El Camino que el creyente ha aceptado al
responder al llamado que el Padre ha hecho en su vida, no está exento de retos,
de obstáculos, de desafíos; retos, obstáculos y desafíos que en ocasiones devienen
en tropiezos, en caídas. Si bien el llamamiento implica el indicativo de ser
santos y perfectos, también hay que entender que la plena realización de esto
será cuando Cristo regrese y seamos transformados.
Mientras tanto, en el inter de nuestra
existencia, debemos establecer de manera muy clara en nuestra mente el propósito
del llamamiento. Si fuera jamás nunca pecar no hubiese nadie que alcanzase las promesas
dadas, pero el llamamiento es a alcanzar algo, la corona de vida, de justicia, a
través de muchas tribulaciones, las cuales implican el tropezarse y caer.
Lo anterior no es menos importante pues quien
considera que su propósito es la santidad y perfección plena en el siglo actual
puede llevarse una gran decepción al no verla realizada aún. Pero si la mirada
está fija en la meta uno podrá caer no siete, sino incluso setenta veces siete,
y levantarse la misma cantidad de veces para seguir caminando.
De igual forma, si uno tiene claridad en el
llamamiento no estará a expensas de las circunstancias sino que las acciones
que cotidianamente se emprendan tendrán un rumbo fijo permitiendo dirigir a
ello nuestros esfuerzos y nuestros recursos.
Ahora
bien, y respecto de lo anterior, uno puede tener claridad en el llamamiento
pero no dirigir nuestros esfuerzos ni nuestros recursos a ello con lo que no
puede decirse se tenga un rumbo fijo. Para esto constantemente debe estarse analizando
no solo lo que hacemos sino como es que eso impacta en nuestro crecimiento,
nuestra madurez.
Si bien este análisis puede hacerse de diversas
formas, tres son las que aquí pueden mencionarse:
una es evaluar constantemente el nivel de obediencia y sujeción a los
mandamientos de Dios; otra es que veamos en nosotros el desarrollo que vamos
experimentando respecto de los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; y uno más que evaluemos nuestro
actuar a la luz de lo que nuestro Señor Jesucristo nos dejó, tanto en cuanto a
Sus enseñanzas como en cuanto a Sus acciones.
La vida cristiana requiere
aplicar en el andar brío, arrojo y denuedo, esto no surge de manera espontánea
sino que requiere de nosotros capacidad, voluntad y decisión, es por eso que establecer
un propósito le da sentido a nuestras acciones y permite focalizar nuestros
esfuerzos y recursos
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Juan 16:33; Juan 15:19-21; Romanos 8:36; Mateo
5:48; 1 Pedro 1:16; Romanos 7:24; 2 Timoteo 4:8; Santiago 1:12; Hechos 14:22; Proverbios
24:16; Juan 14:15; 14:21-24; 15:10-14; Gálatas 5:22-23; 1 Corintios 11:1