miércoles, 27 de noviembre de 2019

A veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo



El cristiano comprende que la finalidad última de su llamado no estriba en mejorar un mundo que pasa sino en desarrollar, con ayuda del Santo Espíritu de nuestro Dios que mora en cada uno, el carácter perfecto y santo del Padre, con todo y todo, como consecuencia de esto, sabe que su comportamiento sí mejora en cierta forma al mundo cuando él se transforma en sal de la tierra y luz para las naciones.

En ese sentido su enfoque no está dado como objetivo último en la mejora del mundo sino en alcanzar las promesas del Padre, aun así parte preponderante del llamado tiene que ver más bien con cuidarse de este mundo porque, como dice la Escritura, “todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”.

Así, aunque el cristiano sabe que a lo mejor no podrá hacer mucho por este mundo que pasa —más allá del impacto que su comportamiento como hijo de Dios traiga como consecuencia— debe cuidarse que el mundo no se le sobreponga y termine desviándolo del Camino al que fue llamado.

Pablo escribiendo a los Romanos, y en su figura a los cristianos de todos los tiempos, los insta diciendo “vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne”; sobre esto mismo también Pedro, en su primer carta,  exhorta diciendo “os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma”.

Así la Escritura presenta un termómetro que puede servir para medir nuestra vida espiritual: ¿qué tanto nuestro comportamiento como hijos de Dios se diferencia de aquel del mundo?, ¿qué tanto de nuestro comportamiento como hijos de Dios se asemeja a aquel del mundo? Cristo no era de este mundo y si nosotros, por medio del bautismo hemos sido revestidos de Cristo, de igual forma no podemos pretender ser de este mundo, como dice la Escritura vístanse “del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad”.

Se menciona la imagen del termómetro ya que si comenzamos a enfriarnos espiritualmente asemejándonos al mundo y no siendo para nada diferentes de él, terminaremos siendo tibios y con ello corriendo el riesgo de ser rechazados.

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”, señala Juan en su primer carta, y es esto lo que  constantemente debe estar presente en la vida del cristiano ya que, como señala Jacobo, el hermano de Jesús, “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”, después de todo a veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor


Referencias:
1 Juan 2:17; 1 Corintios 7:31; Mateo 5:13-16, Marcos 9:50; Juan 8:23; Gálatas 3:27; 1 Juan 2:16; Efesios 2:3; 1 Tesalonicenses 5:6; Romanos 13:14; Efesios 4:24; Gálatas 5:16; 1 Pedro 2:11; Revelación 3:16; 1 Juan 2:15; Santiago 4:4

miércoles, 20 de noviembre de 2019

El carácter de una persona está dado por el equilibrio entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace



El andar por el Camino contiene una parte cognitiva y otra aplicativa, es decir, necesario es creer, sí, pero de igual forma es importante el hacer.  Esta indicación  es patente a lo largo de la Escritura, “si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra” señala la importancia de oír la instrucción, sí, pero también de ponerla por obra “porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”.

Las más fuertes admoniciones de Jesús en su tiempo fueron precisamente para los líderes religiosos que decían una cosa y hacían otra: hipócritas, raza de víboras, sepulcros blanqueados, eran algunos de los adjetivos que, en referencia a esa incongruencia entre el decir y el hacer, se hacían acreedores quienes así actuaban.

Sobre esto, Pablo escribiendo a los Romanos les dice de manera muy clara “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas?  Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio?  Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios?”. ¿Qué pudiera Pablo decirnos a nosotros, a cada uno, en nuestros días?

Las palabras de Cristo al respecto no pueden ser más contundentes, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?  Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Curiosamente la palabra griega para hacedores de maldad en la cita anterior es ἀνομίαν, anomian, que literalmente significa sin ley, así que el referente que sobre nuestra conducta espera el Padre está más que claro: cumplir sus mandamientos y no sólo en la letra sino también en el espíritu.

Es cierto que en el presente siglo podemos engañar a los demás pero a Dios no lo podemos engañar y eso que sembremos eso también segaremos, de igual forma hay que saber, entender y comprender que llegará el momento en que todo sea conocido, incluso lo que hemos hecho a escondidas, por que “no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz”.

Oír la instrucción es el primer paso para comenzar a edificar, pero la edificación en sí requiere de actividad, de esfuerzo, de poner por obra lo que uno va entendiendo, “por tanto [—como dijo Cristo—], cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca”, pero por el contrario “aquel siervo que [sabiendo] la voluntad de su señor, y que no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes”, ya que “el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace”, después de todo el carácter de una persona está dado por el equilibrio entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Éxodo 19:5; Romanos 2:13; Juan 13:17; Mateo 23:1-36; Romanos 2:21-23; Mateo 7:21-23; Lucas 13:25-27; Gálatas 6:7; Mateo 7:24; Lucas 12:47; Santiago 1:25

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar




Cuando uno responde al llamamiento de Padre y viene a salvación, el primer requisito para ello es el arrepentimiento. Arrepentirse no quiere decir sentir dolor emocional por algo hecho lo cual, si bien puede acompañar al arrepentimiento no necesariamente implica un cambio de pensamiento, de actitud, arrepentimiento más bien implica darse cuenta que uno ha estado mal y corregir el rumbo, de hecho las palabras griegas del Nuevo Testamento que apuntan a esto, Epistrephó o Metanoeó tienen este sentido.

