Si
hay algo que los elegidos sabemos es que hemos sido llamados para ser sal de la
tierra y luz del mundo. Nuestro Señor en su momento señaló “vosotros sois la
luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se
enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y
alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos”.
Antes
de ver a qué se refiere eso de ser la luz del mundo hay que dejar muy en claro
que los elegidos no somos luz de nosotros y por nosotros, sino que somos luz dado
que reflejamos esa luz que hemos recibido.
David
escribió de manera inspirada “lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi
camino”, de igual forma nuestro Señor de sí mismo indicó en su tiempo “Yo soy
la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la vida”. De esta forma, tanto la Palabra escrita como la Palabra hecha
carne son las que nos han dado esa luz que debemos reflejar, es por eso que
Revelación define a los santos como aquellos “guardan los mandamientos de Dios
y tienen el testimonio de Jesús”.
Los
mandamientos de Dios se refieren de manera específica a la Ley de Dios y de
manera general a toda la instrucción que contiene la Palabra, de esta forma
apunta a la fe que decimos profesar; por su parte el testimonio de Jesús se
refiere a esas obras que hacen manifiesta aquella fe que se dice profesar. De
esta forma ambas cosas, fe y obras, son las que nos dan la luz que reflejamos
al mundo.
Con
este entendimiento, volviendo sobre la cita inicial, podemos ver con mayor
claridad que a lo que se refiere es a lo dicho anteriormente, la frase final de
dicha cita no deja lugar a dudas: “Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos”.
Eso
de que no se pone una luz “debajo de un almud, sino sobre el candelero, y
alumbra a todos los que están en casa”, se refiere a lo dicho en el sentido de
que, aunque tengamos fe en nosotros, si esa fe no es expresada en acciones, la
misma es como una luz oculta que no alumbra a nadie ni a nada, dicho de otra
forma, como señala Jacobo, el medio hermano de Jesús en su carta, “la fe, si no
tiene obras, es muerta en sí misma”
Con
todo y todo debemos creer en nosotros, no porque nuestra fe esté depositada en
cada uno, sino porque creemos que aquella luz que se nos ha dicho está
realmente en nosotros y podemos con ella iluminar el mundo. Sobre esto, en su
momento Dios corrigió a Jeremías por no confiar en sí, no en tanto sus fuerzas,
sino en quien le había llamado para la obra encomendada y quien le acompañaría:
“Entonces [Jeremías] dij[o]: ¡Ah, Señor Jehová!, he aquí, no sé hablar, porque
soy joven. Pero Jehová me dijo: No digas: “Soy joven”, porque adondequiera que
te envíe, irás, y todo lo que te mande, dirás”.
Mientras
avanzamos hacia las promesas que se nos han dado debemos saber que llamados
estamos a reflejar al mundo esa luz que hemos recibido, creyendo que podemos
pues solos no estamos sino con nosotros Dios, de esta forma nuestra fe debe dar
paso a las obras por medio de las cuales demos el testimonio para que los demás
glorifiquen a Dios, después de todo, una vela para dar luz necesita de
encenderse; tú, tan solo creer en ti.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo
5:14-16; Juan 12:36; Salmos 119:105; Proverbios 6:23; Juan 8:12; Isaías 42:6,7;
Santiago 2:17; 1 Corintios 13:3,13; Jeremías 1:6-7; Éxodo 4:10-11
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