miércoles, 10 de abril de 2019

Mejor contar aquellos pequeños logros que en el andar se han obtenido en vez de contemplar lo que aún no se obtiene


Cuando uno responde al llamamiento que el Padre ha tenido bien hacernos en el presente siglo para traernos a la luz, a la vida, a la salvación, de inicio se cree que uno podrá responder a ese llamamiento en la forma perfecta y santa que de nosotros se espera, desafortunadamente la realidad a veces rompe esa ilusión inicial que teníamos, ¿seremos incapaces de lograrlo?

Si pudiéramos tener un ejemplo de convicción, de carácter, de tenacidad, sin duda alguna podríamos mirar a Pablo quien de sí mismo decía que en cuanto a ser ministro de  Cristo él lo era más y que su trabajo era más abundante al grado de pensar para sí que habiendo peleado la buena batalla y acabado la carrera guardando la fe ya sólo le restaba recibir la corona de justicia que le estaba guardada.

Pero de igual forma, ese mismo Pablo que bien pudiera ser nuestro referente de vida cristiana decía de sí mismo que no hacía el bien que quería sino el mal que no quería a grado que sentía en su carne una ley que se rebelaba contra la ley de su mente, y que lo llevaba cautivo a la ley del pecado. A tal grado era su conflicto que él mismo exclamaba “¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”. ¿Seremos nosotros más que él como para no experimentar lo mismo?

Sin duda alguna en más de una ocasión nos habremos sentido como Pablo ya que si bien vamos avanzando en el Camino, es mucho lo que nos falta para llegar a ser perfecto y santos como ha sido el llamamiento. Esta conciencia de nuestra nada puede hacer que nos deprimamos y que nos creamos insuficientes, indignos del llamamiento, optando por dejarlo de lado.

A pesar de que en efecto es mucho lo que nos falta para llegar a unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, también es cierto que algo, aunque sea mínimo, ha cambiado en nosotros dándonos un adelanto de la liberación final que experimentaremos.

En esos momentos de turbación ante nuestra propia imperfección, debilidad y cobardía, bien hacemos en ver lo que el Padre ha comenzado a cambiar en nosotros, esas pequeñas semillas de Su Palabra que han comenzado a brotar en nuestro interior y que nos llevarán que de ahí mismo surjan fuentes de agua viva.

Así que no somos nosotros, ni nuestra fuerza, ni nuestra inteligencia lo que va haciendo que se cumpla lo que el Padre ha pensado para nuestro bien desde la eternidad, sino Su mismo Espíritu, Su misma fuerza, Su misma inteligencia  ya que por gracia somos salvos a través de la fe, no por obras, para que nadie se gloríe.

Así que respondiendo a la pregunta de Pablo de ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?, podemos junto con él decir “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”, pudiendo agregar, de igual forma con él, que si es necesario gloriarse, nos gloriaremos en lo que es nuestra debilidad, pues el mismo Padre nos ha dicho que nos basta con Su gracia pues Su poder se perfecciona en la debilidad. Así que mientras vamos avanzando a la plenitud de Cristo es mejor contar aquellos pequeños logros que en el andar se han obtenido en vez de contemplar lo que aún no se obtiene.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor




Referencias:
Mateo 5:48; 1 Pedro 1:16; 2 Corintios 11:23; 2 Timoteo 4:7-8; Romanos 7:19-25; Efesios 4:13; Juan 7:38; Efesios 2:8-9; Romanos 7:25; 2 Corintios 11:30; 2 Corintios 12:9

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