lunes, 24 de abril de 2023

La adversidad tiene objetivo, recuerda que se requiere obscuridad para apreciar el brillo de las estrellas

 


Es más que evidente que, dada nuestra naturaleza carnal, las adversidades a las que nos enfrentamos como elegidos al andar por el Camino nos son incómodas, por decir lo menos.

 

Esa incomodidad en muchas ocasiones nos frustra, nos desanima, pero ante ello la Palabra nos aclara cuál es el sentido de la misma para que nos enfoquemos en la luz al final del túnel, por decirlo así, y no en la oscuridad que en esos momentos nos envuelve.

 

Pedro en su primera carta les dice a los de su tiempo, y en su figura a todos los creyentes de todos los tiempos, “amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría”.

 

Esta cita pone nuestro enfoque en la luz al final del túnel, como ya se dijo, pero la Palabra también nos aclara el sentido actual de las sombras que pueden en esos momentos de adversidad envolvernos, en esa misma carta Pedro antes de esa cita señala “que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.

 

Así que si conjuntamos ambas expresiones podemos tener el panorama completo con relación a la adversidad: el proceso implica probar nuestra fe para que ésta llega a ser más valiosa que el oro, y, en cuanto al resultado, es llegar en su momento a gozarnos con alegría en la gloria de Cristo a su venida.

 

Y sobre esto último, Pablo escribiendo a los de Roma les dice “el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.  Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios”. Así que cualquier adversidad que padezcamos es nada en comparación con lo que recibiremos si es que nos mantenemos fieles hasta el final.

 

Nuestro andar por el Camino a las promesas que se nos han dado no está exento de adversidades, de hecho, es parte intrínseca de ese caminar, con todo y todo eso tiene razón de ser la cual es generar en nosotros el carácter perfecto y santo de nuestro Padre Dios, después de todo la adversidad tiene objetivo, recuerda que se requiere obscuridad para apreciar el brillo de las estrellas.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 

 

Referencias:

1 Pedro 4:12-14; 1:5-7; Eclesiastés 5:8; Daniel 11:35; 1 Corintios 3:13; Romanos 8:16-19; Lucas 20:35-36; Juan 1:12; 2 Corintios 6:17-18


martes, 18 de abril de 2023

Una vela para dar luz necesita de encenderse; tú, tan solo creer en ti

 


Si hay algo que los elegidos sabemos es que hemos sido llamados para ser sal de la tierra y luz del mundo. Nuestro Señor en su momento señaló “vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

 

Antes de ver a qué se refiere eso de ser la luz del mundo hay que dejar muy en claro que los elegidos no somos luz de nosotros y por nosotros, sino que somos luz dado que reflejamos esa luz que hemos recibido.

 

David escribió de manera inspirada “lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”, de igual forma nuestro Señor de sí mismo indicó en su tiempo “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. De esta forma, tanto la Palabra escrita como la Palabra hecha carne son las que nos han dado esa luz que debemos reflejar, es por eso que Revelación define a los santos como aquellos “guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús”.

 

Los mandamientos de Dios se refieren de manera específica a la Ley de Dios y de manera general a toda la instrucción que contiene la Palabra, de esta forma apunta a la fe que decimos profesar; por su parte el testimonio de Jesús se refiere a esas obras que hacen manifiesta aquella fe que se dice profesar. De esta forma ambas cosas, fe y obras, son las que nos dan la luz que reflejamos al mundo.

 

Con este entendimiento, volviendo sobre la cita inicial, podemos ver con mayor claridad que a lo que se refiere es a lo dicho anteriormente, la frase final de dicha cita no deja lugar a dudas: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

 

Eso de que no se pone una luz “debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa”, se refiere a lo dicho en el sentido de que, aunque tengamos fe en nosotros, si esa fe no es expresada en acciones, la misma es como una luz oculta que no alumbra a nadie ni a nada, dicho de otra forma, como señala Jacobo, el medio hermano de Jesús en su carta, “la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”

 

Con todo y todo debemos creer en nosotros, no porque nuestra fe esté depositada en cada uno, sino porque creemos que aquella luz que se nos ha dicho está realmente en nosotros y podemos con ella iluminar el mundo. Sobre esto, en su momento Dios corrigió a Jeremías por no confiar en sí, no en tanto sus fuerzas, sino en quien le había llamado para la obra encomendada y quien le acompañaría: “Entonces [Jeremías] dij[o]: ¡Ah, Señor Jehová!, he aquí, no sé hablar, porque soy joven. Pero Jehová me dijo: No digas: “Soy joven”, porque adondequiera que te envíe, irás, y todo lo que te mande, dirás”.

