miércoles, 24 de abril de 2019

Desdeñar la educación es como subirse a un bote y rechazar los remos


Un hecho en la vida es que de alguna forma todo necesita ser enseñado por alguien que sepa el cómo y aprendido por alguien que no lo sepa. Si esto es así con las cosas mundanas, ¿será diferente con las cosas divinas?

Sin duda alguna una de las más grandes bendiciones que de Dios hemos recibido es que nos ha dado Su Palabra como guía para nuestra formación, edificación, perfeccionamiento y santificación.  “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.

Bajo esa premisa la Escritura debe ser usada para alcanzar el fin para el cual la misma se nos ha dado, ahora bien ¿se podrá alcanzar eso por sí mismo? Pedro en su segunda carta señala como es que en alguno de los escritos de Pablo, así como –ojo:- el resto de las Escrituras-, había –y hay- cosas difíciles de entender que los ignorantes tuercen para su propia condenación.

Dado lo anterior, ¿habrá alguna fuente de instrucción que nos establezca la manera correcta de entender las Escrituras y sobre ese entendimiento ir edificando mayor comprensión? Pablo escribiendo a Timoteo, en su primera carta, describe a la iglesia como columna y sostén de la verdad, y de nuevo escribiendo a Timoteo en su segunda carta lo insta a predicar la palabra, a insistir a tiempo y fuera de tiempo; a redargüir, reprender, exhortar con mucha paciencia e instrucción. Luego entonces en la iglesia, sus doctrinas, sus autoridades, debemos buscar esa comprensión necesaria.

La Escritura misma, respecto de lo anterior, exhorta denodadamente a que no seamos rebeldes e indóciles y que aceptemos la instrucción que a través de la Congregación se recibe.

Con todo y todo, ahorita todo el Cuerpo de Cristo, en parte conocemos, y en parte profetizamos, por lo que llega un punto donde se nos exhorta a avanzar en el conocimiento de la Palabra hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios y pasar de beber leche a comer alimento sólido, como escribía Pablo en su primer carta a los Corintios.

Por eso en cierto punto tenemos que seguir edificando esa comprensión pidiendo a Dios Su guía, como dice la Escritura “Clama a mí, y yo te responderé y te revelaré cosas grandes e inaccesibles, que tú no conoces”, pues a nosotros no nos es dado adjudicar interpretación propia a lo revelado ya que, como señala Pedro en su segunda carta, “la profecía [instrucción, revelación] no fue en los tiempos pasados traída por voluntad humana”.

Así tenemos que como un coro de dos tiempos existe la instrucción que recibimos al interior del Cuerpo de Cristo, y la instrucción que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos va impartiendo, siendo ambas una sola instrucción, por lo que desdeñar la educación es como subirse a un bote y rechazar los remos.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor




Referencias:
2 Timoteo 3:17-18; 2 Pedro 3:16; 1 Timoteo 3:15; Job 22:22; Proverbios 4:10; Salmos 94:12; 1 Corintios 13:9-12; Efesios 4:13; 1 Corintios 3:2; Jeremías 33:3; 2 Pedro 1:21

miércoles, 17 de abril de 2019

Éxito no solo es lograr una meta, sino también saberte mejor que cuando comenzaste tu andar



Al iniciar el andar en el Camino, como respuesta al llamamiento que del Padre se ha recibido, se tiene clara la meta a la que uno debe llegar: nada más y nada menos que ser perfectos y santos como el Padre mismo lo es.

Esa meta, si bien parece inalcanzable para uno –y de hecho lo es-, es posible alcanzarla con la ayuda del Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros. Pero dada nuestra carnalidad, el esfuerzo que en el andar imprimimos puede volverse en contra del llamamiento cuando caemos en el legalismo.

El legalismo implica que ante ciertas normas que generalmente y de forma arbitraria establecemos desarrollamos acciones tendientes a lograr eso, acciones que terminan satisfaciéndonos en nuestro corazón aunque lejos estén estas de ser satisfactorias para nuestro Padre.

Respecto de esto, por ejemplo, hay quienes en su mente establecen ciertas cuestiones cuyos requisitos ellos mismos declaran y cuyas acciones tienden a cumplimentarlos dando una sensación de satisfacción personal sin comprender que los designios de la carne son contrarios a Dios.

