El cristiano comprende que la finalidad última de su
llamado no estriba en mejorar un mundo que pasa sino en desarrollar, con ayuda
del Santo Espíritu de nuestro Dios que mora en cada uno, el carácter perfecto y
santo del Padre, con todo y todo, como consecuencia de esto, sabe que su
comportamiento sí mejora en cierta forma al mundo cuando él se transforma en
sal de la tierra y luz para las naciones.
En ese sentido su enfoque no está dado como objetivo
último en la mejora del mundo sino en alcanzar las promesas del Padre, aun así
parte preponderante del llamado tiene que ver más bien con cuidarse de este
mundo porque, como dice la Escritura, “todo lo que hay en el mundo, la pasión
de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo”.
Así, aunque el cristiano sabe que a lo mejor no
podrá hacer mucho por este mundo que pasa —más allá del impacto que su comportamiento
como hijo de Dios traiga como consecuencia— debe cuidarse que el mundo no se le
sobreponga y termine desviándolo del Camino al que fue llamado.
Pablo escribiendo a los Romanos, y en su figura a
los cristianos de todos los tiempos, los insta diciendo “vestíos del Señor
Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne”; sobre esto
mismo también Pedro, en su primer carta,
exhorta diciendo “os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os
abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma”.
Así la Escritura presenta un termómetro que puede
servir para medir nuestra vida espiritual: ¿qué tanto nuestro comportamiento
como hijos de Dios se diferencia de aquel del mundo?, ¿qué tanto de nuestro
comportamiento como hijos de Dios se asemeja a aquel del mundo? Cristo no era
de este mundo y si nosotros, por medio del bautismo hemos sido revestidos de
Cristo, de igual forma no podemos pretender ser de este mundo, como dice la
Escritura vístanse “del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido
creado en la justicia y santidad de la verdad”.
Se menciona la imagen del termómetro ya que si
comenzamos a enfriarnos espiritualmente asemejándonos al mundo y no siendo para
nada diferentes de él, terminaremos siendo tibios y con ello corriendo el
riesgo de ser rechazados.
“No améis al mundo, ni las cosas que están en
el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”, señala Juan
en su primer carta, y es esto lo que
constantemente debe estar presente en la vida del cristiano ya que, como
señala Jacobo, el hermano de Jesús, “¿No sabéis que la amistad del mundo es
enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se
constituye enemigo de Dios”, después de todo a veces no es tanto lo que puedas
hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1 Juan 2:17; 1 Corintios 7:31; Mateo 5:13-16,
Marcos 9:50; Juan 8:23; Gálatas 3:27; 1 Juan 2:16; Efesios 2:3; 1
Tesalonicenses 5:6; Romanos 13:14; Efesios 4:24; Gálatas 5:16; 1 Pedro 2:11; Revelación
3:16; 1 Juan 2:15; Santiago 4:4