Cuando
de andar por la vida se trata, lo mismo que avanzar por el Camino, uno podrá encontrar muchas opiniones al
respecto, opiniones que si bien puede coincidir con la de uno en la mayoría de
los casos serán diferentes, como diferentes somos las personas, y en muchas
otras ocasiones más incluso contrarias a nuestro pensar.
Dada
la imposibilidad e impracticidad de pretender que sean los demás quienes guíen
nuestro recorrer en esta vida lo mismo que en el Camino, lo mejor que uno puede
hacer es atenerse a su opinión, pero —y mucha atención con esto— una opinión
que en el caso del cristiano debe ser acorde con la voluntad de Dios.
Esto
de atenernos a los dictados de nuestra conciencia va de acuerdo con la Palabra.
Pablo escribiendo a los de Roma les señala “dichoso el que no se condena a sí
mismo en lo que aprueba”, de igual forma Juan en su primer carta confirma esto
al señalar “si nuestro corazón no nos condena, confianza tenemos delante de
Dios”, pero de igual forma, esa conciencia debe estar debidamente edificada,
conforme a la Palabra, pues de otra forma podríamos estar avanzando, sí,
conforme a nuestra conciencia, pero no conforme a la Verdad, pues como dice
Proverbios “hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino
de muerte”.
Eso
de atenernos a nuestra propia conciencia, como dice Pablo a los de Roma y al mismo
tiempo tener cuidado de que el camino que creemos derecho no tenga fin de
muerte, como dice Proverbios, pareciera ser una contradicción, pero no lo es.
Piensa en esto: no hay manera de actuar si no pensamos, y no podemos pensar a
través de otro, luego entonces debemos actuar conforme nuestro pensamiento,
conforma nuestra conciencia, pero —de nuevo: esto es mucho muy importante— en
el caso del cristiano buscar que esa conciencia sea renovada dejando atrás la
carnalidad de la misma para revestirnos del carácter de nuestro Padre Dios.
Acorde
con esto la Palabra señala “No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová,
y apártate del mal”. Sobre esto de “temer a Jehová”, la Escritura nos señala en
Proverbios que “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los
insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza”, como siempre que la
naturaleza humana se impone a la revelación divina, algunos aducen que eso del
“temor de Dios” es algo así como tener miedo de faltarle, de ofenderle, pero
¿cómo define la Palabra ese “temor de Dios”? La misma Palabra nos dice que “el
temor de Jehová es aborrecer el mal”, ¿y cómo saber cuándo algo es ese mal que
debemos aborrecer? Como dice la Escritura “cualquiera que hace pecado, traspasa
también la ley; y el pecado es transgresión de la Ley”, con razón Pablo
escribiendo a los de Roma les dice “yo no hubiera llegado a conocer el pecado
si no hubiera sido por medio de la ley”.
De
esta forma debemos ser guiados por nuestra conciencia, pero por una conciencia
recta, edificada conforme al carácter del Padre, pidiendo que Su Santo Espíritu
que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para hacer así pero en el temor
de Dios, aborreciendo el mal, tal como la Palabra lo identifica, a saber:
aquello que implique violación a la Ley de Dios, ese así como lo mejor es
quedar bien contigo mismo, después de todo ¡eres la única persona que te
acompañara toda tu vida!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Romanos 14:22; 1 Juan 3:21; Proverbios 14:12;
Mateo 7:13,14; Proverbios 1:7; Job 28:28; Proverbios 8:13; Salmos 119:104,128;
1 Juan 3:4; Mateo 5:19; Romanos 7:7; Salmos 19:7-12