Es por eso que cuando uno sienta el ego inflado, satisfecho por considerar que se están cumpliendo los estándares que el llamamiento del Padre implica, debe analizarse para no estar cayendo en la actitud del fariseo que ante Dios, a diferencia del publicano, se jactaba todo lo que por sí y para sí lograba.

Esto no demerita todo ese esfuerzo que en el andar imprimimos, sino que pone en la correcta perspectiva la nada que somos para no jactarnos de lo que logramos y lo todo que de Dios necesitamos para lograr ser perfectos y santos.

¡Ese es precisamente el estándar que debemos lograr en todo lo que somos y en todo lo que hacemos: ser perfectos y santos!, si por nuestra propia imperfección y pecaminosidad lo que consideramos acciones justas son como paño de inmundicia para Dios, ¿alguien podrá decir que está cumpliendo el llamamiento con perfección y santidad?

Si la jactancia se ha apoderado de nuestro corazón, es decir, el creer que estamos logrando por nuestros propios esfuerzos la perfección y santidad requerida por Dios, algo está mal con la visión que de nosotros mismos, de Dios, y del llamamiento tenemos.

“Si me veo obligado a jactarme, me jactaré de mi debilidad”, escribía Pablo en su segunda carta a los Corintios, nosotros podemos decir lo mismo, si de algo tenemos que jactarnos es de nuestra debilidad, ¿por qué?, porque Dios mismo ha dicho que Su poder se perfecciona en nuestra debilidad.

Mientras avanzamos no fijemos la mirada exclusivamente en las metas que vamos logrando pues podemos ensoberbecernos por lo que vamos alcanzando, si no que veamos si en nosotros se va desarrollando el carácter perfecto y santo de nuestro Padre Dios, después de todo éxito no solo es lograr una meta, sino también saberte mejor que cuando comenzaste tu andar.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Mateo 5:48; 1 Pedro 1:16; Lucas 18:27; Isaías 55:8-9; Romanos 8:7-8; Lucas 18:9-14; Isaías 64:6; 2 Corintios 1:30; 2 Corintios 12:9

miércoles, 10 de abril de 2019

Mejor contar aquellos pequeños logros que en el andar se han obtenido en vez de contemplar lo que aún no se obtiene


Cuando uno responde al llamamiento que el Padre ha tenido bien hacernos en el presente siglo para traernos a la luz, a la vida, a la salvación, de inicio se cree que uno podrá responder a ese llamamiento en la forma perfecta y santa que de nosotros se espera, desafortunadamente la realidad a veces rompe esa ilusión inicial que teníamos, ¿seremos incapaces de lograrlo?

Si pudiéramos tener un ejemplo de convicción, de carácter, de tenacidad, sin duda alguna podríamos mirar a Pablo quien de sí mismo decía que en cuanto a ser ministro de  Cristo él lo era más y que su trabajo era más abundante al grado de pensar para sí que habiendo peleado la buena batalla y acabado la carrera guardando la fe ya sólo le restaba recibir la corona de justicia que le estaba guardada.

Pero de igual forma, ese mismo Pablo que bien pudiera ser nuestro referente de vida cristiana decía de sí mismo que no hacía el bien que quería sino el mal que no quería a grado que sentía en su carne una ley que se rebelaba contra la ley de su mente, y que lo llevaba cautivo a la ley del pecado. A tal grado era su conflicto que él mismo exclamaba “¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”. ¿Seremos nosotros más que él como para no experimentar lo mismo?

Sin duda alguna en más de una ocasión nos habremos sentido como Pablo ya que si bien vamos avanzando en el Camino, es mucho lo que nos falta para llegar a ser perfecto y santos como ha sido el llamamiento. Esta conciencia de nuestra nada puede hacer que nos deprimamos y que nos creamos insuficientes, indignos del llamamiento, optando por dejarlo de lado.

A pesar de que en efecto es mucho lo que nos falta para llegar a unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, también es cierto que algo, aunque sea mínimo, ha cambiado en nosotros dándonos un adelanto de la liberación final que experimentaremos.

En esos momentos de turbación ante nuestra propia imperfección, debilidad y cobardía, bien hacemos en ver lo que el Padre ha comenzado a cambiar en nosotros, esas pequeñas semillas de Su Palabra que han comenzado a brotar en nuestro interior y que nos llevarán que de ahí mismo surjan fuentes de agua viva.

