Cuando uno responde al llamamiento que el Padre
ha tenido bien hacernos en el presente siglo para traernos a la luz, a la vida,
a la salvación, de inicio se cree que uno podrá responder a ese llamamiento en
la forma perfecta y santa que de nosotros se espera, desafortunadamente la
realidad a veces rompe esa ilusión inicial que teníamos, ¿seremos incapaces de
lograrlo?
Si pudiéramos tener un ejemplo de convicción, de
carácter, de tenacidad, sin duda alguna podríamos mirar a Pablo quien de sí
mismo decía que en cuanto a ser ministro de
Cristo él lo era más y que su trabajo era más abundante al grado de
pensar para sí que habiendo peleado la buena batalla y acabado la carrera
guardando la fe ya sólo le restaba recibir la corona de justicia que le estaba
guardada.
Pero de igual forma, ese mismo Pablo que bien
pudiera ser nuestro referente de vida cristiana decía de sí mismo que no hacía
el bien que quería sino el mal que no quería a grado que sentía en su carne una
ley que se rebelaba contra la ley de su mente, y que lo llevaba cautivo a la
ley del pecado. A tal grado era su conflicto que él mismo exclamaba “¡Miserable
de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”. ¿Seremos nosotros más que
él como para no experimentar lo mismo?
Sin duda alguna en más de una ocasión nos
habremos sentido como Pablo ya que si bien vamos avanzando en el Camino, es
mucho lo que nos falta para llegar a ser perfecto y santos como ha sido el
llamamiento. Esta conciencia de nuestra nada puede hacer que nos deprimamos y
que nos creamos insuficientes, indignos del llamamiento, optando por dejarlo de
lado.
A pesar de que en efecto es mucho lo que nos
falta para llegar a unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios,
a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud
de Cristo, también es cierto que algo, aunque sea mínimo, ha cambiado en
nosotros dándonos un adelanto de la liberación final que experimentaremos.
En esos momentos de turbación ante nuestra propia
imperfección, debilidad y cobardía, bien hacemos en ver lo que el Padre ha
comenzado a cambiar en nosotros, esas pequeñas semillas de Su Palabra que han
comenzado a brotar en nuestro interior y que nos llevarán que de ahí mismo
surjan fuentes de agua viva.
Así que no somos nosotros, ni nuestra fuerza, ni
nuestra inteligencia lo que va haciendo que se cumpla lo que el Padre ha pensado
para nuestro bien desde la eternidad, sino Su mismo Espíritu, Su misma fuerza,
Su misma inteligencia ya que por gracia somos
salvos a través de la fe, no por obras, para que nadie se gloríe.
Así que respondiendo a la pregunta de Pablo de ¿quién
me librará de este cuerpo de muerte?, podemos junto con él decir “Gracias doy a
Dios, por Jesucristo Señor nuestro”, pudiendo agregar, de igual forma con él,
que si es necesario gloriarse, nos gloriaremos en lo que es nuestra debilidad, pues
el mismo Padre nos ha dicho que nos basta con Su gracia pues Su poder se
perfecciona en la debilidad. Así que mientras vamos avanzando a la plenitud de
Cristo es mejor contar aquellos pequeños logros que en el andar se han obtenido en
vez de contemplar lo que aún no se obtiene.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo 5:48; 1 Pedro 1:16; 2 Corintios 11:23; 2
Timoteo 4:7-8; Romanos 7:19-25; Efesios 4:13; Juan 7:38; Efesios 2:8-9; Romanos
7:25; 2 Corintios 11:30; 2 Corintios 12:9
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