Si bien la sangre derramada de Jesús es la que nos salva, es el bautismo el símbolo exterior de nuestra decisión de renunciar a la vida pasada y seguir a Cristo. Con todo y todo la realidad es que en muchas ocasiones la vida pasada sigue pesando, sobre todo cuando se recuerdan los errores, los tropiezos, las cobardías, vamos: los pecados que se cometieron antes de venir a la verdad.

Este pensamiento, si bien humanamente es comprensible, debe incorporar el pensar de Dios quien al arrepentirse uno y aceptar el sacrificio redentor de Cristo, borra por el bautismo los pecados cometidos.

Aun así ese no es el principal reto del cristiano al venir a salvación sino que los tropiezos, las debilidades, las torpezas, las cobardías, vamos: los pecados que se cometan después de bautizarse, son los que realmente hacen más mella en el ánimo de uno, pero incluso en ese caso, la debida conciencia debe entender la fragilidad actual de la carne y venir en arrepentimiento al Padre sabiendo que abogado tenemos ante Él, Cristo Jesús.

El saber manejar las situaciones anteriores, desde la perspectiva escritural, permitirá al creyente avanzar en el Camino ya que si pendiente está de los pecados cometidos antes de venir a salvación e incluso de aquellos cometidos después de bautizarse, su ánimo demeritará y el Enemigo acechando estará para buscar su perdición.

El rememorar pecados pasados o presentes es como cargar con ellos a nuestra espalda siendo que solamente por este hecho podemos cansarnos o peor aún: desanimarnos y dejar la carrera por la corona incorruptible para la que hemos sido llamados, en todo caso si hemos de cargar algo, esto deben ser las promesas que del Padre hemos recibido, sabiendo que Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta, estando convencidos precisamente de que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús, después de todo al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Hechos 2:37, 38; 26:18; Hebreos 9:14; 1 Pedro 3:21; Miqueas 7:19; Isaías 43:25; 1 Juan 2:1; Génesis 4:7; 1 Corintios 9:24-27; Números 23:19; Filipenses 1:6; Salmos 138:8

miércoles, 6 de noviembre de 2019

La fuerza que te hace levantar de cada caída, es la misma que logra hacer de nuestro mundo un lugar mejor



Uno de los más grandes conflictos que experimenta quien respondiendo al llamado del Padre viene a salvación, son los tropiezos, las caídas, los pecados que se sigue cometiendo después de ello, después de todo la Escritura señala que “ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”, ¿cómo puede conciliarse lo primero con lo segundo?

En primer lugar la Escritura no señala que quienes vengan a salvación ya jamás tropezarán, caerán o pecarán, pero lo que sí dice es que los elegidos no se dan por vencidos sino que siguen en la lucha, “porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”.

En segundo lugar aún no hemos llegado a ser lo que el Padre pensó para cada uno de nosotros desde la eternidad, “ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.

En tercer lugar, si bien nuestras debilidades, cobardías y torpezas pueden hacernos caer, tropezar, tenemos Quien interceda por nosotros cuando venimos a arrepentimiento, “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.

Y en cuarto lugar, no es tanto que no tropecemos, que no caigamos, sino más bien que, a diferencia del mundo, no nos conformemos con ello, es más, que eso nos haga sentir mal, incómodos, sucios, lo cual implica que estamos en proceso de dejar de ser lo que somos para llegar a ser lo que seremos, “porque sabemos que la ley es espiritual; más yo soy carnal, vendido al pecado.  Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.  Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.  De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.  Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.  Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.  Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.  Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.  Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;  pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.  ¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?  Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado”.

Entonces ¿cómo entender la cita inicial donde la Escritura señala que “ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”? Recordemos que hay tres nacimientos: el de la sangre (cuando nacemos físicamente), el del agua (cuando bautizados venimos a salvación), y el del Espíritu (cuando resucitados seamos transformados), no es sino hasta este último nacimiento cuando habremos nacido completa y totalmente como hijos de Dios siendo que será en ese momento cuando el pecado ya no tenga potestad sobre nosotros, así que no olvides que la fuerza que te hace levantar de cada caída, es la misma que logra hacer de nuestro mundo un lugar mejor.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
1 Juan 3:9; 5:1,4,18; 1 Pedro 1:23; Proverbios 24:16; Job 5:19; 2 Corintios 4:9; 1 Juan 3:2; Job 19:26; Salmos 17:15; 1 Juan 2:1; Romanos 7:14-25; Juan 3:3; Romanos 6:6