Cuando, en cuanto al llamamiento que de parte de Dios
hemos recibido para venir a salvación en el presente siglo, nos referimos a
soñar, no nos referimos a esas ideaciones oníricas que son irreales sino a
aquellas promesas que se nos han dado y que exceden cualquier cosa que podamos
imaginar.
David,
haciendo eco de lo anterior, señala “cuando Jehová hiciere volver la cautividad
de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa,
y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán entre las naciones: Grandes cosas
ha hecho Jehová con estos. Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos
alegres”. Ese es el sueño en que, a manera de promesas, hemos creído y cuya
visualización nos anima a seguir nuestro andar por el Camino.
Y,
sobre esto mismo, David, es claro en que, si bien en la actualidad puede haber
pena y llanto, lo obtenido superará con creces ello, cuando escribe diciendo “lloran
al ir sembrando sus semillas, pero regresan cantando cuando traen la cosecha”.
Siguiendo
con esa idea, como se acaba de comentar, el sueño, es decir, lo que esperamos,
es una cosa, el creer en ello es otra, ambas son necesarias, de esta forma
después del sueño, de las promesas que tenemos, el creer en ello es vital para
andar por el Camino, ese creer es lo que relacionamos con lo que llamamos fe,
como escribe Pablo a los hebreos “Es, pues, la fe la certeza de lo que se
espera, la convicción de lo que no se ve […] Pero sin fe es imposible agradar a
Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es
galardonador de los que le buscan”.
Y
sobre ese creer, sobre esa fe, Pablo escribiendo a los de Corinto, en su
segunda carta, les dice cómo hacerla práctica “al no poner nuestra vista en las
cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas”
Y,
después de los sueños, las metas pues, y de creer en ellas, ¿qué es lo que
sigue?, continuando con la idea de andar por el Camino a las promesas que se
nos han dado, lo que sigue es el esfuerzo, o más que el esfuerzo, la lucha
constante para alcanzar lo prometido, como escribe Pablo a los de Éfeso “Porque
no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra
huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
Y,
sobre este esfuerzo, Pablo, en su primera carta a los de Corinto, les plantea
el nivel que el mismo debe alcanzar considerando aquello que queremos
conseguir: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad
corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis. Y todo
el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir
una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”
Así
que un elegido podríamos definirlo como aquel que tiene algo en qué creer, los
sueños, que cree en ellos, la fe, y que se esfuerza por alcanzarlos, la lucha,
en ese sentido nunca dejes de soñar... nunca dejes de creer... nunca dejes de
pelear.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Salmos
126:1-4; Job 8:21; Salmos 126:6; Romanos 8:18; Hebreos 11:1-6; 2 Corintios 4:18;
Romanos 8:24; Efesios 6:12; 1 Corintios 9:24-25; Filipenses 3:12