 

Mientras avanzamos hacia las promesas que se nos han dado debemos saber que llamados estamos a reflejar al mundo esa luz que hemos recibido, creyendo que podemos pues solos no estamos sino con nosotros Dios, de esta forma nuestra fe debe dar paso a las obras por medio de las cuales demos el testimonio para que los demás glorifiquen a Dios, después de todo, una vela para dar luz necesita de encenderse; tú, tan solo creer en ti.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Mateo 5:14-16; Juan 12:36; Salmos 119:105; Proverbios 6:23; Juan 8:12; Isaías 42:6,7; Santiago 2:17; 1 Corintios 13:3,13; Jeremías 1:6-7; Éxodo 4:10-11


martes, 11 de abril de 2023

El primer aplauso cuando consigues una meta debe ser tuyo, interno, callado, todos los demás serán eco de este

 


Los elegidos sabemos que incluso aquello que vamos obteniendo al andar por el Camino a las promesas que del Padre no debe vanagloriarnos pues no son nuestras fuerzas las que nos granjean lo ganado sino el Espíritu de Dios en nosotros.

 

Nuestro Señor en su momento relató la parábola del fariseo y el publicano donde reitera lo anterior: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

 

Fijémonos en que todo lo dicho por el fariseo no es malo, incluso podría decirse que es encomiable, el problema es que él veía eso como algo meritorio que lo hacía más que los demás.

 

De igual forma, en otro momento nuestro Señor advirtió sobre esa actitud cuando señaló “cuidaos de los escribas, a quienes les gusta andar con vestiduras largas, y aman los saludos respetuosos en las plazas, los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes; que devoran las casas de las viudas, y por las apariencias hacen largas oraciones; éstos recibirán mayor condenación”.

 

De nueva forma la ostentación en cuanto a las acciones, incluso aunque éstas últimas sean correctas, hecha a perder todo, incluyendo a quien así hace, es por eso que Salomón, en su momento, señaló “el orgullo, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa, yo aborrezco” y también “cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; pero la sabiduría está con los humildes” y de igual forma  “delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la arrogancia de espíritu” (Proverbios 16:18)”.

 

Lo anterior no quiere decir que no nos alegremos conforme vamos viendo en nosotros los frutos del Espíritu, Pablo escribiendo a los de Filipo les dice, no una sino dos veces que se regocijen, pero en el Señor: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”.

 

Como señala Pablo a los de Corinto en su segunda carta, conforme vamos avanzando por el Camino a las promesas que del Padre se nos han dado, “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”, lo anterior debe llenarnos de gozo, no vanaglorioso sino humilde por el trabajo que el Espíritu hace en nosotros conforme a la voluntad de Dios, así que ya lo sabes, el primer aplauso cuando consigues una meta debe ser tuyo, interno, callado, todos los demás serán eco de este.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Lucas 18:9-14; Romanos 14:10; Marcos 12:38-40; Lucas 14:7-11; Proverbios 8:13; 11:2; 16:18; Salmos 97:10; Filipenses 4:4; Salmos 33:1; 2 Corintios 3:18; Romanos 8:29


martes, 4 de abril de 2023

Es natural frustrarse a veces, lo que no es natural es creer que pateando el camino se avanzará en él

 


¿Te has dado cuenta, en el caso de los elegidos, lo mucho que nos frustramos, nos entristecemos, nos deprimimos cuando tropezamos o caemos?, ese sentimiento, paradójicamente, en vez de hacerte ver menos como un hijo de Dios debería hacerte ver el trabajo que el Espíritu ha comenzado en ti, ¿por qué?, porque si siguieras siendo del mundo aquellos tropiezos, aquellas caídas, no te molestarían en nada, siendo que, al ser lo contrario, algo ha comenzado a cambiar en ti haciéndote sentir mal cuando suceden esos reveses en el andar por el Camino.

 

Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Corinto, en su primera carta les dice “¿no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”.

 

Eso de “esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”, quiere decir lo señalado al inicio: El haber venido a salvación ha comenzado un cambio en nosotros que ahora nos hace ver mal lo que antes veíamos como bueno ya que hemos comenzado a verlo con los ojos de Dios, no los nuestros.

 

Pero enfocándonos en ese sentimiento natural de frustración, tristeza o depresión al tropezar o caer en el Camino en tanto vamos en pos a las promesas que se nos han dado, David en su momento señaló “¿por qué te abates, alma mía, y [por qué] te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez [por] la salvación de su presencia”, de igual forma Pedro, en su primera carta señala “echando toda vuestra ansiedad sobre El, porque El tiene cuidado de vosotros”

 

Ante esto, tal vez el mejor ejemplo sea el que Pablo nos ha dejado cuando señala escribiendo a los de Filipo, “hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

 

En el caso de los elegidos es natural sentirnos mal al caer o tropezar en el Camino, después de todo el conocimiento que se nos ha comenzado a dar por el Espíritu de Dios en nosotros nos muestra lo que es malo, según Dios, y que antes no veíamos así, con todo y todo nuestra esperanza debe estar en Aquel que nos llamado a salvación motivándonos a levantarnos y seguir nuestro andar, después de todo es natural frustrarse a veces, lo que no es natural es creer que pateando el camino se avanzará en él.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

1 Corintios 6:9-11; Romanos 8:30; Efesios 2:1-5; Salmos 42:5; Lamentaciones 3:24; Salmos 71:14; 1 Pedro 5:7; Salmos 55:22; Mateo 6:25; Filipenses 3:13-14; Lucas 9:62; Hebreos 6:1