Los
elegidos sabemos que incluso aquello que vamos obteniendo al andar por el
Camino a las promesas que del Padre no debe vanagloriarnos pues no son nuestras
fuerzas las que nos granjean lo ganado sino el Espíritu de Dios en nosotros.
Nuestro
Señor en su momento relató la parábola del fariseo y el publicano donde reitera
lo anterior: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a
los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar:
uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo
mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros
hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos
veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando
lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho,
diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa
justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será
humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Fijémonos
en que todo lo dicho por el fariseo no es malo, incluso podría decirse que es
encomiable, el problema es que él veía eso como algo meritorio que lo hacía más
que los demás.
De
igual forma, en otro momento nuestro Señor advirtió sobre esa actitud cuando
señaló “cuidaos de los escribas, a quienes les gusta andar con vestiduras
largas, y aman los saludos respetuosos en las plazas, los primeros asientos en
las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes; que devoran las casas de
las viudas, y por las apariencias hacen largas oraciones; éstos recibirán mayor
condenación”.
De
nueva forma la ostentación en cuanto a las acciones, incluso aunque éstas
últimas sean correctas, hecha a perder todo, incluyendo a quien así hace, es
por eso que Salomón, en su momento, señaló “el orgullo, la arrogancia, el mal
camino y la boca perversa, yo aborrezco” y también “cuando viene la soberbia,
viene también la deshonra; pero la sabiduría está con los humildes” y de igual
forma “delante de la destrucción va el
orgullo, y delante de la caída, la arrogancia de espíritu” (Proverbios 16:18)”.
Lo
anterior no quiere decir que no nos alegremos conforme vamos viendo en nosotros
los frutos del Espíritu, Pablo escribiendo a los de Filipo les dice, no una
sino dos veces que se regocijen, pero en el Señor: “Regocijaos en el Señor
siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”.
Como
señala Pablo a los de Corinto en su segunda carta, conforme vamos avanzando por
el Camino a las promesas que del Padre se nos han dado, “somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”, lo
anterior debe llenarnos de gozo, no vanaglorioso sino humilde por el trabajo
que el Espíritu hace en nosotros conforme a la voluntad de Dios, así que ya lo
sabes, el primer aplauso cuando consigues una meta debe ser tuyo, interno,
callado, todos los demás serán eco de este.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Lucas
18:9-14; Romanos 14:10; Marcos 12:38-40; Lucas 14:7-11; Proverbios 8:13; 11:2; 16:18;
Salmos 97:10; Filipenses 4:4; Salmos 33:1; 2 Corintios 3:18; Romanos 8:29
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