio de 2023

¿Dices que la vida es pesada?, pues no la cargues, ¡vívela!

 


En su momento Pablo, escribiendo a los de Filipo, les dijo “no lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad”. Vuelve sobre lo anterior y preguntante si como Pablo puedes decir “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”.

 

No puede negarse que la vida es pesada, más aún para el elegido ya que no solo se enfrenta a las adversidades propias del presente siglo sino a la tribulación que el Enemigo, el Mundo y la Carne infligen en nuestro andar por el Camino.

 

Sobre este mismo Pablo, en su segunda carta a los de Corinto les dice “tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez”. De nueva cuenta recordemos lo anteriormente dicho por él mismo: “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”.

 

Ante esto no podemos menos que preguntarnos cuál sería el secreto de Pablo para mostrar ese buen ánimo a pesar de todo lo que enfrentaba. La respuesta nos la da Pedro en su primera carta cuando dice “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”. Ese es el secreto: Confiar en Dios, no en nosotros –lo cual de por si es una humillación para nuestra carne-, poniéndonos bajo su resguardo sabiendo, como dice la misma Palabra, “…que Dios obra en toda situación para el bien de los que lo aman, los que han sido llamados por Dios de acuerdo a su propósito”.

 

Todo lo anterior lo resume Pablo, providencialmente inmediatamente después de la cita vista inicialmente, cuando señala “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

 

Vuelve sobre lo anteriormente dicho: “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. ¿Te das cuenta?, no dice “algo puedo en Cristo que me fortalece”, o “mucho puedo en Cristo que me fortalece”, sino “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Entiende bien eso: “Todo”.

 

El elegido, en su andar por el Camino a las promesas que ha recibido sin duda enfrentará adversidades, tribulaciones, pero sabe que solo no va y que Quien lo acompaña puede incluso con aquello que uno se le haga imposible, así que ya lo sabes: ¿Dices que la vida es pesada?, pues no la cargues, ¡vívela!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Filipenses 4:11-12; 1 Timoteo 6:8; 2 Corintios 11:25-27; Hebreos 11:37; 1 Pedro 5:6-7; Mateo 23:12; Romanos 8:28; 2 Corintios 4:15; Filipenses 4:13; Colosenses 1:11