Así que no somos nosotros, ni nuestra fuerza, ni nuestra inteligencia lo que va haciendo que se cumpla lo que el Padre ha pensado para nuestro bien desde la eternidad, sino Su mismo Espíritu, Su misma fuerza, Su misma inteligencia  ya que por gracia somos salvos a través de la fe, no por obras, para que nadie se gloríe.

Así que respondiendo a la pregunta de Pablo de ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?, podemos junto con él decir “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”, pudiendo agregar, de igual forma con él, que si es necesario gloriarse, nos gloriaremos en lo que es nuestra debilidad, pues el mismo Padre nos ha dicho que nos basta con Su gracia pues Su poder se perfecciona en la debilidad. Así que mientras vamos avanzando a la plenitud de Cristo es mejor contar aquellos pequeños logros que en el andar se han obtenido en vez de contemplar lo que aún no se obtiene.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Mateo 5:48; 1 Pedro 1:16; 2 Corintios 11:23; 2 Timoteo 4:7-8; Romanos 7:19-25; Efesios 4:13; Juan 7:38; Efesios 2:8-9; Romanos 7:25; 2 Corintios 11:30; 2 Corintios 12:9

miércoles, 3 de abril de 2019

Cuando uno tiene bien claras sus metas y sus valores, es mucho más difícil perder el rumbo




Así como la Escritura contiene la misma mente de Cristo siendo por lo tanto útil para enseñar, redargüir, corregir e instruir en justicia, de igual forma contiene en contraposición muchas historias donde quien decide vivir ajeno a la Palabra se extravía.

Prácticamente cada libro de la Escritura contiene alguna historia, incluso de aquellos que consideramos ejemplo, dónde el error, la equivocación, el deslizamiento está presente: un Noé embriagándose hasta quedar tendido desnudo en medio de su tienda, un Moisés no siguiendo las instrucciones dadas por Dios granjeándose no entrar por ello en la tierra prometida, un David cometiendo adulterio y asesinato trayendo como consecuencia la muerte de su hijo; un Pedro cuya negación a su maestro tres veces no pudo ser lavada con las lágrimas que después vertió.

Aunque la lista pudiera seguir la misma no termina ahí pues llega hasta nuestros días y específicamente hasta nosotros. ¿Cuántas veces de igual forma nosotros que día con día le decimos a Cristo “Señor, Señor” no hacemos lo que Él nos dice?, ¿cuántas veces nosotros también caemos en el error, la equivocación, el deslizamiento?, ¿Cuántas veces nosotros también nos embriagamos de las cosas de este mundo, rechazamos las instrucciones dadas por Dios, adulteramos o matamos en nuestro corazón, o negamos a nuestro Maestro?

Los personajes de la Escritura no eran ni peor ni mejor que nosotros, de igual forma nosotros, aunque tenemos la plenitud de la revelación que por Cristo hemos recibido no podemos considerarnos ni peor ni mejor que ellos. Todos militamos en la misma carne la cual es contraria a Dios y no desea sujetarse para hacer Su voluntad.

La ventaja, si es que puede decirse así, en el caso de los llamados, es que desde el mismo primer momento de nuestro llamamiento una nueva mente, un nuevo corazón ha comenzado a ser trabajado en nosotros por el Santo Espíritu de Dios, esto se evidencia por el conflicto que en nuestro interior comienza a darse cuando queriendo hacer el bien no podemos, teniendo nuestra confianza que este esfuerzo será completado con Cristo a su venida cuando seamos transformados.

Mientras tanto seguimos avanzado teniendo muy en claro las promesas que se nos han concedido y rindiéndonos día con día al Padre para que complete en nosotros la buena obra, perfeccionándonos hasta el día de Jesucristo, pues como decía Pablo, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, después de todo cuando uno tiene bien claras sus metas y sus valores, es mucho más difícil perder el rumbo.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
2 Timoteo 3:16; Génesis 9:21; Números 20:7, 11,12; 2 Samuel 12:1-22; Mateo 26:69-75; Mateo 7:21-23; Romanos 8:5-8, 9-11; Romanos 7:19-25; Filipenses 1:6; 2 Corintios 10:3-6